Tema: NORK DEDDOG, Guardaespaldas Ogrete
AGRAMAR
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Vidente de Sombras
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28.ago 2007 - 23:34



Nork fue una leyenda viviente en sus años de servicio: se trataba de un Ogrete cuyas habilidades como combatiente eran casi tan sorprendentes como su desarrollo intelectual. En comparación con los demás Ogretes era un auténtico genio, ya que se dice que podía escribir su propio nombre, contar e incluso hablar con una fluidez considerable. Tales proezas académicas en un miembro de su raza llamaron inevitablemente la atención de los Comisarios, por lo que Nork se vio pronto retirado de primera línea y destinado a operaciones especiales.

Tras recibir adiestramiento intensivo, Nork fue asignado al 2º Regimiento de Catachan, destinado a Balur. El comandante del regimiento, el Coronel Greiss, adoptó a Nork como su guardaespaldas personal, y el Ogrete acompañó a Greiss durante los cuatro años por los que se prolongó la campaña. Durante ese tiempo, la imagen habitual de Greiss u Nork se convirtió en algo familiar: el anciano y delgado Coronel ladrando órdenes mientras los proyectiles enemigos estallaban a su alrededor y las balas rebotaban en la cabeza dura de Nork. El Ogrete salvó la vida del Coronel en más de una ocasión, incluyendo el famoso incidente en que Nork cargó con su malherido comandante y el puso a salvo tras el desastre en la Colina de las Espaldas Rotas.

No es frecuente que un héroe del Imperio sobreviva hasta llegar a la vejez, pero Nork lo consiguió para retirarse finalmente a los ciento diez años de edad y regresar a su mundo natal de Formand VI para vivir sus últimos años como caudillo de su tribu. Sus descendientes aún conservan con orgullo la colección de medallas de Nork, sus citaciones y sus obsequio personales, incluyendo la gorra de Comisario que le regaló Aaron Blest que se convirtió en su marca de distinción durante la campaña de Dimmarnak.

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La enorme figura se tambaleó hacia donde yacía el delgado y contusionado cuerpo del Coronel Greiss. Por suerte, el anciano Coronel había salido despedido del transporte cuando éste había quedado fuera de control. Ahora, el Chimera tenía el morro clavado en una zanja al lado del camino, y del compartimento de la tripulación salía humo. La fuerza de la explosión había lanzado a Greiss hasta la cuneta, al otro lado de la carretera.

Cuando el enorme Ogrete se inclinó sobre su oficial se dio cuenta de que estaba muy malherido. Durante un momento, miró sus miembros retorcidos y su uniforme ensangrentado, y le dio un par de golpes para asegurarse de que no le estaba gastando una broma. Greiss gimió débilmente.

Nork sintió como una marea de tristeza inundaba su enorme y leal corazón. Greiss era su amigo. Greiss había sido bueno con Nork y le había dejado luchar a su lado. El Ogrete cogió torpemente su cantimplora y rompió el tapón con sus grandes manos mientras la acercaba cuidadosamente a los labios del humano.

Greiss murmuró mientras al agua fría le salpicaba la cara. “Nork –susurró- deja de intentar ahogarme y trae el botiquín.”

“¡Zí, zeñorr!” gritó Nork, saludando instintivamente con su mano izquierda, después con la derecha y después con ambas.

Nork se puso en pie trastabillando y corrió a zancadas hasta el transporte. Procuró no pisar los cuerpos destrozados de los tripulantes y de la escuadra de mando, sintiendo con curiosidad pasajera el dolor en sus piernas, donde la metralla había atravesado su grueso pellejo numerosas veces. Sin pensárselo dos veces, agarró al Chimera por el guardabarros posterior y empezó a tirar. El pesado vehículo se movió ligeramente. Tiró de nuevo. Se oyó un crujido de metal torturado cuando el transporte se balanceó sobre el blando borde de la zanja y cayó sobre sus cadenas.

El Coronel Greiss intentó flexionar las manos. Nada. Intentó levantar la cabeza, pero cuando lo hizo el mundo empezó a dar vueltas y perdió el conocimiento. Lo recuperó momentos después, o minutos, ¿o habían sido horas? Era difícil de decir. Sus oídos todavía resonaban por el estruendo de la explosión. Todo lo que podía oír era el sonido de algo grande y pesado que era lentamente arrastrado sobre una superficie irregular. Su visión parecía disminuir y difuminarse. Entonces se dio cuenta de que Nork estaba de pie, inclinado sobre él, y a su lado el destrozado Cimera. EL Ogrete había sacado el transporte blindado de la zanja y lo había arrastrado 6 metros por la carretera.

“Te dije que trajeras el botiquín; no el transporte, Nork.” –Susurró Greiss. Estaba recuperando la sensibilidad de los brazos y las piernas, y lo que sentía no le estaba gustando nada.

“El botiquín está en el transporte, Zeñor,” contestó el Ogrete.

“Bien pensado, Nork –gruñó el Coronel con los dientes apretados mientras el dolor crecía-. Ahora trae aquí el botiquín.”

“¡Zí, zeñorr!” fue la rápida y sonora respuesta mientras Nork se lanzaba al interior del Chimera. Luego recordó que no había saludado; regresó, saludó dos veces para asegurarse, y empezó a buscar la caja con los suministros médicos del vehículo.


Sacado del Codex de la 2ª edicion:Guardia Imperial.Gracias a la web de Mordrak II