El capitán Aertes Dragmatio
avanzó cautelosamente a través de la enmarañada
selva. Su Guardia de Honor de cinco hombres y el Sacerdote Sangriento
Várem le seguían a corta distancia y más
atrás, el resto de su ejército. Hacía tres
días que se habían adentrado en aquella maleza llena de
plantas y que resonaba por todas partes por los ruidos de animales
salvajes en busca de su objetivo: una base orka. Los rastros y huellas
encontrados en plantas y veredas evidenciaban indicios de actividad
orka en la zona, pero la antinaturalmente espesa jungla no
permitía el paso de vehículos de reconocimiento; ni tan
solo los land speeders podían sobrevolar los inmensos
árboles, y los tanques, exterminadores y dreadnoughts
harían demasiado ruido y tardarían demasiado en abrir
caminos por la vegetación. Aquel era un trabajo para las tropas
de jungla de Catachán, pero el destacamento más cercano
hubiera tardado por lo menos dos meses en llegar, y se requería
una acción inmediata. Casualmente una fuerza de la 6º
Compañía de marines espaciales Ángeles Sangrientos
atravesaba aquel sistema y recibió la llamada de la guardia
imperial. De modo que las Thunderhawk aterrizaron en el fuerte Hold
Mankind y, tras haber sido informados por el Capitán Morris de
la Guardia imperial, cuyas tropas mantenían el fuerte, Aertes
envió a sus dos escuadras de Exploradores a reconocer la selva.
Una hora después salía él con el grueso de sus
fuerzas, quedando en el fuerte todos los vehículos y los
hermanos exterminadores, que hubieran retrasado la marcha mucho
más. Las voluminosas servoarmaduras no permitían a los
Ángeles Sangrientos avanzar a buena marcha por los tortuosos
recovecos que las plantas dejaban; Aertes empezó a golpear una
maraña de troncos que obstruían el paso.
- ¡Esos malditos alienígenas han tenido que venir a
ocultarse en la parte más verde del planeta! -dijo con rabia
mientras su espada de energía cercenaba troncos como si fueran
barras de mantequilla- ¡Esta misión no es para nosotros!
¡El sigilo no forma parte de nuestro credo!
Mientras avanzaba repudiando su propia conducta, echó un vistazo
atrás. Vio a sus cinco guardias de honor y al sacerdote
sangriento Várem a un metro tras él. Tras ellos vio las
escuadras tácticas Crasso y Meranis, de siete hombres cada una;
a la izquierda avanzaban los cinco devastadores de la escuadra
Fulventos portando Bolters Pesados y Lanzamisiles que podían
barrer la jungla en caso de emboscada, y a la derecha marchaban los
ocho Marines de Asalto de Dédalo. Todos ellos lucían la
servoarmadura color rojo de su capítulo, salvo los Devastadores
y los Marines de Asalto, cuyos cascos eran azules y amarillos
respectivamente. En último lugar venían el
Capellán Sagos y los seis marines de la Compañía
de la Muerte con sus armaduras negras cargadas de cadenas y
símbolos de su capítulo. Les hizo ir en último
lugar para evitar que se sobreexcitasen yendo en vanguardia, aunque
él mismo empezaba a sentir una cada vez mayor e incontrolable
sed de combate. Algunos hermanos habían caído en la Rabia
Negra desde antes de llegar al planeta; el último fue el hermano
Elmarc, a quien Sagos encontró dos noches atrás temblando
espasmódicamente en su lecho y gritando el nombre de su
Primarca. Ahora su armadura había sido pintada totalmente en
negro por el capellán quien también había trazado
varias cruces en las hombreras con su propia sangre.
- Capitán Aertes -susurró de pronto el intercomunicador
de su casco, Aertes se detuvo junto a un tronco caído y se
arrodilló para cubrirse- aquí escuadra de exploradores
Trenos llamando al Capitán Aertes. Cambio.
- Aquí Aertes, ¿habéis encontrado algo sargento
Trenos?. Cambio.
- Sí señor, hemos encontrado un rastro claramente orko,
es bastante reciente y parece dirigirse hacia el sector Kappa 2.3
Cambio.
- ¿Está seguro de que se trata de orkos?.
- Completamente, señor. Incluso puedo decirle qué ha
comido.
- Seguid el rastro, sargento, nosotros nos dirigiremos hacia el sector
Kappa 1.1. Informad de cualquier cosa sospechosa que veáis.
Cambio y corto.
- Recibido Capitán Aertes. Corto.
Aertes manipuló los controles en el lateral de su casco para
contactar con la segunda escuadra de Exploradores.
- Aquí el Capitán Aertes llamando a la escuadra de
Exploradores Midian. Cambio... Capitán Aertes llamando a la
escuadra de Exploradores Midian, responded escuadra Midian. Cambio...
El comunicador no respondía, el silencio aún duró
unos segundos más.
- ¡Escuadra Midian, responded!. Cambio.
- Aquí Explorador Karpla -dijo la radio con una voz jadeante- el
sargento Midian ha muerto, señor. Él y el Explorador
Genno...
- ¡¿Cómo?! ¡Qué es lo que ha ocurrido!
-ladró Aertes
- Una especie de planta extremadamente hostil, señor... Una boca
inmensa rodeada de espinas ha surgido desde el interior de un tronco
hueco cuando el Sargento Midian se detuvo junto a él para
contactar con vos... y... lo atrapó por la cabeza. El Explorador
Genno trató de separar... las... dos hojas que formaban la boca
y un tentáculo le atravesó el estómago... los que
quedamos hemos conseguido abatir a la criatura, pero el Sargento ha...
muerto...
- ¡Maldición! ¡Los informes no hablan de un
organismo así en esta selva! -Aertes miró el tronco tras
el cual se estaba parapetando y dio unos pasos atrás-
¿habéis visto algo aparte de ese desafortunado hallazgo,
Explorador Karpla?. Cambio.
- Em... No, señor, desde el sector Alpha 1.0 al sector Delta 6.4
no hay ni rastro de orkos. Eh... Cambio.
- Bien, ocultad los cuerpos de los caídos, los recogeremos
más tarde. Reuníos con nosotros en el sector Kappa 1.1.
Ahora sois el Cabo Karpla, hermano. Cambio y corto.
- Órdenes recibidas, señor. Corto.
Aertes intentó contactar con Hold Mankind, pero, como se
temía, estaban fuera del alcance de los transmisores. De modo
que, tras advertir a la Escuadra de Exploradores Trenos y al resto de
sus hombres del peligro de encontrarse con estas plantas,
prosiguió su camino hacia el Nordeste, hacia el sector Kappa 1.1.
Veinte minutos después llegó al renombrado sector y vio
dos rocas afiladas una sobre otra y una tercera piedra redonda a un
metro de éstas; una señal de los Exploradores.
Ordenó a todos que le esperasen allí y avanzó
sólo con su Guardia de Honor en la dirección que indicaba
la piedra redonda con respecto a las otras dos. Instantes
después oyó el silbante y grave canto de un Búho
Oxa desde su izquierda, como los que venía escuchando desde
hacía tres horas, pero el ritmo especial de este canto
permitió a Aertes identificar la especie exacta del ser que lo
producía. Al mirar a la izquierda no se sorprendió de ver
una cara humana perfectamente camuflada con maquillaje oscuro, pero tan
cerca que no se confundía demasiado con su entorno al mirarle
directamente. El Explorador les hizo una señal para que lo
siguieran. Poco después encontraron a un orko degollado y a un
enorme jabalí con un agujero en la cabeza; un centinela
eliminado. Se empezaron a oír golpeteos rítmicos y
sonidos de maquinaria acompañados de un murmullo, como de
cientos de hombres hablando con voz gutural.
La base orka era enorme. Construida en un inmenso claro con madera de
los árboles talados y planchas de metal que debían haber
traído sus ocupantes consigo. Un profundo pozo lleno de estacas
afiladas rodeaba el pie de la empalizada, los orkos lo sorteaban
gracias a un rudimentario puente. El recinto, cuadrado, medía
unos ciento cincuenta metros de lado y tenía cuatro torres en
sus esquinas sobre las que varios gretchins vigilaban los alrededores.
A pesar de que varios troncos obstruían su línea de
visión, Aertes pudo observar a varios orkos que, con sus
habituales andares encorvados, cortaban los árboles de la
periferia con espadas y hachas sierra. Los pielesverdes estaban
abriendo un gran camino hacia el norte. Esa zona aún no
había sido explorada por los hombres de Morris por lo que Aertes
no pudo deducir qué iban a hacer por allí. Su primer
impulso fue el de lanzarse a la carga contra los pielesverdes
más cercanos, pero consiguió reprimir sus ansias de lucha.
Unos metros por delante suyo vio al sargento Trenos, que, oculto tras
un árbol, observaba el interior de la empalizada con sus
magnoculares mirando a través de la abertura de la puerta sobre
el puente. Su armadura de caparazón estaba camuflada con tonos
verdes y marrones en lugar del rojo sangre de los marines Angeles
Sangrientos, y la hombrera con los colores e insignia del
capítulo estaba cubierta con una tela igualmente camuflada.
- Creo que es un taller de maquinaria, señor -dijo Trenos cuando
retrocedió hacia su Capitán- veo varias piezas y motores
amontonados en una de las esquinas, y he visto una especie de establos
que pueden albergar jabalíes de guerra, perfectos para avanzar
por esta selva.
- ¿Qué creéis que están tramando con esa
carretera hacia el norte, sargento Trenos?
- Como ya os he dicho, he visto piezas de maquinaria y accesorios que
podrían instalar en vehículos para que pudieran avanzar
mejor por esta vegetación. Esa carretera podría llevar a
otra base orka del Norte -especuló el Sargento Explorador- o
puede que no sea una carretera sino una zona de aterrizaje.
- Tratándose de orkos no podemos estar seguros de sus
intenciones, pero de lo que sí estoy seguro es de que esta base
no llegará a ver el atardecer de este día.
¿Habéis hecho un plano? -el sargento explorador
asintió- bien, seguidnos hasta nuestros hermanos.
Al llegar al sector Kappa 1.1, donde Aertes ordenó a su
ejército que le aguardaran, observó que los
supervivientes de la escuadra de exploradores Midian habían
llegado. Apartados del grupo, la compañía de la muerte y
el capellán Sagos estaban arrodillados y recitando salmos.
- ¡Vamoz! ¡Daroz priza kon ezta zona! ¡Ya
debería eztar dezpejada de ezoz eztúpidoz
árbolez¡
El kaudillo Rorkrat continuó ladrando órdenes durante un
rato más a los orkos que talaban los árboles al norte de
la base antes de volverse hacia la misma a beber un poco de agua. Su
inmensa musculatura verde dejaba enanos a los orkos que pasaban por su
lado mientras iban y venían de dentro a fuera del recinto
transportando troncos. Ninguno le miró a la cara. Al pasar por
el puente levadizo un gretchin tuvo que saltar fuera del mismo para
evitar ser aplastado por la pesada bota de cuero y hierro de Rorkrat.
El pequeño ser verde se agarró en el último
momento al borde, evitando por poco las estacas del fondo.
En el interior de la base varios gretchins salían y entraban de
un profundo pozo hecho en la tierra con capazos llenos de fragmentos de
metales y minerales y los llevaban a la herrería, un ezclavizta
ataviado con una túnica marrón les instaba para que
trabajasen más rápido amenazándoles con su
garrapato sabueso. Tras echar un trago de agua en la cisterna, Rorkrat
entró en los establos. La salud de los jabalíes de guerra
era importante; sin ellos, no podría enviar mensajeros
rápidos a la base del zeñor de la guerra Slamkuk, ni
podría enviar patrullas suficientemente rápidas a la
selva. Fue pasando por los corrales individuales hasta llegar al que
ocupaba su jabalí de guerra personal; el más grande y
fuerte de todos. Mientras lo miraba, Rorkrat meditó unos
momentos, pensando en lo que su zeñor de la guerra Slamkuk le
haría si no tenía éxito en esta misión.
Intentó imaginarse qué haría si él fuera el
zeñor de la guerra y Slamkuk fuera su lugarteniente.
La enorme cabeza del jabalí giró hacia su amo, y de
pronto empezó a agitarse violentamente. Todos los
jabalíes de los establos comenzaron a gruñir y saltar.
Cuando el kaudillo iba a preguntarse qué demonios pasaba, el
sonido de una enorme explosión hizo temblar las paredes de
madera y hojalata. Los primeros gritos y disparos comenzaron a rasgar
el aire.
- ¡Adelante, por la gloria del Emperador! ¡Por la sangre de
Sanguinius!.
Los Ángeles Sangrientos habían comenzado su ataque. La
escuadra de devastadores Fulventos, apoyada por la escuadra Crasso,
abrió fuego contra las torres de vigilancia. Una de ellas se
había desintegrado cuando un misil acertó de lleno justo
debajo del parapeto. Una multitud de orkos armados con akribilladores
salió por el puente para repeler a los agresores. La escuadra de
Aertes y la escuadra Meranis abrieron fuego contra ellos. La pistola de
plasma del Capitán carbonizó a uno de ellos de pecho para
arriba, cinco pielesverdes más murieron por los impactos de
bolter y los pesados cuerpos moribundos empujaron a dos más
fuera del puente, ensartándose grotescamente en las estacas del
foso.
Los orkos que talaban árboles hacia el norte se dispusieron a
acudir al lugar del ataque, pero la escuadra de exploradores Trenos,
aumentada en tres hombres por los restos de la escuadra de exploradores
Midian, surgió de pronto de entre la maleza disparando su
escopetas y pistolas bolter a diestro y siniestro. más de diez
orkos cayeron al instante, pero los exploradores estaban en una gran
desventaja. Un orko se abalanzó sobre el explorador Tars y ambos
cayeron al suelo rodando, Trenos abrió en canal a uno
especialmente grande tras esquivar el tajo de su hacha sierra, pero,
incluso con sus oscuras tripas colgando del abdomen, el orko
descargó su arma sobre el hombro del sargento explorador,
cortándole hasta el pecho. El orko intentaba sacar su rebanadora
del cuerpo inerte de Trenos cuando el Explorador Karpla le segó
ambas manos a la altura de la muñeca, haciéndole
retroceder unos pasos antes de atravesarle la garganta con su machete
de combate. Tars fue inmovilizado por el orko mientras otro pielverde
le degollaba entre furiosos gorgoteos. Medinus disparó a
bocajarro su escopeta y el orko que cargaba contra él se detuvo
y cayó como si hubiera chocado contra un muro. Moviendo
frenéticamente la corredera, disparó una y otra vez hasta
que uno de elos se acercó demasiado y tuvo que utlizar el arma
para detener un hacha dirigida a su cabeza. Tasmel bloqueó otra
arma orka con su machete, la apartó a un lado en un duelo de
fuerza y disparó en plena cara del orko con su pistola bolter.
El orko quedó como atontado y Tasmel lo derribó de una
patada antes de buscar a su siguiente víctima; el explorador ni
siquiera vio la espada sierra que le rebanó la cabeza desde
atrás. Otro orko lanzó a Karpla un golpe a la cara
qué éste bloqueó con el machete, pero una espada
sierra surgió desde su izquierda y le golpeó en el
abdomen; el peto de ceramita le protegió de lo peor del ataque,
pero al caer al suelo vio un charco de sangre extenderse desde su
cuerpo. Los dos orkos se irguieron alzando sus armas para asestarle el
golpe de gracia y sus verdes torsos estallaron en nubes carmesí
cuando una ráfaga de proyectiles bolter les alcanzó de
lleno. Al mirar hacia atrás Karpla vio a una de las escuadras
tácticas que corría hacia ellos disparando a los
pielesverdes, entretanto se agarró a la pierna del orko
más cercano, le clavó su machete en el estómago y
lo retorció en su interior.
Al otro lado de la base, la compañía de la muerte,
encabezada por el capellán Sagos, se lanzó a la carga
contra el constante flujo de orkos que surgía por la puerta del
puente mientras la tercera torre de vigilancia volaba en mil pedazos,
víctima de los devastadores. En el interior, los orkos se
agolpaban en la puerta para salir cuando seis de ellos cayeron bajo las
armas de los marines de asalto, que habían sobrevolado la
empalizada. El arrollador empuje de la Compañía de la
Muerte arrojó a los orkos fuera del puente, aunque un pielverde
consiguió arrastrar a uno de los rabiosos negros hacia el foso
con él, y otro insertó su cuchillo justo en la juntura
entre el casco y el peto de otro marine.
Los marines de asalto se vieron sorprendidos por más orkos que
surgían de los cuarteles y talleres del recinto, los cuales
comenzaron a subirse a las empalizadas para dominar mejor el patio.
Tres orkos ya se habían subido a la última torre y
empezaron a barrer el patio con sus akribilladores pezados. Uno de los
marines de asalto cayó con el cuerpo agujereado y el resto
activó sus retroreactores para llegar hasta ellos e inutilizar
esa torre. La compañía de la muerte irrumpió en la
base y se lanzó como una masa de enloquecidos hacia un
pelotón de piztoleroz que acababan de salir de un
barracón a la izquierda de la entrada. Después
aparecieron Aertes y su escuadra, que cargaron directamente hacia
más orkos al otro lado del patio disparando sin cesar. En su
camino encontraron un grupo de pielesverdes de menor tamaño,
pero que no eran gretchins. Aertes partió por la mitad a uno de
ellos y embistió a otro, que desapareció por un agujero
del suelo mientras su guardia de honor aplicaba el mismo tratamiento a
los demás. Segaron a aquel grupo como una guadaña que
corta el trigo sin detenerse por nada.
Un marine de asalto fue alcanzado en pleno vuelo y pasó fuera de
control por encima de la torre, rompiéndose el cuello contra un
árbol. Los restantes cayeron sobre los tres akribilladorez y los
gretchins, aniquilando hasta el último pielverde.
La carga de Aertes fue bruscamente interrumpida por un gruñido
bestial a la izquierda. Rorkrat salió de los establos montado en
su jabalí de guerra y blandiendo una gran rebanadora en forma de
hacha de doble hoja. La bestia pasó al galope junto a dos
marines y lanzó al sacerdote sangriento a dos metros con un
golpe de su enorme cabeza mientras los dos guardias de honor se
desplomaban con enormes heridas en el pecho que atravesaban sus
servoarmaduras y sus costillas. Aertes y sus hombres se dispusieron
para el combate, pero el enorme jabalí volvió a la carga
y se llevó por delante a otro marine. El pelotón de
akribilladorez al que Aertes iba a asaltar en un principio abrió
fuego contra ellos y otro guardia de honor cayó víctima
de los proyectiles. El Capitán se había quedado
sólo con un hombre en mitad del campamento. Sintiendo la Rabia
Negra fluyendo por sus venas, Aertes disparó su pistola de
plasma, pero la esfera brillante como el magma impactó en la
enorme cabeza de la bestia convirtiéndola en cenizas. El cuerpo
del Jabalí siguió cargando sin control aún cuando
Aertes se lanzó sobre quien lo montaba y humano y orko cayeron
rodando, debatiéndose en un combate a muerte. La gran bestia fue
incinerada por el Lanzallamas del último guardia de honor, justo
antes de que ésta le atropellase y le dejara tumbado sin sentido
antes de derrapar finalmente sobre su vientre al darse cuenta su cuerpo
de que su cabeza había desaparecido.
Mientras, los marines de asalto aterrizaron sobre los akribilladorez y
comenzaron un nuevo combate. Más orkos montados en
jabalíes de guerra salieron al galope de los establos pero
fueron interceptados por la compañía de la muerte, que no
dejaba de gritar incoherencias más propias de los orkos que de
unos marines espaciales.
En el exterior, los exploradores habían perdido a siete hombres,
quedando sólo el explorador Karpla. Karpla se debatía
entre la vida y la muerte mientras un marine intentaba mantenerle con
vida, pero había cumplido su misión, habían
impedido que los orkos que talaban árboles participaran en el
combate e impidieran el asalto a la base. Sintió profundamente
la pérdida de sus compañeros, pero no hubo otra
elección que lanzarse a ese combate suicida si querían
tener éxito en el asalto.
Mientras tanto, la escuadra Crasso había entrado en la base y
sus Bolters comenzaron a hacer estallar cabezas de orko por doquier. El
capellán Sagos blandía su crozius arcanum con ambas manos
y golpeaba a los jinetes de jabalí, que caían como moscas
ante el enloquecido ataque de la compañía de la muerte.
Un pielverde puso su montura a la espalda del capellán y
lanzó un golpe mortal sobre su casco; una esfera de
energía azulada envolvió de pronto al humano y detuvo la
espada del orko en el aire; Sagos se volvió y ejecutó un
hábil molinete que cortó el brazo orko a la altura del
codo y acabó su movimiento partiéndole la cabeza. La
escuadra de asalto fue derrotada perdiendo a dos marines en el proceso
y el resto saltó fuera de la base con sus retroreactores,
entonces la escuadra Crasso avanzó hacia aquellos pielesverdes y
comenzó un intercambio de disparos en el que ambos bandos
comenzaron a sufrir bajas, pero los orkos caían mucho más
rápidamente merced a la superior habilidad de los marines en el
manejo de las armas de fuego y a sus servoarmaduras. Las escuadras
Meranis y Fulventos también entraron en la base, incapaces de
mantener posiciones de tiro ante su creciente necesidad de derramar
sangre enemiga con sus propias manos, y se enzarzaron en una serie de
combates cuerpo a cuerpo con los orkos que corrían de
aquí para allá por todo el patio.
Y en el centro de todo, Aertes y Rorkrat continuaban su combate cuerpo
a cuerpo. Los incesantes y salvajes gritos de ambos líderes
parecían sobreponerse a los disparos y explosiones que
devastaban toda la base orka.
Aertes esquivó otro tajo vertical de la gran rebanadora e
intentó cortar al pielverde por la cintura pero éste
bloqueó el golpe con su arma, que despedía chispas azules
al contacto con la espada de energía. Acto seguido Rorkrat
golpeó al humano con el mango de su arma y éste fue
derribado con facilidad, Aertes rodó sobre sí mismo para
evitar que el orko le partiera en dos y la gran rebanadora
volvió a incrustarse en la tierra.
- ¡No puedez venzerme, eztúpido humano! ¡Yo zoy
invenzible! -El kaudillo intentó cortarle la cabeza al humano,
pero éste se agachó rápidamente- ¡No puedez
ganar a Rorkrat en kombate, te voy a kortar komo a un eztúpido
árbol! ¡Te klavaré a un eztúpido
árbol y luego lo kortaré!
La pistola de plasma de Aertes había volado lejos durante su
choque con el colosal jinete de jabalí. Lanzó un tajo
vertical sobre Rorkrat que el orko bloqueó con facilidad y ambos
quedaron enzarzados en un duelo por ver quién era el más
fuerte. Aertes intentaba hacer bajar su Espada de Energía sobre
el cráneo del pielverde pero, a pesar de su servoarmadura, los
músculos del kaudillo empujaban su arma hacia él,
acercando el filo de la gran rebanadora a su casco. Sus caras estaban
muy cerca y el orko gruñó a Aertes, pero sólo
encontró la inexpresiva faz de su casco como respuesta. Mientras
tanto, orkos y marines corrían en todas direcciones por toda la
base disparando y mutilando a sus oponentes, los dos marines de asalto
que vivían volvieron al combate y se enzarzaron en un combate
que mantenía el Capellán Sagos con tres pielesverdes. Uno
de los pocos supervivientes de la Compañía de la Muerte
blandió su espada sierra sobre un pielverde, pero sólo
alcanzó su pierna. La hoja se atascó al clavarse en el
espeso hueso, pero el marine se negó a soltarla. El orko le
lanzó un golpe al costado que el marine detuvo de una patada
antes de descargar su pistola bolter en el pecho de su enemigo.
Consiguió arrancar su arma de la pierna en una desgarradora
explosión de esquirlas de hueso y trozos de carne y
atravesó el maltrecho torso del orko con un tajo ascendente que
lo lanzó hacia atrás. El cadáver golpeó a
Rorkrat en la espalda; Aertes, aprovechando ese impulso, lo
lanzó por encima de él y lo tiró de espaldas al
suelo. Desde esta posición desaventajada, el Kaudillo
apresó el cuello del Capitán e intentó arrancarle
la cabeza, pero sólo consiguió quitarle el casco
descubriendo la faz y las cicatrices de Aertes, quien volvió a
fallar en su intento de partir el cráneo del orko. Su cara
sudada no mostraba más que un profundo salvajismo animal. Su
mandíbula sangraba, herida por la poco ortodoxa forma de
deshacerse del casco.
Rorkrat estrujó el casco de ceramita con una sola mano como si
fuera una bola de papel, y a continuación amagó un tajo
vertical para terminar con una patada al pecho de su oponente, que
volvió a caer. Con un grito ensordecedor, el kaudillo
acabó de ejecutar el tajo, la rapidez del movimiento sólo
permitió a Aertes bloquearlo con su arma entablando un nuevo
duelo de fuerza. Tumbado en el suelo, Aertes estaba en desventaja
mientras la Gran Rebanadora se acercaba a su rostro, ahora descubierto.
Con un veloz movimiento, el humano agarró el arma orka soltando
su propia arma y puso un pie en el estómago del pielverde, que
fue de nuevo proyectado por encima del capitán humano. Aertes le
arrancó el arma al orko y la lanzó lejos antes de recoger
su espada de energía; el orko sacó un gran cuchillo de su
cinturón y dio unos amenazadores pasos alrededor de su
adversario, inconsciente de su desventaja. Los ojos de Aertes estaban
rojos de ira y su cara estaba empapada de sudor por su frenesí
de combate, sin embargo, el pielverde observó extrañado
cómo una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. De pronto
Rorkrat se encontró rodeado por tres enemigos más; el
Sacerdote Sangriento y dos de los Guardias de Honor a los que
creía haber matado, pero que habían sido sanados por las
soberbias habilidades de Várem. La cara descubierta de este
último mostraba una rabia sólo comparable a la de Aertes
mientras blandía una engalanada hacha. Rorkrat consiguió
evitar el primer golpe de uno de los guardias de honor, que
sujetó su arma firmemente. El orko pudo sentir con
frustración cómo una espada se le intercalaba entre las
costillas, cómo una segunda hoja le atravesaba la espalda para
surgir por su vientre y cómo un hacha se le clavaba entre el
hombro y el cuello hundiéndose profundamente en su cuerpo. Su
sangre se le vino a la garganta y empezó a vomitarla
irremediablemente. Aertes gritó uniéndose a los gritos de
sus hermanos de sangre mientras su espada se hundía justo donde
debería haber un corazón en el pecho del Kaudillo con su
campo de energía crepitando levemente. Rorkrat sintió
cómo más sangre fluía por su tráquea hacia
su boca y nariz. La cabeza empezó a darle vueltas y ya no
veía bien. La fuerza de sus brazos y piernas desaparecía
rápidamente y era incapaz de luchar. Poco a poco, se dio cuenta
de que estaba muriendo, herido de muerte por enclenques humanos.
Volvió a sentir una enorme frustración.
Atravesado por cuatro sitios, el enorme e inerte cuerpo de Rorkrat
cayó cuando los marines espaciales retiraron sus armas. La cara
de Aertes estaba completamente cubierta de su sangre; respiraba con
dificultad mientras intentaba serenar su rabia negra y dobló una
rodilla, incapaz de continuar de pie con la maldición de su
Primarca royéndole las tripas. Várem acudió a
socorrerle. El explorador superviviente entró en la base
tambaleándose y con el estómago completamente enrollado
con vendas enrojecidas, pero la batalla ya había terminado. La
escuadra Crasso había eliminado al pelotón de
akribilladores sufriendo cuantiosas bajas, El capellán Sagos
estaba cantando sus salmos para refrenarse a sí mismo y a los
dos marines de la compañía de la muerte que quedaban. Los
devastadores habían sufrido una sola baja, su sargento, que
cayó al intentar detener una carga de los orkos contra su
escuadra. Aertes miró a los cadáveres de su guardia de
honor entonando para sí mismo una plegaria al Emperador por sus
almas. Cuando hubo acabado observó que más allá un
profundo agujero descendía hacia el subsuelo. La escuadra Crasso
bajó para reconocerlo. Durante la espera se oyó un
disparo y unos gritos de dolor.
- Es una mina, señor -informaron a su regreso- las paredes
están cubiertas de metales y minerales. Parece que los orkos los
estaban extrayendo, hay herramientas y vagonetas allá abajo, y
varios faroles aún encendidos. Por cierto, un orko joven, de
esos que ellos llaman niñatos, estaba escondiéndose
allá abajo -añadió mientras un pielverde bastante
menos musculoso que la mayoría a los que se habían
enfrentado subía por las escaleras encañonado por el
Marine. El hombro del joven orko estaba atravesado de un disparo y su
sangre, de un rojo vivo, chorreaba por el brazo.
- Quizá descubrieron este yacimiento con sus Garrapatos Sabuesos
y montaron esta base para defenderlo -supuso el Capitán antes de
dirigirse al orko-. Veamos, pequeña muestra de
alienígena, vas a empezar a contarme todo lo que sepas y hayas
oído decir sobre esta base vuestra -le dijo al orko. Sus ojos
rojos se clavaron en los del humano con una expresión desafiante
llena de rabia.
Uno de los rabiosos negros estaba jadeando profundamente, pero
comenzó a calmarse mientras el capellán continuaba con
sus rezos. Poco después los Ángeles Sangrientos
habían amontonado a todos los orkos en el claro al norte de la
base y les habían prendido fuego con los lanzallamas. Una gran
pirámide verde de más de veinte metros se consumía
entre lenguas de fuego mientras los Ángeles Sangrientos
utilizaban la base para sanar a los heridos, antes de inmolarla como a
los orkos. El explorador Karpla, ahora repuesto gracias al sacerdote
sangriento Várem, se dirigía de vuelta a la base para
contactar con el cuartel imperial. Ahora que el sigilo era innecesario,
los tanques podían empezar a hacer carreteras arrasando los
árboles y los Dreadnoughts, Land Speeders, escuadrones de
motocicletas y exterminadores podrían encontrarse con ellos
allí para seguir explorando la zona norte hasta que llegaran las
tropas de jungla de la guardia imperial. Mientras tanto graves rugidos
de dolor salían de uno de los barracones mientras Aertes
intentaba convencer al niñato de que le contara todo lo que
sabía. Aertes aprendió técnicas de
interrogación de un capellán Ángel Oscuro que
él mismo rescató de un ataque eldar a una de sus bases en
el sistema Harimok. A pesar de que el Ángel Oscuro no
dejó de reprocharle su acción ni de decirle que nadie le
había pedido auxilio durante un largo rato, más tarde le
permitió presenciar el interrogatorio de un eldar capturado.
PLEGARIAS ESCUCHADAS
Algunos meses después, en el planeta Baal, hogar del
capítulo de los Ángeles Sangrientos, el Hermano
Capitán Tycho, comandante de la 3ª Compañía
de los Ángeles Sangrientos, se encontraba postrado de rodillas
ante la imponente imagen dorada de su Primarca situada al final de la
Capilla de Sanguinius.
- Mi señor Sanguinius, padre los Ángeles Sangrientos,
salvador del Emperador, os suplico que extendáis vuestras santas
alas sobre mí. Bendecidme con una nueva misión de combate
antes de que esta rabia acabe conmigo. Os pido que me otorguéis
un medio de desencadenar esta ansia de combate defendiendo todo lo que
vos defendisteis, a costa de mi vida si también es necesario, al
igual que vos disteis la vuestra...
Como siempre que no era reclamado a un campo de batalla, Tycho estaba
rezando a Sanguínius para que le fuera asignada una nueva
misión. Desde la segunda batalla de Armageddon contra los orkos,
su estado de ánimo empeoraba semana tras semana, y cada vez era
más difícil aguantar su sed de sangre enemiga. Al
levantar su rubia cabeza, se hizo visible la semimáscara dorada
que llevaba en el lado derecho de su cara, cortesía de un
señor de la guerra orko que por poco no le partió la
cabeza en dos, pero que le dejó una imborrable cicatriz. La
expresión de su cara era seria, pero humilde a la vez.
Varios Ángeles Sangrientos más, oficiales a juzgar por
los ornamentos dorados de sus servoarmaduras, ocupaban otros bancos
también de rodillas, rezando a su Primarca.
El sonido de una gran puerta al abrirse se oyó tras él.
Un sirviente vestido con una túnica blanca y marrón con
el símbolo de la gota alada entró en la Capilla con una
hermosa caja de madera que apenas podía sostener. Antes de
avanzar más, se detuvo y se puso de rodillas en el suelo del
santuario para después inclinarse hacia la estatua dorada. Tras
permanecer así unos momentos se levantó y se
acercó al Capitán Tycho.
- Disculpadme por interrumpir vuestras plegarias, señor, pero ha
llegado esto para vos con carácter muy urgente -el hombrecillo
le mostró un disco de datos- su contenido no nos ha sido
revelado. Puede que vuestras plegarias hayan obtenido respuesta.
La faz de Tycho no mostró cambio alguno. Permaneció unos
minutos más absorto en sus oraciones mientras el siervo le
aguardaba. Por fin, el Comandante de la 3ª Compañía
del Capítulo de los Ángeles Sangrientos se
incorporó. Su gran cuerpo ataviado con su armadura artesanal de
color bronce dorado le hacía parecer un titán al lado del
sirviente. Nunca se la quitaba, para no perder un sólo segundo
cuando le llamasen a una misión. Tycho tomó el disco.
- Esto también es para vos -continuó el siervo moviendo
ligeramente la gran caja- lo envía el Capitán Aertes, que
ya ha regresado a nuestra base en Horamnis tras su campaña
contra los orkos. El capitán ordenó que no se os
interrumpiera durante vuestras plegarias para que esto os fuera
entregado.
- Bien.
La voz de Tycho sonó grave e imponente incluso cuando
había hablado bajo por respeto al lugar donde estaban.
El Capitán salió de la Capilla por la puerta principal
acompañado por el siervo, llevaba la caja cogida por abajo con
una sola mano. Ambos se arrodillaron una última vez en
dirección a la imagen antes de salir. Una vez en la red de
pasillos de la base, Tycho se dirigió hacia la zona de
dormitorios, hacia sus aposentos, y el siervo se encaminó de
vuelta a la sala de comunicaciones. Tycho avanzaba con paso firme por
el pasillo ricamente decorado con cuadros y retratos de algunas de las
personalidades más importantes del capítulo; cada uno
bajo el símbolo de los Ángeles Sangrientos. Pasó
por delante de su propio retrato, pintado antes de que su cara quedase
desfigurada. Ni siquiera dirigió una mirada a su antes hermosa
faz.
Al llegar a sus aposentos; una gran habitación cuyas paredes,
techo y suelo mantenía en monótono color gris del
plastiacero de los pasillos de la zona de dormitorios, dejó la
caja sobre el escritorio de madera que utilizaba para escribir sus
informes de batalla y sus memorias de vez en cuando. Después
introdujo el disco en una ranura que había bajo una gran
pantalla empotrada en la pared y pulsó un botón. Mientras
la imagen tomaba forma tomó la butaca del escritorio para
sentarse frente a la pantalla.
La imagen al fin mostró a un Ángel Sangriento ataviado
con su servoarmadura roja. Los detalles y decorados en oro de la misma
le proclamaban como alguien importante.
- Saludos hermano capitán Tycho, soy el comandante de
ejército Epsanon, líder de nuestras fuerzas en la galaxia
Branam nombrado por nuestro ilustre señor, Dante. Vos
tenéis una larga experiencia de combate contra pielesverdes, no
cabe duda, y por ello habéis sido recomendado y elegido para
dirigir un ataque masivo al sistema Huna. Dicho sistema está
casi totalmente invadido por orkos, pero aún quedan algunos
focos de resistencia de la guardia imperial en dos de sus planetas. Os
ruego os presentéis lo antes posible con vuestra
compañía en la base espacial Macharius VI, desde donde
lanzaremos una ofensiva a estos dos planetas combinando nuestras
fuerzas con el 24º regimiento de rifles de Cadia la guardia
imperial que nos aguarda allí y varios oficiales de otros
Capítulos que están en camino con sus tropas. Hasta
pronto Capitán. Que el Emperador y Sanguinius guíen
nuestros pasos.
La imagen se extinguió. Tycho se dirigió
rápidamente a un panel en la pared con varios botones y un
comunicador que le podía poner en contacto con cualquier lugar
de la base o con toda ella en caso necesario. Su estado de
agitación era evidente. El capitán tecleó el
código que le permitiría ser escuchado hasta en el
último rincón de Baal.
- ¡Atención! ¡Atención! ¡A los hermanos
marines pertenecientes a la 3ª Compañía,
misión de emergencia! ¡Repito! ¡Misión de
emergencia para los hermanos marines pertenecientes a la 3ª
Compañía! ¡Esto no es un simulacro! ¡Que la
3ª Compañía al completo se presente de la zona de
despegue con el equipo dentro de veinte minutos, incluidos
vehículos y tropas de apoyo!
Antes de salir, Tycho miró a la caja y la abrió
apresuradamente. Dentro había algo tapado con un paño
blanco con una nota encima que decía:
SÉ QUE
VUESTRO ANIVERSARIO PASÓ HACE MESES HERMANO TYCHO, PERO
AQUÍ OS ENVÍO MI PRESENTE PARA VUESTRA COLECCIÓN
CAPITÁN AERTES
Al quitar el lienzo apareció la enorme cabeza disecada de un
orko. Tycho la cogió por la nuca y la sacó de la caja. Al
sacarla vio que estaba fijada a una peana de madera con una
pequeña placa dorada en la que había grabado:
“SEÑOR DE LA
GUERRA SLAMKUK”
Una leve sonrisa apareció en los labios del Hermano
Capitán Tycho. Aertes era un buen amigo además de un
camarada inestimable en la batalla.
Sin perder un segundo Tycho pulsó un interruptor y una de las
paredes de seis metros de largo y cuatro de alto se deslizó
hacia arriba, dejando al descubierto enormes repisas de color rojo
sangre que soportaban el peso de docenas de cabezas de algunos de los
señores de la guerra orkos más temidos. El color rojo de
aquella zona contrastaba fuertemente con el gris de las paredes. El
capitán colocó rápidamente su nueva pieza en un
lugar vacío, volvió a cerrar la pared y salió
rápidamente de sus aposentos en dirección a la
armería.
La armería tenía siete plantas conectadas con enormes
escaleras. Sus paredes estaban cubiertas de taquillas y vitrinas que
contenían las bendecidas armas de los Ángeles
Sangrientos. Algunos Ángeles Sangrientos de su
compañía estaban haciendo las comprobaciones finales de
sus armas pesadas mientras algunos Exterminadores salían por
otra puerta con pesados pasos de sus armaduras. Tycho pasó entre
los devastadores en dirección a su taquilla.
- Saludos, Capitán Tycho -dijo uno con un gesto marcial antes de
amartillar su bolter pesado- ¿Podéis decirnos cual es la
misión, señor?
Tycho no respondió. Abrió su taquilla, se quitó
los guanteletes ornamentales que llevaba y se puso sus guantes de
láseres digitales. A continuación sacó su
combiarma bolter-rifle de fusión y empezó a comprobarla
descargada y cargada.
Una vez con todo su equipo preparado, volvió la cabeza en
dirección al marine Devastador.
- ¿Qué importa eso mientras haya enemigos que aplastar?
–fue su cortante respuesta.
Al instante siguiente salió por la puerta por la que se
habían ido los Exterminadores. Los Devastadores se apresuraron
en preparar sus equipos y salieron tras él a paso ligero. Uno de
ellos dijo con aflicción:
- Ya ni siquiera le importa el objetivo de las misiones. Temo que la
Rabia Negra le esté consumiendo.
Uno de ellos asintió y le respondió:
- Nos consumirá a todos. Pero hasta que ocurra, he incluso
cuando ocurra, tenemos un deber que cumplir. Y el Hermano
Capitán Tycho nunca lo olvidará.
Por Aertes