La esbelta figura movía con gran habilidad su Castigador
ejecutando movimientos similares a las artes marciales. El arma,
parecida a una alabarda, se movía de un lado a otro y trazaba
brillantes arcos en el aire mientras el Íncubo intercalaba
patadas y puñetazos entre los movimientos.
El Íncubo, Ranxel, se encontraba en mitad de la arena
gladiatorial de Krakkos, una de las principales ciudades de Commorragh.
La arena no era más que un pozo de unos veinte metros cuadrados
con suelo de piedra y unos tres metros y medio de hondo. Las paredes
estaban saturadas de estacas y garfios preparadas para hacer que las
contiendas fueran más interesantes. Incluso las inmensas verjas
de unos tres metros cuadrados que comunicaban la arena con las
mazmorras del estadio estaban cubiertas de pinchos y garfios. En varios
lugares en mitad del pozo se alzaban más grupos de estacas como
pequeñas palmeras de metro y medio con afiladas hojas
metálicas dispuestas a ensartar y lacerar la carne de quien las
tocara. El Gran Íncubo empezó a dar volteretas, saltando
por encima de estos grupos de estacas sin temor alguno, y lanzando
más patadas y mandobles al aire con una increíble
precisión y sincronización. Su armadura parecía
ajustarse al milímetro a su cuerpo menos por unas largas
hombreras que sobresalían por encima de sus hombros. La armadura
era negra del cuello a los pies excepto en algunas partes como las
rodillas, los tobillos, los codos, las muñecas y la cintura,
donde tenía unos decorados en plata. Su yelmo le tapaba por
completo la cara y la cabeza pero tenía un aspecto siniestro; la
faz era púrpura, los ojos estaban entrecerrados, la boca era
alargada como la de un espectro, y de la parte posterior salía
un adorno en forma de cola de escorpión que se doblaba por
encima de la cabeza, apuntando hacia delante. El arma era completamente
plateada y cada movimiento reflejaba las luces de los focos del estadio
gladiatorial creando hermosos destellos alrededor del eldar oscuro.
|
Las gradas
de piedra del estadio estaban vacías a la espera de que
llegaran más esclavos para organizar nuevos juegos de lucha; sin
embargo, un grupo de eldars oscuros ataviados con la misma armadura de
Íncubo que Ranxel, negra y plateada con la faz del casco
púrpura,
observaba las evoluciones del estilo de su maestro en la arena; las
formas y siluetas de las armaduras permitían saber que tres de
ellos
eran mujeres.
Ranxel se detuvo durante unos momentos, luego miró al grupo de
Íncubos
y les hizo una señal para que bajaran al pozo. Las ocho figuras
dieron
ágiles saltos y volteretas, algunos se elevaron más dos
metros por
encima del suelo, para aterrizar entre los grupos de estacas de la
arena. Todos ellos llevaban Castigadores similares al de su maestro.
Sus espeluznantes caras como fantasmas fijaron sus ojos plateados en el
Gran Íncubo.
Ranxel les devolvió la mirada con el cuerpo de lado ellos y
sujetando
horizontalmente el Castigador con una mano. No se percibía ni un
solo
movimiento en su cuerpo, ni siquiera el de la respiración. Los
Íncubos
dieron rápidas volteretas entre los pinchos para rodearle; acto
seguido
dio comienzo el concurso por ver quien formaría parte de la
escolta del
comandante del Gran Íncubo. El primero de ellos
avanzó lentamente hacia él, y enseguida empezó a
correr dispuesto a acabar pronto el combate. Su maestro le
esperó
totalmente inmóvil, hasta que llegó a su altura; el
Castigador trazó un
amplio arco a la altura de la cintura, pero Ranxel saltó
verticalmente
y encogió las piernas de forma que el arma falló por
completo su golpe,
entonces Ranxel sacudió una violenta patada en la cabeza a su
oponente
y, en cuanto tocó el suelo con su otro pié, se
lanzó hacia delante para
atravesarlo. El discípulo evitó la muerte bloqueando el
golpe con su
arma, pero el maestro se la arrancó de las manos y volvió
al ataque
golpeándole con puños y pies durante varios segundos para
acabar con un
golpe con el mango del Castigador en la espalda que hizo caer
definitivamente a su alumno. Al instante siguiente se agachó,
evitando
por poco el intento de otro de cortarle la cabeza; desde el suelo
golpeó de nuevo con el mango del arma ambas piernas de su otro
agresor,
obligándole a agacharse, y le encajó un gancho en la
garganta que lo
lanzó a dos metros.El Íncubo cayó a pocos
centímetros de uno de los grupos de estacas; al
intentar levantarse Ranxel lanzó un tajo vertical sobre
él, pero pudo
bloquearlo poniendo su Castigador horizontal y dio una patada en el
pecho de su maestro que lo echó hacia atrás. Se
levantó de un brinco,
sin usar los brazos, y observó a su maestro durante el medio
segundo
que tardó en volver a atacarle; se movía con una
velocidad increíble,
lanzándole golpes con su arma y sus pies que a duras penas era
capaz de
bloquear. Ambos parecían estar ejecutando una curiosa danza,
pero el
empuje del maestro hacía retroceder al discípulo, que no
sabía que
justo tras él un puñado de enormes garfios aguardaba su
presa. Ranxel
amagó un tajo por la derecha y giró violentamente para
acabar con una
patada al pecho de su alumno, que acabó por estrellarse contra
los
garfios. A pesar de parecer firmemente sujetos, los ganchos eran
móviles y oscilaron y giraron en todas direcciones hasta
clavarse en el
cuerpo del Íncubo entre tintineos metálicos. Los afilados
pinchos no
atravesaron la armadura, pero sí se habían clavado en
ella impidiéndole
cualquier movimiento. El maestro preparó el golpe de gracia pero
se dio
cuenta de que otro Íncubo, una hembra esta vez, se había
colocado a su
derecha y se preparaba para abrirle en canal. Ranxel enganchó su
Castigador en la hoja del de su alumna pero ésta le
propinó una patada
en la cara que le hizo retroceder. La nueva contrincante, aún
con su
arma enganchada con la de su maestro, giró su cuerpo para darle
otra
patada, pero Ranxel la cogió por el tobillo y le dio dos
rápidas
patadas, una en la otra pierna que la obligó a hincar la rodilla
y otra
en la espalda, para acabar con un giro a la izquierda, lanzando otra
patada a la cara que impactó de lleno en el objetivo. La alumna
rodó
dos metros por el suelo has quedar tendida boca abajo.
Los demás discípulos de Ranxel
continuaron atacándole. Mientras, en uno de los tenebrosos
pasillos que
recorrían el recinto, una figura cubierta por completo con una
capa de
oscuro terciopelo púrpura aguardaba pacientemente mirando al
suelo
cerca de una de las entradas a las gradas. Era Shaqueel, la Arconte a
la que Ranxel servía como guardaespaldas, y estaba esperando a
que éste
seleccionase a los que formarían su nueva escolta. Hace poco
más de
tres meses ella no era más que una Draconte bajo el mando del
Arconte
Graranak. La Cábala de las Cuchillas de las Sombras iba a lanzar
una
incursión a una base imperial custodiada por esos humanos que se
hacen
llamar “Ángeles Sangrientos”. Ella debía encabezar un
ataque frontal
directamente hacia el recinto fortificado mientras Graranak intentaba
asaltarlo por un flanco aprovechando su movimiento de
distracción. Ella
sabía que ese ataque no sólo era para distraer al
enemigo, sino para
librarse de ella y de su ansia por el puesto de Arconte. Tras un
intenso combate en el que lograron invadir la base, Graranak
murió
enzarzado en un combate cuerpo a cuerpo con el comandante humano;
Shaqueel pudo haberlo evitado, ganándose la confianza y las
recompensas
de su Arconte, pero el ascenso que su muerte suponía le
pareció más
atractivo. Junto a ella, un eldar de aspecto desagradable
permanecía de
pie; su piel era de un tono pálido ligeramente verdoso y el
pellejo de
su rostro parecía haber sido estirado hacia atrás, su
cuerpo estaba
cubierto por una túnica de telas negras, su cara era alargada y
reflejaba una extraña expresión que le hacía
parecer un demente a
juzgar por sus oscuros ojos. Éste era Hoo’Gaan, un
Hemónculo que
llevaba bastante tiempo sirviendo a Shaqueel, desde que era una
Draconte del más bajo rango. Shaqueel siempre mantenía a
Hoo’Gaan bien
provisto de “materia prima” para sus investigaciones a cambio de que
éste le enseñara métodos de causar dolor y zonas
del cuerpo de sus
prisioneros donde un solo golpe puede resultar letal. La Arconte
jugeteaba con el amuleto que llevaba colgado al cuello: un gran ojo
extraído de la inerte cabeza de una criatura tiránida. Un
grito de
dolor procedente de la arena inundó los pasillos. Ninguno de los
dos se
asomó a la entrada; los asuntos de los Íncubos
sólo conciernen a los
Íncubos, y si un comandante no sabe respetar esto puede perder
sus
servicios.
Uno de los alumnos retrocedió unos pasos con la mano en un
costado; de
entre sus dedos goteaba sangre. Ranxel se había cansado de
jugar. Había
llegado el momento de que sus alumnos supieran qué les ocurre a
aquellos Íncubos que no son dignos de formar parte de la escolta
de su
Arconte. La chica eldar que le había impedido rematar al que se
había
enganchado en los garfios intentó ensartarle por detrás,
pero él se
percató de ello mucho antes y dio una sorprendente voltereta,
pasando
por encima de su atacante y a muy poca distancia de su arma. En cuanto
tocó el suelo le atravesó la espalda con dos
rápidas estocadas. La
Íncubo se miró el pecho y vio cómo la hoja del
Castigador de su maestro
sobresalía justo en el sitio del corazón; al instante
siguiente todo su
cuerpo quedó completamente laxo, colgando del arma del Gran
Íncubo.
Ranxel se retiró y el cuerpo inerte se desplomó llenando
todo el suelo
a su alrededor de sangre.
Los otros alumnos no se sorprendieron en absoluto de esta
demostración
de su maestro. Todos ellos ya habían servido a las
órdenes de varios
Dracontes y Arcontes y sabían perfectamente a lo que se
exponían cada
vez que aspiraban a ser la escolta de un Arconte de mayor rango. Tres
Íncubos se acercaron a la vez. Ranxel los esperó durante
un instante y
luego pasó a tomar la iniciativa. Esquivó el tajo del
primero y bloqueó
el del segundo para darle un puñetazo de revés. El
tercero le atacó,
pero el maestro detuvo su arma con la mano y dio una voltereta, pasando
por su lado y encajándole una patada en la cara que le hizo
girar en el
aire antes de caer. Ranxel le arrebató su Castigador y lo
lanzó como
una jabalina contra uno de los otros dos que quedaban en pié. En
el
tiempo que el alumno necesitó para evitar que el arma le
ensartase,
Ranxel se abalanzó sobre la otra. Ambos comenzaron a mover sus
armas de
forma alocada, bloqueando los tajos y estocadas del adversario. La
Íncubo hizo un salto giratorio para darle una patada en la
cabeza,
Ranxel la esquivó y la alumna, aún en el aire, le
lanzó un golpe con su
Castigador que el maestro bloqueó a duras penas. Continuaron con
aquella danza, en la que un error significaba la muerte a manos de tu
pareja. Las hojas de los Castigadores creaban fugaces destellos
alrededor de los contendientes. Ranxel no estaba jugando esta vez;
aquella alumna suya sí que era un rival realmente
difícil. Finalmente,
el Gran Íncubo bloqueó un tajo por la izquierda,
agarró el mango del
arma y pateó tres veces el abdomen de la alumna; la eldar detuvo
la
cuarta patada con un brazo, pero con ello soltó una mano del
Castigador
y Ranxel le retorció el arma. Con una mano no podía hacer
la fuerza
suficiente y el dolor de su hombro la obligó a agacharse,
momento en
que su maestro hizo un salto giratorio y le dio una violenta patada en
la nuca que la estrelló contra el suelo. La protección
del yelmo
impidió que la base de su cráneo se quebrara y
sólo se desvaneció por
unos momentos.
|
La Íncubo sólo sentía dolor. Sus ojos estaban
abiertos dentro de su yelmo pero sólo veía destellos
luminosos y una mancha borrosa. Intentó mover un brazo pero todo
su cuerpo estaba como adormilado. Al volver en sí, vio que su
maestro le estaba haciendo señas para que se levantase, los
otros alumnos también se habían detenido. Ella estaba
mareada y tuvo que ayudarse con su Castigador. Cuando estuvo en
pié vio que Ranxel seguía haciéndole señas,
pero no para levantarse, sino para que saliera del pozo. Eso
significaba que había pasado la prueba. Sin mediar palabra, se
volvió y salió del pozo con una voltereta, utilizando el
Castigador como pértiga, y se sentó de nuevo en la grada.
Se llevó la mano a la nuca pero el dolor la hizo apartarla
rápidamente.
Los cinco restantes se lanzaron sobre su maestro a la vez.
Completamente rodeado, Ranxel saltó por encima de ellos y se
alejó del grupo, pero quedó acorralado en una esquina
rodeado de las estacas que sobresalían de la pared. Ellos dieron
más saltos entre los grupos de pinchos intentando cercarle. Uno
de ellos se lanzó a la carga contra él; el alumno
saltó y dirigió el filo del arma a la cabeza del maestro.
Ranxel se sintió defraudado ante un ataque tan patético,
bloqueó el arma de forma que su filo pasó por encima de
él y el torso del Íncubo quedó desprotegido. De un
rodillazo en el abdomen le obligó a agacharse y acto seguido le
cortó la cabeza.
Dos más se acercaron a él. El Gran Íncubo se
movió con una velocidad inimaginable, lanzando a uno al suelo
con una llave agarrándole del hombro, y bloqueando el tajo del
otro. Enseguida comenzó otro intercambio de tajos y bloqueos,
pero éste duró mucho menos que el anterior; Ranxel
observó que éste era un rival demasiado fácil y la
vida de su Arconte no podía depender de un enclenque. Al
bloquear un tajo, el maestro dio un puñetazo a la cabeza de su
alumno seguido de dos patadas giratorias que le hicieron perder el
equilibrio. Con todas sus fuerzas, Ranxel dio un brinco lateral hacia
el eldar que culminó en una patada. La fuerza del golpe le
mandó por el aire hacia una pared, en la que acabó
ensartándose como un trozo de carne en los colmillos de una
bestia. El otro Íncubo lanzó un tajo vertical sobre el
yelmo de su maestro desde atrás, él lo bloqueó
poniendo su arma horizontal sobre su cabeza y después le
golpeó con el mango en la cintura para acabar girando su cuerpo
y lanzándole un tajo al cuerpo. El eldar bloqueó el golpe
pero la fuerza del mismo le hizo retroceder.
Durante varios minutos más el Gran Íncubo continuó
examinando a sus alumnos. Ya había matado a tres, los que
él vio más débiles o menos hábiles en
combate. Los protectores de su Arconte debían ser verdaderos
guerreros y, de momento, sólo una de ellos había pasado
la prueba demostrando sus excelentes capacidades de combate.
Tras un largo rato de intensos combates, dos Íncubos más
habían sido enviados junto a la primera que pasó el
examen. El Íncubo herido en el costado quedó desarmado
cuando su Castigador fue a parar a varios metros con su mano aún
agarrada a él. Al instante siguiente su torso estaba mutilado
por dos enormes heridas que lo atravesaban de lado a lado y su cuerpo
se desplomó de espaldas. Ya sólo quedaban una
Íncubo y el desdichado que seguía firmemente sujeto por
el grupo de garfios, el cual ya estaba descartado.
La última aspirante intentó golpear el pecho de su
maestro con su arma, Ranxel bloqueó el golpe con facilidad, pero
la alumna enganchó la hoja de su arma en la de su maestro y le
pateó en un lado de la cabeza con tal rapidez y fuerza que el
maestro soltó una de sus manos del Castigador. Ella ni siquiera
bajó la pierna cuando le sacudió una segunda patada, esta
vez en plena cara, y tiró del arma hasta que el Castigador de
Ranxel salió despedido. La alumna no quiso darle ni un momento
de respiro y comenzó a mover su arma de un lado a otro
intentando cortarle; Ranxel flexionaba la cintura esquivando por poco
los mortales golpes que le lanzaban y tuvo que dar varias volteretas
hacia atrás para alejarse de su adversaria ante su evidente
desventaja. La joven eldar ejecutó varias volteretas laterales y
culminó con un gran salto, que excedió sobradamente los
dos metros y medio de altura, justo por encima de su maestro para
colocarse a su espalda. Desde esta posición aventajada
intentó atravesarle, pero Ranxel se dió la vuelta en
menos de un parpadeo, desvió la hoja del Castigador con un codo
y la golpeó en la cabeza con el otro puño. Ejecutó
un combinación de puñetazos y patadas que no la
dejó reaccionar. El Castigador de la alumna le fue arrancado de
las manos, de modo que ahora la situación había pasado a
combate sin armas.
Ranxel no podía creer que un simple alumno pudiera desarmarle en
combate singular, y eso le enfureció. Durante unos minutos
estuvo lanzando puñetazos y patadas a la Íncubo, sin
embargo y para su sorpresa, ella bloqueaba efectivamente casi todos sus
golpes y esquivaba los que no podía detener. Con su odio
creciendo a cada instante, Ranxel creía estar en una pesadilla;
nadie era capaz de evitar que él le golpease. Nadie.
La danza en la que se convirtió el combate estaba siendo
agotadora. Ambos Íncubos jadeaban por la falta de aliento y sus
movimientos perdían agilidad y velocidad sin que acabara de
destacarse un vencedor claro. Los tres Íncubos de las gradas
hablaban entre ellos, igualmente impresionados por las habilidades en
artes marciales de aquella camarada suya. Al fin, tras otro intenso
intercambio de golpes, Ranxel lanzó un puñetazo
directamente al cuello de la alumna, pero ella le agarró la
muñeca con ambas manos y la torció hacia fuera. El
maestro creyó que se le rompía y arqueó el cuerpo
para reducir la tensión, entonces ella le puso la zancadilla y
Ranxel, el Gran Íncubo, se vio obligado a dar una voltereta y
cayó de espaldas.
El sonido de su espalda golpeando el suelo de piedra retumbó en
la bóveda de la arena. La alumna no se atrevió a atacarle
pese a estar en el suelo y se limitó a esperarle en
posición de combate dando un par de pasos atrás. Ranxel
permaneció unos instantes de espaldas, mirando al cóncavo
techado del estadio e intentando recobrar el aliento, tranquilo.
Intentó recordar a cuántos enemigos había
derrotado sin que éstos hubieran sido capaces de propinarle un
solo arañazo. No pudo recordar el número. Cien...
doscientos... Y ahora una de sus alumnas había conseguido lo que
muy pocos de sus enemigos habían conseguido. ¡Una
Íncubo llegada de una Cábala inferior le había
tumbado!. Y no había sido un golpe de suerte porque
también había sostenido un duro combate. El odio que
antes sentía por ella se convirtió en admiración.
Se levantó lentamente, como si hubiera llegado a una
conclusión después de estar horas meditando. Miró
a la Íncubo completamente erguido, ella seguía en
posición de combate, su respiración denotaba un gran
cansancio y sus miembros parecían de plomo, pero estaba
dispuesta a seguir. La miró detenidamente por primera vez. Las
formas de su armadura eran las de una eldar esbelta, normal.
El que se había quedado enganchado en los garfios seguía
allí, intentando zafarse inútilmente entre gemidos de
dolor. Sus intentos habían hecho que los pinchos atravesaran la
armadura, clavándosele profundamente en la carne. Ahora
verdaderos ríos de sangre manaban de los lugares donde los
garfios le mantenían sujeto. Ranxel recogió su arma y
pasó por su lado sin ni siquiera mirarle. La Íncubo
siguió los pasos de su maestro; saltando fuera de la arena y
encaminándose a una de las entradas. El alumno quedó
abandonado en la arena, con docenas de púas lacerando su piel
que hacían que cada movimiento se convirtiera en un infierno de
dolor.
El estadio por fuera era una visión aterradora para todo aquel
que no fuera un eldar oscuro. Su fachada circular era de piedra negra
como la noche y estaba rematada en varios lugares con
larguísimas estacas, cadenas y garfios que aún soportaban
los cuerpos de los esclavos orkos muertos en el espectáculo
anterior. Por una de las entradas aparecieron Shaqueel, Hoo’Gaan,
Ranxel y los cuatro Íncubos. La Arconte permanecía
envuelta en su capa y sólo su casco rojo, negro y dorado
permanecía visible.
- Habéis pasado con éxito la prueba -dijo Ranxel
dirigiéndose a los Íncubos- desde este momento
seréis responsables de la seguridad de nuestra Arconte Shaqueel.
Será mejor que no fracaséis, porque no quisiera tener que
privar a nuestra Arconte de ninguno de sus nuevos Íncubos
-miró a la Íncubo que le había tumbado; su actitud
era tanto o más respetuosa que la de los demás. No era de
extrañar, ya que el código de los Íncubos no
representa tantísima traición como la de los demás
eldars oscuros.
- Ahora estoy esperando la vuelta de una de mis partidas de caza -dijo
la Arconte- tienen órdenes de traer prisioneros para organizar
nuevos juegos gladiatoriales. Me interesa reclutar a las Brujas que
luchan en este estadio. Esperaremos su regreso y podremos divertirnos
un poco con los esclavos.
Todos presentaron sus respetos a su Arconte Shaqueel.
JUEGOS GLADIATORIALES
- ¡SÍ! ¡JA JA JA!
El público se lo estaba pasando en grande con el programa.
Habían pasado dos semanas en Commorragh desde que los
Íncubos de Ranxel se habían sometido al macabro concurso.
Los incursores de Shaqueel habían regresado de su primera
misión bajo el mando de la nueva Arconte. El comandante de esta
incursión fue Yag’Hagak, un Draconte que ya era de rango
inferior a Shaqueel cuando ella era Draconte, y que había
ascendido ante la vacante dejada por ella cuando ocupó el puesto
de Arconte de la Cábala. Shaqueel y Yag’Hagak estaban sentados
en los tronos situados en el palco de honor; un lugar reservado a los
comandantes y personajes carismáticos que quisieran ver los
espectáculos. El palco medía veinte metros de lado a lado
y tenía seis tronos para cualquiera de estos personajes que
quisiera asistir, incluidas sus escoltas y otros invitados. La Arconte
estaba envuelta en su capa de terciopelo púrpura oscuro.
Alrededor de ella, los Íncubos estaba de pié y prestaban
más atención a su deber de proteger a Shaqueel que al
espectáculo de la arena. Por detrás, Hoo’Gaan le
explicaba cómo reaccionarían los esclavos si se les
golpease en diversas partes del cuerpo. El estadio estaba abarrotado y
era difícil escuchar. Un Arconte de otra cábala estaba
sentado en el trono contiguo al de Shaqueel, a unos diez metros. Su
armadura era azul y brillaba como el metal lustrado. Los guerreros que
le servían de escolta estaban sentados en los asientos alrededor
del trono. Uno de los Íncubos de Shaqueel no les quitaba ojo de
encima.
El grito de veinte mil eldars oscuros volvió a resonar por toda
la arena cuando otro esclavo fue mutilado por las Brujas. Aquella noche
las Brujas del Culto al Degollamiento estaban ofreciendo un excelente
programa de desgarros y magulladuras, cebándose en los esclavos
humanos que habían traído los incursores de las Cuchillas
de las Sombras. Los gladiadores eran hombres y mujeres pero, dado que
el género no es más que una diferencia física para
los eldars oscuros, eran llamados igualmente como Brujas. Sus atuendos
eran muy simples y escasos: unas pocas placas de armadura dispersas por
sus cuerpos era todo lo que llevaban. Algunas llevaban hombreras,
otras, brazaletes con pinchos, y algunas llevaban un brazo o una pierna
completamente cubierta de metal, como si fuera un pedazo de armadura al
que le falta en resto; pero la mayor parte de sus cuerpos estaban
desnudos, con sus pálidas pieles al descubierto en un acto de
arrogancia y desprecio hacia las habilidades de combate de sus
enemigos. La mayoría estaban armadas con una Pistola Cristalina
y un arma de combate cuerpo a cuerpo, que podía ser un
látigo con púas o una afilada cuchilla. Lo que no faltaba
en ninguno de ellos era un fino y oscuro tubo que salía de la
espalda de sus “armaduras” y penetraba en sus cuerpos por el ombligo.
Los esclavos que se utilizaban como entretenimiento aquella noche eran
humanos de la Guardia Imperial, más débiles que los
orkos, pero más fáciles de capturar y las Brujas
podían lucirse ejecutando sus mejores golpes contra ellos.
Se hizo un leve descanso mientras traían más esclavos.
- ¿Cuántas bajas habéis sufrido? -preguntó
Shaqueel a Yag’Hagak sin quitar la vista de la arena.
- Unas cuantas, mi Arconte. Tenían muchas armas pesadas en
posiciones bastante defendidas pero en cuanto las Mandrágoras
les distrajeron pudimos lanzarnos al asalto. Estos humanos no son
enemigos demasiado duros; son mucho más interesantes los que
llegaron luego para intentar detenernos... los de las armaduras...
Marines Espaciales creo que se hacen llamar.
- Estoy de acuerdo. Pero también es interesante tener a estos
humanos inferiores como esclavos. Son casi idénticos a los otros
y podemos aprender sus puntos débiles de estos. ¿No es
cierto Hoo’Gaan?
- Es muy probable, mi Arconte -respondió el Hemónculo. Su
voz era ligeramente chillona y desagradable, como su cara-. Sin
embargo, aunque los otros humanos sin duda se derivan de éstos,
son mucho más “completos”. Quiero decir que un golpe que
dejaría paralizado a uno de ésos -señaló
con un dedo huesudo a los esclavos que estaban entrando por una puerta
situada al nivel de la arena- sólo causaría un leve dolor
a los otros. Al menos eso tengo entendido.
- Hmm -Shaqueel meditó unos momentos-. Entonces nuestra
próxima incursión estará dirigida a esos Marines
Espaciales.
A Hoo’Gaan se le iluminaron los ojos con la alegría de un
niño que abre la caja de su nuevo juguete.
- Sería estupendo -dijo-. Nunca había tenido uno de esos;
su disección sería de lo más estimulante -su boca
se arqueó en una expresión similar a una sonrisa, pero
con una connotación muy siniestra.
- Si -convino Yag’Hagak-. Nunca me he enfrentado a los humanos de las
armaduras; sería un cambio agradable después de haberme
pasado meses y meses buscando orkos para Graranak. Con un poco de
suerte permanecerán un tiempo donde tuvo lugar mi batalla;
podríamos atraparles allí. Pero los rumores sobre ellos
les presentan como unos rivales difíciles de verdad. Esto
supondrá un verdadero reto.
- Nos prepararemos convenientemente -respondió Shaqueel.
Hoo’Gaan y Yag’Hagak la estaban mirando pero ella siguió
observando a las Brujas-. ¿Cuándo estará listo ese
proyecto en que estáis trabajando tu y tus siervos, Hoo’Gaan?
- Ya está acabado, mi Arconte. Yo mismo le dí los toques
finales antes de reunirme aquí contigo. Ya no tendrás que
preocuparte por los blindajes o armaduras de los enemigos, tu Talos
destrozará todo lo que se te oponga.
Mientras tanto las cinco Brujas que estaban luchando habían
acabado con los siete humanos que les habían soltado. Un cuerpo
humano estaba atrapado en un manojo de garfios que brotaba del suelo de
piedra de la arena gladiatorial. Aún seguía vivo, a
juzgar por los leves espasmos de su cuerpo, mientras los grandes
garfios desgarraban su piel y su carne. El público rompió
a reír con aquel humano. Una de ellas se puso frente al palco de
honor e inclinó su Empalador hacia la Arconte,
brindándole a ella las muertes, mutilaciones y, en suma, en
espectáculo que estaban ofreciendo. La Arconte asintió
con la cabeza como respuesta.
- Tráelo -dijo Shaqueel a Hoo’Gaan.
- ¿Cómo dices, mi Arconte? -la orden de Shaqueel
cogió por sorpresa al Hemónculo.
- El Talos. Tráelo aquí. Quiero verlo.
- Oh... bien... Pero tardaré unos momentos en traerlo, mi
Arconte.
- De acuerdo, yo me encargaré de entretener al público.
Hoo’Gaan salió por la entrada al palco. Shaqueel tomó el
micrófono instalado delante del trono. Todos los demás
tronos tenían uno igual. Conectó con los carceleros del
estadio y preguntó cuántos esclavos quedaban. El aparato
respondió que sólo quedaban veintitrés humanos
para el espectáculo. Ella ordenó que soltaran diez.
- Ranxel -la Arconte llamó a su Gran Íncubo- elige a uno
de tus alumnos y que nos dé un buen espectáculo.
Ranxel asintió. Echó una ojeada a los otros
Íncubos y se quedó mirando a una de las hembras; la que
le había derribado. Tras el concurso de Íncubos Ranxel se
enteró de que ella había sido la Gran Íncubo de su
Cábala y una formidable luchadora. Permaneció bastante
tiempo bajo las órdenes de la débil Cábala del
Látigo Flagelante por causas desconocidas.
El público dejó de gritar cuando uno de los
Íncubos de la escolta de la Arconte que aquella noche
presidía los juegos saltó a la arena. Su cuerpo de mujer
era negro como la noche debido a la armadura y en la cara
púrpura de su yelmo resaltaban sus ojos plateados. Momentos
después se abrió la gran verja de donde debían
salir los esclavos y diez humanos fueron empujados a la arena.
Sólo llevaban unos pantalones verdes y botas negras, lo que les
habían dejado los carceleros.
La Íncubo tomó su Castigador y extendió el mango
hasta que el arma alcanzó más de metro y medio de
longitud. Avanzó hacia los humanos con paso seguro. Los humanos
por su parte comprendían su situación y sabían que
no iban a salir de aquel matadero con vida, de modo que se dispusieron
a causar tanto daño como pudieran. Antes de ser capturados
sirvieron al emperador en la Guardia Imperial como Tropas de Choque de
Cadia y aún les quedaba aliento suficiente como para matar a
algunos eldars oscuros.
Fuera del estadio, el Hemónculo ya había dado la orden
por su comunicador de que le trajeran el Talos que acababa de construir
y esperaba ansioso su llegada. Si la Arconte quedaba agraciada, y
estaba seguro de que se impresionaría con su obra, le
pediría uno de sus proyectos más anhelados: poder hacerse
con una escolta de Grotescos, como su antiguo mentor e ídolo
Urien Rakarth.
De vuelta en la arena, un humano yacía tumbado con ambas piernas
segadas y una profunda herida en el corazón; otro estaba
empalado cabeza abajo en las estacas que sobresalían de las
paredes de la arena. El suelo estaba cubierto de sangre seca tras horas
de mutilaciones. Los humanos parecían extraños blandiendo
armas eldars, aunque de poco les servían ya que sus habilidades
de lucha eran bastante mediocres ante las artes de la Íncubo.
Los humanos la rodearon y se acercaron poco a poco. Ella se
acercó a uno de ellos, el humano intentó ensartarla con
un Empalador. Ella Dio una voltereta por encima de él y al
aterrizar a su espalda le partió en dos de arriba a abajo. Al
instante siguiente lanzó un tajo horizontal hacia el humano de
al lado, que se desplomó mientras su cabeza salía volando
hacia las gradas. Un eldar joven la atrapó con ambas manos y se
hechó a reír junto con el resto del público al que
la sangre salpicó. Los otros humanos se lanzaron a por ella. El
primero intentó golpearla en la cara; ella se agachó y le
atravesó el abdomen. El tajo de un segundo humano la
alcanzó en el costado, pero la armadura de Íncubo la
protegió del ataque. El humano gritó de dolor cuando su
mano cayó cercenada al suelo.
El Hemónculo apareció de nuevo en el palco y le dijo algo
a la Arconte, que asintió.
Dos humanos consiguieron sujetar a la Íncubo por los brazos.
Otro cogió su arma y se dispuso a ensartarla. Entonces, el
humano comprendió que el adorno en forma de cola de
escorpión del casco de aquella eldar oscuro no era solamente un
adorno. El aguijón escupió una pequeña andanada de
cristales que penetraron hondamente en la carne de su pecho. Su cuerpo
cayó de espaldas, de sus heridas manaba sangre copiosamente y
las toxinas de los cristales le produjeron un ataque de brutales
espasmos por todo el cuerpo. La Íncubo dio una voltereta hacia
atrás y los otros humanos no pudieron sujetar su brazos. Al
aterrizar dio un giro completo a su cuerpo, propinando un
puñetazo a uno y una patada al otro, y al acabar apoyó
ambas manos en el suelo, agarrando su Castigador, para dar una
voltereta y ponerse en pié de nuevo.
Los otros dos humanos se incorporaron y se dieron cuenta de que
quedaban cuatro más con vida mientras se levantaban del suelo,
aunque todos con moratones y magulladuras allí donde la
Íncubo había golpeado. ¡Aquel demonio había
matado en solitario a más de cinco!. Cuando se dispuso a seguir
con la masacre, la Íncubo se detuvo al oír que la Arconte
de ordenaba volver al palco. Ella salió de la arena de un salto
y en dos brincos más volvió a estar junto a Shaqueel. Sus
movimientos no denotaban un excesivo cansancio. El público se
mostró sorprendido de que saliera sin haber acabado con todos
sus rivales.
La verja de los esclavos se abrió de nuevo y por ella
aparecieron trece humanos más, que se reunieron con los que
quedaban en la arena. Acto seguido se abrió la otra verja, por
la que salían las Brujas.
Una enorme pinza metálica de más de un metro
surgió de la oscuridad interior de la puerta. La parte mayor era
negra, la menor púrpura. Al avanzar la criatura apareció
una segunda pinza seguida de una enorme cabeza triangular. Sin ojos ni
ninguna otra imperfección de su superficie lisa, sólo
unas cadenas que colgaban de argollas y dos cuchillas móviles
por debajo a modo de mandíbulas. Por fin, el Talos que Hoo’Gaan
había acabado hacía sólo unas horas entró
del todo en la arena. Su forma era muy similar a un escorpión
sólo que, además de las dos enormes pinzas anteriores, no
tenía ni una pata más. Su oscuro cuerpo negro y
púrpura flotaba incomprensiblemente sobre la arena gladiatorial.
Una larga cola se levantaba en vertical sosteniendo en su extremo dos
cañones gemelos de aspecto devastador. En el lugar en el que
esta cola se unía al cuerpo, un eldar oscuro aparecía
atado a ella con su cuerpo semienterrado en el de la bestia
metálica. Sus brazos estaban sujetos a la cola, y de ésta
surgía una especie de casco que le cubría por completo la
cabeza. El extraño jinete tenía el cuerpo despellejado y
sus músculos rojizos estaban expuestos al aire. Estaba vivo sin
duda, sin embargo no se movía, ni intentaba liberarse.
Parecía más un adorno grotesco que el piloto del Talos.
Empezaron a oírse exclamaciones de asombro entre el
público. Shaqueel se inclinó hacia delante observando
aquella creación de su Hemónculo. La criatura
lucía los colores negro y púrpura de la Cábala
excepto por lo rojo del cuerpo del piloto. Sus dos pinzas
parecían capaces de despedazar a cualquiera de los
vehículos alienígenas que ella había visto.
- ¿No es una belleza, mi Arconte? -preguntó el
Hemónculo.
- Su aspecto resultará sin duda impresionante para nuestros
enemigos -respondió ella-. Vamos, muéstranos de lo que es
capaz.
- No soy yo quien debe hacerlo, mi Arconte, sino tú. Este Talos
obedecerá tus órdenes como un miembro más de la
Cábala de las Cuchillas de las Sombras.
Shaqueel le miró a la cara y luego miró al Talos. Los
humanos se mantenían lo más lejos posible de aquel
monstruo. La Arconte se levantó del trono y gritó.
- ¡Talos! ¡Acaba con los humanos!
La cabeza del jinete se movió, devolviendo la mirada a su
Arconte. Acto seguido fijó los ojos plateados de su casco negro
en el grupo de humanos que tenía delante. Uno de ellos
intentó escalar las estacas de la pared para huir de él
pero el público lo volvió a lanzar a la arena. El
monstruoso cuerpo del Talos avanzó muy lentamente hacia ellos.
Su parte inferior no mostraba indicios de motores ni nada parecido;
sólo segmentos de blindaje superpuestos, como la piel de una
oruga, cuyos colores intercalaban el negro y el púrpura. Se
elevó un poco más para pasar por encima de los grupos de
pinchos mientras iba cercando más y más a sus
víctimas. Entonces los cañones gemelos de la cola
dispararon una andanada de proyectiles de izquierda a derecha,
emitiendo un sonido rítmico muy fuerte que sorprendió a
todos los asistentes. Los cuatro humanos más cercanos fueron
barridos por la lluvia de disparos y cayeron al suelo o se clavaron en
las estacas. Los otros gritaron horrorizados ante la bestia que se les
acercaba.
El público empezó a gritar vítores y
aplaudió sonoramente aquel primer acto del Talos. El jinete dio
muestras de agitación y su respiración se hizo más
profunda mientras miraba los cuerpos destrozados de los humanos
repartidos por todo el suelo. La velocidad del monstruo aumentó
mientras se lanzaba a la carga contra el grupo de la derecha, que
intentó evitar su proximidad desesperadamente. Las poderosas
garras se cerraron sobre las cinturas de dos de ellos mientras los
demás corrían como locos por la arena. La garra izquierda
aumentó su presión lentamente. La sangre del humano
empezó a salpicar la pinza de rojo y los gritos de pánico
se convirtieron en aullidos de dolor. El jinete parecía
extasiado con el sufrimiento del humano, aunque la expresión de
su cara no se podía deducir bajo aquel yelmo. Un brusco
apretón final partió aquel frágil cuerpo en dos.
El humano mantenido en la otra pinza quedó horrorizado al ver
las dos mitades del cuerpo caer al suelo mientras el público
reía y disfrutaba. El jinete le miró a él ahora, e
hizo que la pinza acercara su cabeza a las mandíbulas que
sobresalían por debajo del escudo de la cabeza del Talos. Los
intentos de librarse y las súplicas no impidieron que aquellas
dos cuchillas atraparan su cabeza y la aplastaran como si fuera un vaso
de barro. El crujido del cráneo humano al partirse volvió
loco al público, al igual que la visión de los restos
ensangrentados cayendo por debajo de las mandíbulas.
El jinete se agitaba sobre su montura, como si el sufrimiento y el
miedo de sus rivales le volvieran loco de placer. El cuerpo inerte
cayó al abrirse la pinza con restos de la cabeza destrozada
aún sujetos al cuello. El Talos se lanzó a la carga
contra los humanos restantes flotando sobre los obstáculos que
les impedían huir fácilmente de él.
Más gritos de dolor. La agonía y la angustia casi eran
palpables en el ambiente mientras el Talos manipulaba a un humano como
un demente Hemónculo.
Shaqueel y Yag’Hagak estaban muy sorprendidos. Hoo’Gaan se frotaba las
manos mirando las evoluciones de su creación. La Arconte le
llamó la atención.
- ¿Quién el...? -movió la mano hacia el jinete del
Talos buscando la palabra adecuada- ...el que está sujeto a la
cola, ¿quién es?.
- Es uno de tus guerreros, mi Arconte. ¿Recuerdas que me
entregaste a aquella escuadra que incumplió tus órdenes
en una incursión contra los tiránidos? -la Arconte
asintió- pues él es el Alástor al mando de la
escuadra.
- ¡¿El Alastor traidor?! -dijo ella.
- Sí. Mediante nuestros tratamientos le hemos borrado la
memoria. ¡Debo decir que el proceso de borrado de memoria es muy
estimulante!. Ahora él es el Talos, y el Talos es él. En
su mente sólo hay el deseo de causar dolor y sufrimiento a tus
enemigos. Ya no huirá del campo de batalla, sólo quiere
obedecer tus órdenes y desea a cada segundo que esas
órdenes sean masacrar enemigos. Sin miedo ni impresiones; lo
único que siente es el placer que el sufrimiento de sus
víctimas le proporciona.
- Es muy impresionante lo que has conseguido, Hoo’Gaan.
- Sólo para servirte, mi Arconte. En cuanto al resto de la
escuadra, aún están intactos. Los mantengo en reserva.
¿Tenéis algo especial en mente para ellos?
- Haz lo que te plazca, aunque será mejor algo que nos sirva
para nuestra próxima incursión contra los humanos de las
armaduras. Tómate tu tiempo, porque no volveremos a donde
Yag’Hagak capturó a éstos -Yag’Hagak se volvió
hacia Shaqueel- debemos prepararnos convenientemente, no con prisas
-continuó la Arconte mirando al Draconte.
- En ese caso, yo me inclinaría por unos Grotescos. No
tardaré mucho y ya tengo toda la materia prima necesaria -dijo
Hoo’Gaan.
- Bien.
El Talos aún estaba torturando al último de los humanos,
manejándolo entre sus enormes garras como si fuera un
muñeco. El público gritó entusiasmado cuando el
cuerpo del humano se deshizo entre bruscos movimientos de sus pinzas y
empezaron a gritar el nombre de su Cábala. Tras unos minutos de
aplausos y vítores el Talos salió de la arena por donde
había entrado y los enormes focos superiores se apagaron;
señal de que el espectáculo había acabado. Se
encendieron las tenues luces del suelo de las gradas y los pasillos de
salida y los eldars oscuros empezaron a salir del estadio comentando
los mejores momentos del espectáculo. Los comandantes del palco
también abandonaron sus asientos seguidos por sus escoltas.
Poco después, fuera del estadio, la multitud aún era
visible mientras se alejaba hacia la cercana ciudad. El cielo estaba
nublado y un tono gris sustituía al habitual negro de la noche.
Las Brujas del Culto al Degollamiento salieron por una puerta lateral y
se encaminaron hacia su Incursor. Cada una empuñaba sus armas,
como si no supieran estar sin ellas. La Súcubo Bruja, Yleenka,
observó que un grupo de gente les esperaban junto al Incursor.
Eran la Arconte que les había proporcionado los rivales de
aquella noche y sus acompañantes del palco de honor, menos el
Hemónculo. Se detuvo frente a ellos apoyando su Empalador en el
suelo.
- Me gusta vuestra forma de luchar -dijo la Arconte,
anticipándose a ella- pero esos esclavos no eran dignos rivales
para vosotras.
- Desgraciadamente dependemos de vosotros, las Cábalas
-respondió ella- la calidad de nuestros contrincantes y la de
nuestros espectáculos depende de la calidad de los esclavos que
nos traéis.
- Si es así como pensáis tengo una oferta que os puede
parecer interesante: dentro de no mucho voy a dirigir una
incursión de mi Cábala contra los humanos llamados
Marines Espaciales.
- ¡Ah, sí! Un Draconte de la Cábala del Horror
Innombrable nos trajo una partida de esos “Marines Espaciales”. Nos
gustó bastante pero los Orkos y los Genestealers son mejores
combatientes.
- Bien. Ahora os ofrezco embarcaros con la Cábala de las
Cuchillas de las Sombras para ir a cazar algunos Marines espaciales. Os
ofrezco el diez por ciento de los esclavos que consigamos más
otras recompensas que yo juzgaré os hayáis ganado o no.
- Hmm. Una oportunidad de refinar nuestras artes de lucha en una
batalla real es muy tentadora -la Súcubo echó una ojeada
a sus Brujas. Ninguna se mostró disgustada por la idea-. Trato
hecho, mi Arconte. Acabas de contratar a las Brujas del Culto al
Degollamiento.
- De acuerdo. Seguidnos en vuestro Incursor. Os llevaré al
palacio de nuestro señor. Allí tengo todo lo que
podáis necesitar para entrenaros hasta que llegue el momento de
partir.
El Incursor de Shaqueel la aguardaba. El conductor encendió la
máquina, que se levantó del suelo flotando del mismo modo
que el Talos. La Arconte y sus acompañantes se subieron a las
pasarelas laterales y se agarraron de las argollas para no caer. Al
mirar a lo lejos pudo ver aún a Hoo’Gaan seguido por el Talos
que corría de vuelta a su laboratorio. El conductor
aceleró y el vehículo se lanzó hacia delante a
gran velocidad. Un segundo Incursor cargado de brujas le siguió
hacia el centro de mando de la Cábala de las Cuchillas de las
Sombras. Dentro de poco una nueva incursión de los eldars
oscuros sembraría el terror en la profundidad del espacio.
Por Aertes.