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La Ciudad Maldita (Parte 1ª)

Página: 1/3
(8718 palabras totales en este texto)
(1057 lecturas)  Versión imprimible
INTRODUCCIÓN


Ray estaba sentado en una de las mesas de lectura de la gran biblioteca
de su ciudad, Longbow Port. Yarius, el bibliotecario, estaba sentado en
su escritorio junto a la entrada, como de costumbre, y hojeando el
mismo libro enorme de siempre. Hacía siete años que se
conocían pero nunca le había dejado ver ese libraco, ni a
él ni a nadie. Y había tapado la cubierta del libro con
una tela para que no se viera ni la encuadernación. Ray
dejó de pensar en ello y se concentró en su propia
lectura.






Ray era un joven de veinticuatro años enormemente interesado por
la literatura y el culto imperiales. Pero allí en su ciudad
nadie prestaba mucha atención a la religión ni a esos
temas. Longbow Port sólo era una estación de aterrizaje
de naves comerciales donde la gente acudía de todas partes una
vez cada seis meses para comprar lo que los cargueros traían,
pero nadie atravesaba el desierto que aislaba la ciudad el resto del
año. Muchos de los trabajadores que la erigieron, no hace mucho,
se quedaron en sus alrededores para vivir y la comunidad creció.
En la ciudad en sí no había más de unos ochenta o
noventa mil habitantes, y la mayoría eran granjeros o eran
propietarios de los comercios de allí. La ciudad se
dividía en cinco zonas. La zona norte era el puerto espacial
propiamente dicho. En la zona este se encontraba la
administración; el ayuntamiento y el departamento de
policía. Las zonas central, oeste y sur no eran sino zonas
comerciales de abstecimiento donde se repartía la
mercancía de los cargueros. Y despertigadas por las afueras
había granjas y tierras de cultivo. Hacía más de
un mes que había pasado el último cargero de modo que
hasta dentro de cinco meses más o menos la ciudad
permanecería olvidada para el resto de las ciudades de aquel
sector planetario.


Ray era hijo de Lloyd Calahan, un granjero que criaba Wavets para
vender su carne. Su padre era genial pero nunca le escuchaba cada vez
que empezaba a hablar de lo que había aprendido aquel día
en la biblioteca, donde se pasaba la mayor parte del tiempo.
Había llegado a entablar una gran amistad con el bibliotecario,
Yarius.


Pasó otra página. Ray iba por la página ciento
ochenta y cuatro del libro “ARMAS IMPERIALES, LA MEJOR RESPUESTA PARA
UN ALIENÍGENA”, escrito por un coronel de la guardia imperial y
un tecnoadepto. El libro no sólo contenía detalladamente
los desgloses y las características de todas las armas
utilizadas por la guardia imperial, sino que pretendía inculcar
un sentimiento espiritual por las armas comentando su función de
defender al Emperador y a la Humanidad. Acercó su rostro
más a la página para ver mejor el complicado entramado
interior de un rifle Infierno ilustrado bajo su descripción.


Yarius se acercó a la mesa de Ray con el gran libro bajo el
brazo. Su túnica blanca y marrón colgaba de sus anchos
hombros sobre el suelo del mismo modo que su melena plateada, antes
dorada, colgaba de los bordes de su calva. Su anciana faz traía
una sonrisa llena de simpatía.


- Es hora de cerrar, Ray -le dijo con una voz carrasposa pero
nítida- Es bastante por hoy.


- ¿Ya? -dijo Ray- ¡No hay suficientes horas en el
día!


- Has estado aquí cinco horas, Ray, y menos mal que he
conseguido que salgas a comer algo. Debes tomarte tiempo para pensar
sobre lo que has leído y asimilarlo bien.


- ¡Pero no puedo parar, Yarius! -replicó el joven-
¡Hay tanto que aprender aquí!


- ¡Vaya, hay pocas personas en esta ciudad que piensan
así! -dijo Yarius con una leve carcajada.


- Seguro de que sí. La gente de esta ciudad tiene el culto al
Emperador muy olvidado, me gustaría que más gente pensara
como yo.


El anciano bibliotecario amplió su sonrisa al oír estas
palabras.


- Y a mí también, me encantaría que más
gente viniera aquí a leer estos antiguos manuscritos, aprender
la historia de nuestra raza, nuestros logros. En fin, será mejor
que te marches, Ray, o tu padre se preocupará. Llévate
ese libro si quieres y acábatelo en casa; ya me lo
traerás cuando quieras.


- Gracias, Yarius. Te lo traeré mañana.


El viejo asintió riendo, como si hubiera adivinado lo que Ray
iba a decirle.


Ray no había dado dos pasos en dirección a su camioneta
cuando el sonido de una alarma inundó la calle. Las farolas que
disolvían la oscuridad nocturna encendieron otra de sus luces,
una roja.


- ¿Ray? -Yarius había salido de la biblioteca a ver
qué era el sonido- ¡Es la alarma de invasión!
¡Vete a casa! ¡Rápido!


- ¡Y tú, enciérrate bien en la biblioteca y no
salgas! -le replicó Ray. El joven montó en la cabina del
vehículo y se dirigió a toda prisa hacia la granja de su
padre.


Yarius observó un momento cómo la camioneta se alejaba a
toda velocidad calle arriba. Acto seguido entró en la biblioteca
y activó un interruptor. Una pesada compuerta cerró sus
mandíbulas metálicas sobre el hueco de la puerta, casi
ahogando el ruido de alarma del exterior; las ventanas fueron selladas
de forma similar. Segundos después oyó el sonido de su
comunicador. Abrió un cajón de su escritorio y lo
cogió.


- Soy yo, Yarius -dijo la voz del gobernador civil de Longbow Port a
través del comunicador. Yarius no sólo era el
bibliotecario, también era el erudito, el hombre más
sabio de la ciudad.


- Gobernador, ¿Qué es lo que ocurre?


- He recibido un mensaje del gobernador de Jubilee Station, la ciudad
vecina -se notaba su estado de nerviosismo- Decía que la ciudad
está siendo atacada por una fuerza invasora desconocida, pero el
mensaje se cortó y no pude volver a establecer contacto. Te
necesito en el ayuntamiento para discutir la situación.


- ¿Qué es lo que hay que discutir? -preguntó
Yarius- si habéis recibido un mensaje de invasión lo que
debéis hacer es organizar a la guardia urbana y poner Longbow
Port en estado de sitio.


- ¡No puedo hacer eso! -replicó el gobernador- ¡Si
pongo a esta ciudad en una cuarentena de invasión los cargueros
espaciales de los dos próximos semestres no vendrán y
Longbow Port se arruinaría! ¡No pienso correr ese riesgo
hasta estar seguro de qué es lo que ocurre! ¡Y para ello
necesito vuestro consejo aquí!


- Ya os he dicho lo que creo que deberíais hacer -el tono de
Yarius era mucho más sereno que el del gobernador- Francamente
creo es preferible un tiempo de hambre a una eternidad de lamentos.


- ¡No sabe lo que dice! ¡Usted sabrá más que
nadie en la ciudad acerca de sus tonterías religiosas pero yo
sé que Longbow Port no puede ponerse en cuarentena por una falsa
alarma!


- Sabed que seríais condenado a muerte en el acto si dijerais
esas palabras ante cualquier otro servidor del Imperio -el tono de
Yarius se volvió desafiante-. En cuanto a lo de falsa alarma,
acabáis de decirme que habéis recibido un mensaje...


- ¡Eso aún no está confirmado! ¡Hasta que
pueda contactar con Jubilee Station ese mensaje carece de sentido!
¡Ahora venga al ayuntamiento! ¡No me obligue a enviar a
algunos guardias a buscarle!


- Está bien, gobernador. Ahora mismo salgo para allá
-contestó Yarius antes de cortar la comunicación y soltar
un largo suspiro.


DELIVERACIONES


La camioneta de Ray llegó a la granja donde el joven se
había criado con sus padres, a un kilómetro escaso de la
ciudad. Dejó la camioneta en el cobertizo junto a los inmensos
corrales de Wavets y entró corriendo en la casa. La misma luz
roja de las farolas de la ciudad brillaba sobre la puerta, ya no se
oía la sirena.


Al entrar en el salón de la casa su padre apareció por
otra puerta con su rifle de cazar búfalos Kurns y le con un
abrazo antes de conectar un interruptor que selló puertas y
ventanas con compuertas, convirtiendo la casa en un búnker. Ray
entró en su habitación y sacó del armario su
escopeta imperial Predator y una larga canana repleta de cartuchos del
15. Volvió al salón. Su padre le dijo que comprobara la
cocina y el desván allí mientras él comprobaba que
la casa estaba sellada en las restantes habitaciones.


Yarius se encontraba en la sala de debates del ayuntamiento de Longbow
Port, sentado en una mesa junto a los demás personajes de la
ciudad, incluido el orondo gobernador. El erudito era el único
que no intervenía en la airada discusión que flotaba a su
alrededor; se limitaba a escuchar con la cabeza baja, incapaz de
comprender tanta estupidez.


- ¡Repito a los miembros de este consejo que no voy a permitir
que los cincuenta mil comerciantes y granjeros de esta ciudad se
arruinen sin tener una razón de peso! -decía el
gobernador.


- ¿Qué otra razón necesita aparte del aviso de una
ciudad vecina de una invasión? -le respondió Michael
Hargus, el capitán de la guardia urbana de la ciudad-
¡Sólo tiene que autorizarme a enviar un grupo de
reconocimiento al Este! ¡Si hay algún ejército
invasor lo encontraremos y tendrá su puñetera
razón de peso para arruinar esta ciudad y salvar a sus noventa
mil habitantes!


- El gobernador tiene razón -discutió Sir Edion, quien
llevaba la contabilidad del comercio con las naves comerciales-
Establecer una alarma de cuarentena supondría unas
pérdidas del ciento setenta por ciento para cada comerciante de
Longbow Port, en el mejor de los casos.


- Entonces, ¿Estáis de veras dispuestos a arriesgar
noventa mil almas con tal de asegurar su comercio? -preguntó
Yarius- ¡Es una afrenta imperdonable al Emperador!

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- La Biblioteca Negra -

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