Tema: Santa Celestine Hieromártir de la Cruzada Palatina
AGRAMAR
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Vidente de Sombras
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26.jun 2006 - 10:59

"Era un ángel puro como la justa destrucción. Arrasaba a los deformes y levantaba los ánimos de los justos. A su muerte, el grito de un millón de voces pronunció su nombre. ¿Volveremos a verla algún día? No, ni ahora, ni nunca jamás...".

Hermana Patricia de la orden famulata,
acerca de la desaparición de Santa Celestine

No se tienen muchos datos acerca de la vida de Celestine antes de ser declarada Santa en vida, aparte de que era una hermana arrepentida de la Orden de Nuestra Señora Mártir. No era más que una simple guerrera entre las atormentadas fieles que luchaban una guerra prolongada contra los herejes del Cisma Palatino.

La guerra contra los cismáticos había llegado a un punto muerto en el planeta apóstata de Eurytion. Celestine encabezó la primera oleada de la ofensiva contra las murallas de la capital y su furia fue terrible para los que la tuvieron que presenciar. Celestine cayó aquel día, junto con todas las demás arrepentidas; pero, a pesar de la derrota, se dice que durante el asalto eliminó a más de cien cismáticos descuartizándolos con su eviscerador mientras ella y sus hermanas gritaban por su redención. Cuando el ejército se retiró y cayó la oscuridad, su maltrecho cuerpo fue recuperado de la brecha en las murallas y transportado por una solemne procesión de Hermanas.

Cuando los restos mortales de Celestine se dejaron reposar entre los muertos a los que se estaba honrando, sus Hermanas vieron que todavía quedaba vida en su interior. En sus ojos contemplaron la luz de los elegidos por la divina voluntad del Emperador y se acercaron a ella con reverencia para limpiar su cuerpo de la sangre y la suciedad de la batalla hasta que quedó inmaculada ante ellas.

Al día siguiente se reanudó el asalto contra la ciudad con Celestine a la cabeza del ejército. La capital cayó en pocas horas y el resto de la Cruzada Palatina se transformó en un sangriento remolino de venganza a la vez que se aclamaba a Celestine como la cabeza principal de la cruzada. No solo se exterminó a los cismáticos de todo el sector, sino a todo ser al que los cruzados no consideraron merecedor de seguir existiendo en el reino del hombre.

Lord Ansgar, el líder de la cruzada, pensaba que la guerra llegaría a su fin en el mundo capital del sector Palatino, pero Celestine insistió en liberar primero un pequeño planeta apartado llamado Sanctus Lys. Lo que solo ella sabía era que en ese planeta se encontraba la milenaria Capilla del Corazón Ardiente, un lugar sagrado que antaño visitara Santa Katherine. Entre sus destrozadas ruinas, Celestine ordenó apartar un altar royo y levantar las losas debajo de este. Cumpliendo sus órdenes, sus seguidores dejaron al descubierto la entrada a una cripta escondida. Tras prohibir que nadie la siguiera, descendió los polvorientos peldaños que nadie había pisado en milenios.

Sus seguidores aguardaron su regreso, al principio con paciencia, pero, a medida que fue pasando el tiempo, se fueron llenando de preocupación. Sin embargo, Celestine había dado órdenes estrictas de que nadie la siguiera al interior de la cripta. Al final, cuando las primeras luces del alba iluminaban la capilla en ruinas, Celestine surgió de la tumba llevada por una columna de divino resplandor y atendida por querubines y palomas. Iba vestida con una armadura dorada y brillante y sostenía en su mano una espada recubierta de pétalos perfumados, con la hoja tan reluciente que nadie podía mirarla directamente. Contempló lo que la rodeaba y todo el que se atrevió a mirarla a los ojos se vio preso de una mezcla en igual medida de adoración celestial y de terror infernal.

Después de su apoteosis, Lord Ansgar y un cónclave de sus compatriotas thorianos declararon a Celestine una Santa en vida. Fue aclamada como la Hieromártir de la Cruzada Palatina y combatió al frente de numerosas guerras de fe. Su sola presencia infundía un fervor sin precedentes en los fieles y a manos de sus ejércitos cientos de miles de herejes sufrieron una muerte ardiente. La mayoría sentían un profundo temor ante su presencia, pues estar junto a ella implicaba someterse al juicio de alguien cuyo ejemplo no podría ser nunca emulado. Su influencia sobre el Adepta Sororitas, para el que se convirtió en un foco de veneración absoluta, resultó milagrosa, pues era una Santa en vida y las Hermanas de Batalla la seguirían hasta el mismísimo centro del Ojo del Terror en caso de que ella decidiera conducirlas hasta allí.

El Imperio perdió a Celestine en los combates contra el señor de la guerra renegado de Forrax. Cuando el lunático señor de la guerra activó la fusión del milenario generador atómico que había en el corazón de su fortaleza, un área de muchos kilómetros a la redonda se vio reducida a meros átomos. Muchos son los que creen que pereció justo en el momento de su mayor triunfo, aunque no hubo ningún superviviente que ofreciera la auténtica versión de la conclusión de la batalla. La imponente Torre de los Héroes en la sagrada Terra hizo repicar sus campanas para proclamar su pérdida entre los fieles, momento en el que un billón de almas dejaron por un instante sus quehaceres y dirigieron sus miradas hacia el palacio del Emperador unidas en la tristeza por la heroína caída. A las Sororitas, en cambio, que estaban en plegaria en los salones del Convento Prioris, las tristes campanadas las llenaron de alegría, ya que entonces supieron que, si había caído, Celestine estaría entonces sentada junto al Emperador.

Las Santas en vida

Las heroínas más grandes del Adepta Sororitas pueden, bajo las circunstancias más excepcionales, ser declaradas Santas en vida. Tal ascensión solo suele producirse un puñado de veces cada milenio y cuando ocurre es motivo de gran júbilo en todos los planetas del Imperio.

Antes de declarar a alguien Santa en vida, un cónclave conjunto de la Inquisición y la Eclesiarquía debe confirmar primero que dicha declaración es cierta y el individuo en cuestión justo y puro. Algunas de estas asambleas han llegado a durar años, durante los cuales las distintas facciones discuten una y otra vez hasta alcanzar un acuerdo. Lógicamente, los más fervientes partidarios de la beatificación se encuentran entre los thorianos. Esta facción de la Inquisición considera que el gran santo Sebastian Thor era en realidad el recipiente a través del cual el Emperador pudo participar directamente en el curso de la historia y que en los incontables billones de miembros de la Humanidad existen otros ejemplos de tales "avatares". Otros, obviamente miembros del Ordo Malleus, se oponen a estas teorías, ya que ven en ellas la amenaza de la dominación por parte de los habitantes de la disformidad.

Una Santa en vida es un ángel vengador, un ser terrible y maravilloso de contemplar, pues brilla con la más pura de las luces y lleva la muerte y la destrucción al impuro. No obstante, no deja de ser cierto que las llamas que brillan el doble también se consumen el doble de rápido, ya que ningún ser humano es capaz de manejar tal poder para siempre. De ahí el nombre "Santa en vida", pues su ascensión es a la vez su martirio y su muerte es una profecía que se acaba cumpliendo por su propia naturaleza.

Sacado del codex Cazadores de Brujas