Tema: Relato: Los secretos de los Guardianes Grises
Alanthos
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Vidente de Sombras
Vidente de Sombras
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Enviado:
22.dic 2006 - 22:39

Con las espadas en alto, los Guardianes cantaban.
Cantaban una melodía sin palabras en Alto Gótico; solían decir que si las tuviera les distraería de su propósito. Era una melodía antigua, el mismo sonido de la eternidad plasmado en papel e interpretado por un centenar de marines vestidos de un uniforme color gris. Sus pieles, de todos los colores que podían darse en la Humanidad, brillaban a la luz de los enormes faroles de la Capilla de la Octava Compañía. No todos los Marines habían tenido la suerte de estar aquel día con los miembros de su Compañía, pero rara vez podían, y en todo caso había cosas de las que uno no se libraba con facilidad, no porque no hubieran excusas, sino porque era una de las mejores cosas que te podía pasar siendo un Guardián Gris: que emitieras el Canto al Emperador en Su nombre.
La Gran Reliquia del Capítulo, la Estatua de las Revelaciones, estaba delante de la Octava Compañía, con un centenar de hombres embozados en poderosas servoarmaduras, el orgullo de la Humanidad. Con cada inflexión de la gloriosa música, el coro de la Octava percibía nuevos cambios en la Estatua. Su cabeza volvía a alzarse levemente, como si parte de su vergüenza se desprendiera de sus pensamientos.
Habían dudado entre servir a unos idiotas como los Adeptus Terra y salvar a la gente del Bienamado Emperador de la Tierra. La elección había estado clara, pero ellos no la habían aceptado hasta que el honor del Capítulo fue tan bajuno, tan despreciable, que hasta su Padre Inmortal, Él, que Aguarda en Terra, hizo que la cabeza de su efigie se inclinara por tal acto de deshonra. A partir de aquel momento, el Capítulo al completo exhibió un comportamiento ejemplar en la lucha contra aquellos que amenazaban a los Sirvientes del Emperador, pero sus costumbres (de aliarse con alienígenas, de evitar las alianzas con algunos Capítulos Imperiales, de desobedecer las órdenes del Administratum y de la Eclesiarquía...) no eran ejemplares a la vista de unos cuantos. A ellos les daba igual. Sólo querían que la frente del Capítulo volviera a estar bien alta.
Sólo lo habían logrado en una ocasión, cuando cien mil Cultistas del Caos encontraron una inesperada muerte frente a la colonia imperial de Cestatus, en Cheradi VII, salvando de la muerte a doscientos colonos que se convirtieron, sin excepción, en siervos fervorosos hasta la beatitud del Emperador. Treinta marines Guardianes Grises habían caído en aquella operación, pero sus muertes no fueron lloradas. Su capilla ardiente estuvo frente al enorme y maravilloso podio de la Gran Reliquia cuya cabeza se había alzado, en todo su esplendor, cuando se supo de la victoria..
Cantaban porque el orgullo del Capítulo pronto sería restituido. En unas horas, toda la Octava Compañía partiría a una nueva Cruzada, a nuevos horizontes, a nuevos mundos, a nuevas gentes que salvar.
No eran misioneros, no eran inquisidores, no eran perros sanguinarios que protegieran el jardín prohibido de los placeres de los corruptos Eclesiarcas. Eran soldados, y nadie les gobernaba sin derecho de gobierno, es decir, sin merecerlo. Y sólo merecían tal honor unos pocos en toda la Galaxia. Todos en el Capítulo podían opinar sobre quién les dirigía; todos en el Capítulo podían escoger. Y todos lo hacían hasta donde la estricta regla del Capítulo, sólo levemente cercano al Codex Astartes, les permitía, lo cual era bastante. Estudiaban de la Holobiblioteca, aprendían los Secretos de la Máquina, manejaban con fluidez los hechos de la Historia Imperial.
Pero también tenían un secreto. Muchos Capítulos tenían sus secretos, y los suyos eran graves. Muy graves. Guardaban tres secretos. Dos de ellos cargaban en la conciencia colectiva del Capítulo como lastres y no debían descubrirse, y otro era motivo de su orgullo, pero también podría causarles la Excomunión. Y no iban a permitir ninguna de las dos cosas.
Luchaban contra los Herejes. Los Herejes odiaban al Emperador.
Luchaban contra los Mutantes. Los Mutantes envidiaban al Emperador.
Luchaban contra los Traidores. Los Traidores se habían apartado del Emperador.
Y nadie, absolutamente nadie, podía decirles que "no" cuando se trataba de aquella clase de enemigos.
"Pero", pensó el Eldar que observaba la ceremonia, "en cuanto a alienígenas son un poco laxos".
Suspìró y marchó a hablar con el Bibliotecario del Capítulo. Estaba harto de salmos por hoy. Por muy familiar que aquella melodía le resultara.

Atentamente,
Alanthos Steelway
AGRAMAR
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Enviado:
23.dic 2006 - 18:36

chulo..la verdad y sobretodo curioso....



Alanthos
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Mensajes: 109

Enviado:
31.dic 2006 - 00:03

Gracias. ^^

Atentamente,
Alanthos Steelway