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Segunda Guerra tiranida

AGRAMAR Enviado: 20.02.2006, 17:18
Vidente de Sombras
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Segunda Guerra Tiránida
992.M41

(Flota Enjambre Kraken)
Pasaron dos siglos y medio sin tener ningún avistamiento o noticia de posteriores incursiones de los Tiránidos. Algunos miembros del Adeptus Administratum de la Tierra comenzaron a cuestionar la necesidad de mantener unas fuerzas armadas tan numerosas en el sureste de la Galaxia para resistir una amenaza Tiránida inexistente. Argumentaban que la Flota Enjambre Behemoth representaba el total de la raza alienígena, y que había sido exterminada en Macragge. Cuando una serie de mundos habitados a lo largo de la frontera sureste comenzaron a sufrir una plaga de disturbios, terrorismo, sabotajes y en algunos casos rebeliones abiertas, los mismos Adeptus dijeron que la gente se había hartado de vivir en medio de campamentos militares inútiles, por lo que habían decidido exteriorizar su descontento.
La Inquisición sospechó una trama en todas aquellas acciones extraordinarias, y rápidamente se movió para 'investigar' los casos de disidencia en busca de trazas de influencia herética. Pronto se estableció claramente que los levantiscos oficiales del Administratum provenían todos del sureste galáctico o tenían fuertes intereses o lazos de unión con la zona. No se encontró ningún otro nexo común, y muchos de los supuestos traidores ni siquiera se habían visto personalmente nunca.
Se destinaron Inquisidores desde la Fortaleza de Talasa Prime para investigar a fondo las rebeliones del Segmentum Ultima. Mientras tanto, la Inquisición instigó una terrorífica purga por todo el Imperio y particularmente en la Tierra, encarcelando a cualquiera de los altos cargos que hubiesen tenido algún contacto con la Frontera Oriental. Decenas de miles de personas fueron detenidas por los Adeptus Arbites para pasar el resto de sus días languideciendo en colonias penales mientras continuaban las investigaciones.

ICHAR IV

El primer motivo serio de preocupación para el Imperio fue la rebelión del mundo industrial de Ichar IV. El sistema Ichar es vital para el Imperio. Sus gigantescas factorías y productivas refinerías constituyen la arteria principal de uno de los sectores menos poblados de todo el Segmentum Ultima. Miles de naves transportando metal y mico-proteínas pasan por los inmensos puertos orbitales de Ichar cada mes.
La rebelión había sido rápida y sangrienta. Años antes, un grupo religioso fundamentalista llamado la Hermandad había calado en las mentes y corazones de los empobrecidos trabajadores. Sus prédicas sobre el regreso del Emperador prometían tiempos mejores por venir y un lugar en el paraíso a su lado, el tipo de consuelo espiritual que buscan los que en vida no tienen poder ni privilegios.
La Hermandad fundó misiones y capillas de acogida que pronto se convirtieron en una visión habitual en los distritos más pobres, llegando a ser legendarias sus obras de caridad. La Eclesiarquía había espiado cuidadosamente a la Hermandad en busca de signos de iconoclastia o herejía, pero no se encontró nada, si se cree en los informes, que no fuese loable fe en el Emperador. Llegado el día se concedió permiso a la Hermandad para construir una catedral en Lomas, la ciudad más grande de Ichar IV.
Los problemas comenzaron poco después de terminada la catedral. La Hermandad se negó a pagar sus cuotas al Gobernador Planetario y rechazó que sus miembros fuesen reclutados para la Fuerza de Defensa Planetaria. Los predicadores de la Hermandad enfervorizaban a la multitud con predicciones del regreso inminente del Emperador. Milicias vigilantes de la Hermandad patrullaban las calles, propinando palizas a los "no creyentes" en lugar de a los inventados criminales que les servían de excusa.

REBELIÓN Y GUERRA

Las cosas llegaron a su punto álgido cuando se desataron violentos disturbios tras una masiva manifestación ante la gran catedral. Los Adeptus Arbites tomaron posiciones para disolver a la multitud con porras de energía y escudos de supresión, pero fueron recibidos con denso fuego de fusilería desde la catedral. Los Arbites devolvieron los disparos, matando a varios milicianos de la Hermandad y enfureciendo a la concentración de fieles. Tras rechazar varias cargas del embravecido populacho los Arbites se vieron forzados finalmente a retirarse tras la llegada de una manifestación aún más grande desde los barrios bajos.
Los disturbios se extendieron por la ciudad y los Arbites se vieron incapaces de frenarlos. Cuando se llamó a las Fuerzas de Defensa Planetaria para que tomasen posiciones en ayuda de las unidades policiales, gran parte de las tropas se sublevaron poniéndose de lado de la Hermandad. Se llegó a una furiosa lucha por toda la ciudad, y entonces se extendió la noticia de que el Gobernador Planetario había sido asesinado. Los combates se generalizaron por todas las ciudades de Ichar IV. En pocas horas vehículos blindados con los símbolos de la Hermandad pintados apresuradamente en sus costados patrullaban las calles, mientras banderas revolucionarias tejidas por manos civiles ondeaban en la mayoría de las intersecciones y fábricas de Lomas; las fuerzas Imperiales estaban siendo expulsadas de todas las ciudades importantes.
El amanecer trajo todos los detalles sobre la muerte del Gobernador y sus ministros. Algunos murieron en atentados con bomba, otros por los disparos de francotiradores, algunos en sus propias casas junto con sus familias en ataques sangrientos que parecían obra de bestias salvajes. Poco después la Hermandad controlaba todas las emisoras de comunicaciones y anunció el establecimiento de un nuevo gobierno teocrático.
Las fuerzas leales controlaban gran parte de las zonas rurales que rodeaban las ciudades y los jueces de los Adeptus Arbites todavía resistían en sus juzgados-fortaleza contra las masas rebeldes. Sin embargo la mayoría de las ciudades habían sido capturadas en una rebelión a escala planetaria contra el Emperador de la Humanidad. El Inquisidor Agmar llegó a Ichar veintisiete días después del inicio de los incidentes, en el mismo día en que la última fortaleza de los Arbites era asaltada y finalmente tomada por las fuerzas de la Hermandad. Los jueces no fueron tan fácilmente derrotados, sin embargo. La mayoría de ellos escaparon por túneles secretos y se hicieron con el control de los cuatro generadores principales de energía de la ciudad.
A los ojos del Inquisidor Agmar la situación en Ichar IV tenía la apariencia de un bien orquestado plan en lugar de un espontáneo alzamiento de las masas empobrecidas como decía la Hermandad. Agmar pidió el apoyo del Capítulo de Ultramarines para ayudar a las fuerzas Imperiales a retomar el control de la situación. Mientras esperaban a los refuerzos los regimientos de la Guardia Imperial bombardeaban las ciudades y mantenían a raya los feroces contraataques de los batallones de la Hermandad.
Repetidos intentos de llegar hasta los Arbites atrapados en la densa escombrera que rodeaba los generadores fallaron estrepitosamente. En medio de las pilas de desmenuzado rococemento y retorcidas vigas las unidades de Guardia Imperial eran continuamente rechazadas por el salvaje fanatismo de las tropas de la Hermandad en el cuerpo a cuerpo. Los valientes Arbites finalmente fueron derrotados seis días después de la llegada de Agmar, aunque en su último acto de lealtad al Emperador destruyeron los generadores de energía que habían defendido tan diligentemente. Los infernales incendios alimentados por los generadores de fusión ardieron durante días, formando un oscuro manto de oscuridad sobre Lomas como si de un sudario se tratase.
La guerra había llegado a un punto muerto estancándose en una lucha callejera por toda la periferia de la ciudad. Las bajas aumentaban día a día en docenas de escaramuzas y emboscadas llevadas a cabo entre las ruinas de apartamentos derrumbados, fábricas quemadas y saqueadas refinerías. Acechaban los rapaces francotiradores, listos para matar al incauto. Cada portal podía esconder una trampa bomba o un enemigo. Patrullas enteras de la Guardia Imperial desaparecían sin dejar rastro en determinados barrios.
En otras ciudades se repetía la historia. La Hermandad tenía las armerías de la Fuerza de Defensa Planetaria y a sus fieles seguidores para mantener a raya a los soldados, además de controlar un gran número de silos de misiles y láseres de defensa. Sólo un asedio prolongado y el hambre podrían hacerlos salir.
El Inquisidor Agmar lideró algunas pequeñas incursiones contra Lomas para recabar más información sobre la Hermandad. Poco a poco la imagen de lo que había ocurrido en Ichar IV fue tomando forma. Supo por los prisioneros de la existencia de hierofantes gobernantes, escuchó sus fanáticas proclamas sobre formar parte de un "Nuevo Orden" que barrería la Galaxia. En un ataque sorpresa consiguió asesinar a un Neófito de la Hermandad y vio a las criaturas que gobernaban en ese supuesto Nuevo Orden. Las adivinaciones del Tarot Imperial y los psíquicos del Adeptus Telepática confirmaron los peores miedos del Inquisidor Agmar. En total secreto el Inquisidor envió un informe al cónclave de la Inquisición y esperó a los Marines Espaciales.

LA LLEGADA DE LOS ULTRAMARINES

Treintainueve días después del alzamiento la gran nave de guerra Octavius de los Ultramarines entró en la órbita de Ichar y se preparó para lanzar sus cápsulas de desembarco. Las defensas de Ichar IV estaban en su mayoría inutilizadas por el daño causado en los generadores de Lomas por los Arbites y los Marines pudieron desembarcar con ligeras bajas. Compañías de Marines Espaciales tomaron las principales armerías y el palacio del Gobernador donde la milicia de la Hermandad había establecido su cuartel general. En los primeros compases del asalto la Hermandad había sido tomada completamente por sorpresa y los objetivos primarios fueron asegurados rápidamente. Los milicianos lanzaron una serie de contraataques desesperados para frenar a los Marines, pero sus fuerzas estaban críticamente desorganizadas por la caída de su cuartel general y fueron rechazadas con grandes pérdidas.
En las afueras de la ciudad la Guardia Imperial lanzó un ataque a gran escala para unir sus fuerzas con las de los Ultramarines. Fuego y humo se alzaron hacia el cielo mientras los proyectiles de la artillería pesada caían sobre la ciudad. Disparos láser iban y venían mientras agazapadas figuras corrían en busca de cobertura. Bolters pesados tableteaban a través de las calles, levantando surtidores de tierra y escombro. La Guardia avanzó lentamente utilizando sus Leman Russ restantes como fortalezas móviles haciendo que las líneas de la Hermandad retrocediesen ante ellos.
En lo más crudo del ataque el satélite espía con el que estaba en permanente contacto el Inquisidor Agmar detectó una gran fuerza de milicianos que salía de la catedral para contener el avance Imperial. El Inquisidor supo que ahora era el momento de acabar con la rebelión de un solo golpe. Envió una señal preestablecida al Octavius, que continuaba en órbita.
En la nave de la catedral apareció un chisporroteante halo azulado que levantó ecos en las altas bóvedas, se hizo más brillante y luego estalló en un fogonazo púrpura que se solidificó en varias figuras acechantes. Los guardias de la Hermandad en el interior se volvieron justo a tiempo para ser partidos por la mitad por una estruendosa andanada de proyectiles explosivos. Más de veinte Marines Espaciales con armadura de Exterminador permanecieron un instante sobre los cadáveres en el silencio que reinó después. Más guardias, Neófitos y Acólitos aparecieron repentinamente por las puertas laterales cuando los Ultramarines se alejaban del punto de teleportación. Una tormenta de rayos láser y plomo repiqueteó contra las corazas de los Exterminadores sin ningún efecto aparente; los bolters de asalto fueron colocados en posición de ataque y las paredes se repintaron con la sangre de los miembros de la Hermandad.
Un puñado de supervivientes se lanzó al cuerpo a cuerpo contra los gigantescos guerreros. Las amplias túnicas cayeron al suelo para revelar cabezas quitinosas y ojos sin pupilas cuando los Neófitos atacaron con garras inhumanas. Algunos Exterminadores fueron superados por varios enemigos a la vez y tirados al suelo por su ferocidad; el rugido de un lanzallamas pesado segó el avance de los alienígenas antes de que pudiesen sacar más partido de su feroz ataque. Humo y el hedor de la carne quemada ascendieron hasta el alto techo abovedado desde la improvisada pira funeraria.
Los Exterminadores se desplegaron hacia nuevas posiciones con precisión matemática; algunos permanecieron en posiciones vigilantes mientras otros buscaban los pasadizos secretos que sabían que tenía que haber. Su Bibliotecario apuntó hacia el altar y más proyectiles explosivos lo hicieron saltar por los aires, revelando una serie de escalones que bajaban hacia la oscuridad.
Guiándose por la luz de los focos de sus armaduras los Exterminadores descendieron por la escalera para buscar el negro corazón de la Hermandad. Una tenebrosa cripta se extendía en el subsuelo, con muchos pasadizos entrecruzados partiendo en distintas direcciones, pero el Bibliotecario pudo sentir el camino correcto. Los escáneres de los Exterminadores cobraron vida cuando éstos se alejaron de la entrada, revelando numerosos enemigos que se acercaban por todas direcciones, criaturas que se movían demasiado rápido para ser humanos. Los Ultramarines se colocaron en posiciones defensivas y esperaron, listos para repartir muerte al más ligero movimiento.
Primero llegó el distante sonido de garras sobre la piedra, después el estruendo de los caparazones de las criaturas mientras golpeaban las paredes y entre ellas en su precipitación por atacar a los intrusos. Los primeros entraron velozmente en el radio iluminado por los focos, sus cuatro brazos con garras extendidos sobre su chaparro cuerpo. ¡Genestealers! No quedaba ninguna duda ahora, el Inquisidor había acertado: un nido de alienígenas se encontraba en el centro mismo de la rebelión. Colmillos y garras centellearon mientras los Genestealers avanzaban con rapidez insectoide para acabar con sus odiados enemigos. Bolters de asalto abrieron fuego, sonando imposiblemente alto en los cerrados túneles; sus balas explosivas atravesaban los quitinosos cuerpos reduciendo la carne alienígena a una pulpa sangrante. Los fuegos purificadores de los lanzallamas limpiaban túneles enteros pero las criaturas seguían cargando sin miedo ni dudas.
Cada fogonazo de los bolters mostraba al enemigo más cerca. Saltaban sobre los cuerpos apilados frente a los Ultramarines y atravesaban a los Exterminadores. Tres de los blindados gigantes fueron mutilados en otros tantos segundos antes de que el resto se viese obligado a retroceder hacia la cripta de entrada. Los Genestealers los persiguieron sin descanso, cazando a los que cubrían la retaguardia. ¿Quién pude decir cuántos alienígenas fueron aplastados por los puños de energía antes de ser superados? No los suficientes como para detener la fanática marea, pero sí como para frenarla lo suficiente para que sus hermanos de Capítulo estuviesen listos para luchar de nuevo. En la cripta los lanzallamas defendieron los pasillos laterales contra los Genestealers que intentaban flanquearlos, forzándolos a entrar por un solo pasadizo. El fuego combinado de media docena de bolters de asalto hizo pedazos la horda y, mientras los supervivientes buscaban refugio tras los masivos sarcófagos de piedra, el Bibliotecario invocó una columna de fuego purificador. Llamas antinaturales llenaron un extremo entero de la sala, siseantes fuegos que consumieron la carne de los alienígenas como si fuese grasa y cartílago en lugar de dura coraza quitinosa y fuerte músculo. La mayoría de la progenie ardió en un instante; el resto cayó ante el reiterado fuego de bolter que barría sus filas como una eficaz barrera artillera.
Los Exterminadores avanzaron, cautelosamente porque ya quedaban pocos. Ninguno de los Genestealers de pesadilla obstruyó su avance o apareció por sorpresa mientras los Ultramarines continuaban internándose en el corazón de la oscuridad. Muy por debajo del nivel de la ciudad encontraron lo que iban buscando en una cámara de techo alto y paredes talladas como las costillas de una gran bestia. Allí se agazapaba el Patriarca de la progenie, sobre un gran estrado de piedra, grande y abotargado con el poder de todo su clan. Se agachó con sus brazos extendidos y la cabeza inclinada hacia arriba, como si estuviese escuchando una lejana llamada mientras los Ultramarines entraban en la sala. Alzaron sus armas para destruir la abominación cuando el ser bajó la mirada y los contempló con un siseo amenazador. Sin aviso una nueva oleada de monstruosidades saltó al interior del habitáculo de entre las calcificadas paredes-costillas. Híbridos de tres brazos, humanos corruptos y Genestealers puros avanzaron para proteger a su padre supremo. Un muro de cartuchos explosivos cruzó sus filas y la sala se convirtió en un caos de sangre mientras los alienígenas luchaban contra los Exterminadores. El Bibliotecario de los Ultramarines se abrió paso por entre las criaturas, el blanquecino filo de su hacha de energía dejando una estela de miembros amputados y vísceras a su paso. Cada paso se hacía más duro, como si estuviese vadeando un río cada vez más profundo. Podía sentir como algo físico las oleadas de pensamientos alienígenas que asaltaban su mente mientras el Patriarca utilizaba su antigua e implacable voluntad para detenerlo. Obscuros pozos se abrieron en su subconsciente, listos para tragar su psique.
Una sacudida estática de su capucha psíquica rompió el efecto del hechizo. Enfocando su propia voluntad, el Bibliotecario sacó su cuerpo material del mundo físico durante un instante, y en un instante desapareció. Un brillante destello marcó su partida, y otro más su regreso cuando se materializó en lo alto del estrado junto al mismísimo Patriarca. La criatura giró en redondo mientras atacaba con su garras a una velocidad increíble. Sangre y chispas saltaron de la armadura del Bibliotecario cuando fue perforada por el ataque. El Patriarca eludió fácilmente el torpe ataque de su rival. La bestia se adelantó de nuevo y descargó una lluvia de golpes contra la figura en armadura, demasiado rápidos como para ser seguidos a simple vista.
El desesperado Bibliotecario llamó a sus hermanos de batalla y el estrado fue barrido por una lluvia de proyectiles de bolter. El indiscriminado fuego hizo saltar trozos de la armadura del Ultramarine, pero también alcanzó al Patriarca hiriéndolo en varios sitios. En ese momento de distracción el Bibliotecario alzó su hacha de energía en un irresistible arco que atravesó el blindado caparazón del alienígena con un destello eléctrico. El hacha se alzó y cayó una y otra vez, convirtiendo al Patriarca en una masa sanguinolenta y enviando rociadas de icor púrpura por toda la sala.
Con la muerte de su líder la progenie fue presa de la confusión. Dentro del recinto el puñado de Exterminadores masacraron a las criaturas que aún les asaltaban. Nada escapó a la furia de sus bolters de asalto y lanzallamas purificadores mientras los Ultramarines se tomaban una pequeña venganza por la muerte de sus ancestros en Macragge unos doscientos años antes. En la ciudad las unidades de la Hermandad que aún resistían a la Guardia Imperial se derrumbaron. Pequeños focos de Acólitos y Neófitos fanáticos aún resistían en torres y búnkeres aislados, pero la Guardia Imperial entró triunfante con sus carros por las calles llenas de escombros aplastando toda oposición.
Ichar IV estaba de nuevo bajo el talón de hierro del Imperio en menos de tres semanas. Todo signo de la infestación Genestealer fue eficientemente eliminado por el implacable Inquisidor Agmar con ayuda de los Ultramarines. Aún así al final de la campaña todavía quedaban varios misterios sin explicar. El primero era qué había sido del Magus, el líder de apariencia humana de la Hermandad que había desaparecido al comienzo de la rebelión. Su cuerpo nunca fue encontrado y ningún prisionero arrojó luz sobre su paradero, ni siquiera tras los persuasivos interrogatorios llevados a cabo por Agmar. El segundo enigma eran los informes de los Astrópatas y del Bibliotecario que había asesinado al Patriarca. Hablaban de una débil perturbación psíquica parecida a una larga y aguda llamada que irradiaba desde el planeta, una señal que se había cortado con la muerte del Patriarca. El más anciano y poderoso de los Astrópatas dijo al Inquisidor que él también había sentido la llamada del Patriarca, y que podía percibir una lejana nave acercándose a través de la Disformidad. Era un sentimiento de algo vasto, amenazante, la sombra de una entidad monstruosamente poderosa que había vuelto su atención sobre Ichar.
Cuando Agmar transmitió su informe al cónclave de la Inquisición fue avisado del creciente número de casos de refugiados que abandonaban los Bordes Orientales. La información era confusa y en muchos casos contradictoria pero un hecho era innegable: los Tiránidos habían regresado con una nueva flota, la Flota Enjambre Kraken.

LOS TENTÁCULOS DEL KRAKEN

Esta nueva invasión Tiránida había llegado sin aviso y nadie podía estar seguro de cuántos planetas habían caído ya ante su avance. La Flota Enjambre Kraken parecía estar compuesta de muchas sub-flotas que se movían independientemente para atacar planetas cubriendo un sector entero simultáneamente. La alarmante disrupción en la Disformidad traída por el paso de la flota alienígena había bloqueado las comunicaciones astropáticas más allá de los sistemas asediados, y los viajes por el espacio disforme en su vecindad se habían vuelto peligrosamente impredecibles. Sub-sectores enteros del Imperio habían sido tragados sin dejar apenas rastro y sin dar pistas de lo que había ocurrido. El puñado de supervivientes había conseguido huir en pequeñas naves de transporte azotadas a cientos de años luz lejos de su ruta por las turbulencias en la Disformidad. Los espeluznantes relatos del pesadillesco avance de la Flota Enjambre formaban la mayor parte de la información disponible en el Imperio.
Se contaban historias de cielos ennegrecidos sobre continentes enteros por nubes de esporas venenosas llevadas por el viento. De monstruos masivos que vagaban por la tierra, asesinando y devorando a la gente con sus garras. Historias de billones de criaturas extendiéndose por toda la superficie del mundo, devorando todo lo que se encontraba en su camino como una marabunta y convirtiendo el planeta en un desierto. Núcleos enteros de población habían sido subyugados o barridos del mapa en una sola noche, y los vivos envidiaban a los muertos.
En el sistema Miral los regimientos de la Guardia Imperial y el Capítulo de los Guadañas del Emperador aún resistían contra los Tiránidos que habían ocupado las densas junglas y plantaciones de Miral Prime. Las Fuerzas Imperiales se habían retirado hacia una alta meseta rocosa conocida localmente como el Ataúd del Gigante donde luchaban día tras día contra las furiosas hordas que emergían de las junglas de más abajo. La propia selva se había mostrado extraordinariamente activa desde la invasión, y sólo la constante defoliación evitaba que las trepadoras y lianas engullesen el reducto rocoso de los defensores.
Un capitán libre trajo rumores de Lamarno, un planeta salvaje que había caído bajo la garra de los Genestealers. Cuando una pequeña avanzadilla de los Tiránidos llegó al planeta los fieros hombres tribales se habían subido voluntariamente a las bio-naves para ser consumidos por sus nuevos "dioses vivientes". También contó una historia sobre el asteroide-monasterio de Salem, donde los monjes habían decidido envenenarse a sí mismos y destruir su cuidadosamente elaborado ecosistema antes que dejar que el suelo sagrado fuese absorbido por los amenazantes Tiránidos. Ahora Salem no era más que una tumba gigante.
Otros capitanes mercantes ayudaron a evacuar a millones de personas de los mundos mineros de Devlan antes de que el sistema entero fuese consumido. La densa red de Centinelas orbitales que rodeaba Devlan consiguió retrasar a la flota enjambre lo suficiente como para que una gigantesca flota de cargueros llenos de refugiados escapase al espacio. Una compañía del Capítulo de Marines Espaciales de los Lamentadores rechazó todos los ataques terrestres de los enloquecidos Tiránidos hasta que la última nave estuvo cargada y lista. Abandonados y cercados, los Lamentadores encomendaron sus almas al Emperador y cobraron un alto precio al enemigo antes de ser finalmente superados.
Pero parecía no haber salvación ni siquiera en el espacio. Una gran nave minera que huía de Devlan con su carga de refugiados llegó a su destino ominosamente oscura y silenciosa. No se recibía ninguna comunicación de la nave y ésta realizó un aterrizaje automático lejos de cualquier punto habitado. Los que investigaron la nave se encontraron con un auténtico matadero horripilante cuando rompieron sus precintos de presurización. Hombres, mujeres y niños habían sido masacrados sin piedad a millares, en una carnicería indescriptible. La Inquisición sospechó que un despiste en el control de cuarentena había permitido a algún ente alienígena subir a bordo, pero no se pudo encontrar ninguna evidencia en la nave, por lo que su verdadera naturaleza y lo que fue de él sigue siendo un misterio.
Las defensas orbitales de Graia habían mantenido a raya a la flota enjambre durante un tiempo, pero los Tiránidos habían conseguido tomar su única luna. Cada órbita del satélite traía consigo una lluvia de esporas micéticas sobre el planeta, cada una portadora de muerte y destrucción. Los exploradores informaron del descubrimiento de un mundo en lo más profundo del Borde Oriental en el que se habían plantado semillas de Hormagantes durante una incursión hacía décadas, y que habían permanecido ocultas hasta entonces. Enjambres de las bestias con brazos como guadañas habían asesinado a todo bicho viviente sobre la faz del planeta y ahora continuaban luchando entre ellas con una sed de sangre insaciable. Los Squats informaron de ataques por una flota de bio-naves contra sus Mundos Fortaleza cercanos al corazón de la Galaxia, a decenas de miles de años luz de la flota enjambre principal en los anillos del sureste galáctico.
El Inquisidor Czevak informó de que el Mundo Astronave de Iyanden había estado sometido a una serie de brutales ataques por parte de los Tiránidos. El otrora poderoso Mundo Astronave había repelido oleada tras oleada de atacantes de la Kraken, pero su propia flota había quedado devastada. Varios grupos de Tiránidos habían alcanzado el propio Mundo Astronave, extendiéndose la lucha por sus esbeltas torres de hueso espectral y cúpulas de magnífico cristal. El reducto Eldar era ahora una ruina, y cuatro quintos de la población habían muerto, lo que era un terrible golpe para la agonizante raza Eldar.

GUERRA TOTAL

El Adeptus Terra estaba lo suficientemente espantado por las noticias que llegaban del Segmentum Ultima como para consultar a los Altos Señores de la Tierra. Su conclusión fue rápida y escueta: las vastas líneas de penetración de los Tiránidos en el Imperio debían ser cortadas a cualquier precio; la raza Tiránida debía ser investigada a fondo y, si era posible, exterminada. El Tarot Imperial predijo la llegada de una oscuridad sin igual desde la Herejía de Horus: el Devorador de Mundos se acercaba a la galaxia humana y hasta ahora sólo había mostrado una parte de su verdadero poder. A una orden de los Altos Señores de la Tierra la tremenda maquinaria militar del Imperio se volcó sobre el Segmentum Ultima y se preparó para una guerra total.
Los Mundos Forja de los Adeptus Mechanicus producían tanques, armas y máquinas de guerra a miles, a decenas de miles. Los puertos-astilleros de Bakka y la Tierra trabajaban día y noche para construir cruceros y naves para frenar la oleada de bio-naves Tiránidas. Millones de Guardias Imperiales se preparaban para embarcarse en una guerra por la supervivencia de la humanidad. Para el Imperio la guerra es una religión, una cruzada contra las fuerzas de la oscuridad que esperan en las sombras para esclavizar a los hombres. Los Tiránidos son la blasfemia suprema, una raza que no trae más que la esclavitud y la extinción final.
Nuevas y más letales armas o criaturas Tiránidas eran descubiertas días tras día: proyectiles corrosivos de largo alcance que atravesaban el acero como si fuese cera, seres que atacaban con rayos de energía psíquica o descargas electroestáticas, bestias descomunales altas como Titanes. La regularidad de los ataques Tiránidos aumenta y no se ha encontrado aún una defensa eficaz. Varios cientos de planetas poblados han caído ante el avance de los Tiránidos. Dos Capítulos enteros de Marines Espaciales con base en el Borde Oriental, los Guadañas del Emperador y los Lamentadores, han sido destruidos más allá de toda recomposición; apenas pueden juntar una simple Compañía operativa.
La lucha no ha sido enteramente en vano. En varios sistemas solares los Marines Espaciales han abordado bio-naves Tiránidas mientras los alienígenas aún estaban en el sopor producido por el viaje a través de la Disformidad. Estas bandas de abordaje entraron en los palpitantes interiores de las naves, recogiendo información sobre los Tiránidos y destruyendo a cientos o miles de criaturas mientras se encontraban en hibernación. Los datos reunidos por estos valientes han sido vitales en la búsqueda de una forma de destruir la amenaza alienígena.
Los Tecnomagos han concluido que los Tiránidos se generan fuera de la Galaxia. Su voraz estructura genética y existencia biológica son diferentes incluso de las que poseen las más extrañas criaturas que habitan en nuestra Galaxia. Mientras que los humanos y otros organismos galácticos se diversifican por naturaleza con el paso de millones de años, los Tiránidos evolucionan rápida y constantemente para cubrir las necesidades conscientes de la raza al completo. Los Tiránidos no son una criatura, si no un asombroso abanico de monstruosidades creadas para llevar a cabo tareas específicas. Por ello los Tiránidos varían en tamaño desde las colosales bio-naves vivas que forman las Flotas Enjambre hasta las diminutas criaturas trabajadoras como los escatofagoides de tamaño de un escarabajo que limpian y reciclan la basura orgánica de los conductos respiratorios de dichas naves.
La continua mutabilidad de los Tiránidos significa que nunca han necesitado desarrollar tecnología más convencional como la empleada por el hombre. Por ejemplo, la mayoría del armamento Tiránido está creado por criaturas simbióticas que han sido adaptadas y combinadas con voraces proyectiles vivos o que generan energías mortales. Estos artefactos probablemente ni siquiera han sido creados conscientemente por los Tiránidos; seguramente ellos mismos evolucionaron en respuesta a la necesidad de la Mente Enjambre, adaptándose genéticamente a sus funciones desde el momento de su concepción. A medida que pasa el tiempo las generaciones del arma simbiótica cambian y evolucionan constantemente para ser más ligeras, más eficientes y más letales contra sus enemigos.
La Mente Enjambre parece necesitar un flujo constante de material genético fresco y ADN para crear nuevos seres y adaptarlos a nuevos entornos. Los Adeptus Mechanicus postulan que los Tiránidos agotaron toda su Galaxia natal y, quizás, a todas las demás formas de vida vecinas antes de cruzar el vacío intergaláctico en busca de nuevos campos de cultivo. Con sus billones de humanos e incontables otras criaturas el Imperio ofrece a los Tiránidos un inestimable almacén de reservas orgánicas y códigos genéticos para fortalecer a la Mente Enjambre. Los Tiránidos son el pesadillesco máximo exponente de una evolución que se ha vuelto loca, un súper-depredador agresivo de dimensiones estelares que hará que todas las demás formas de vida se extingan si no logra ser detenido





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