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Historia del Adeptus Ministorum

AGRAMAR Enviado: 12.04.2006, 22:05
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Incluso antes de su confinamiento en el Trono Dorado, el Emperador ya era venerado como un Dios por muchos habitantes del Imperio, especialmente en los planetas más primitivos redescubiertos durante la Gran Cruzada. Los pueblos primitivos hablaban de dioses que descendían de los cielos sobre carruajes con alas de fuego, y de seres que podían matar con su mirada. Por supuesto esta descripción era aplicable a cualquier agente Imperial que aterrizase sobre su planeta en una nave de desembarco, pero los poderes especiales y la presencia del Emperador implicaban que fuese venerado como un Dios viviente por donde quiera que pasase.
Entonces la corrompida tormenta de la Herejía de Horus se abatió sobre el Imperio. Mientras la Humanidad se vio devastada por esta apocalíptica guerra civil, el destino y el futuro de la raza humana colgaron de una balanza. Si Horus triunfaba, la humanidad sería engullida por el poder de los oscuros dioses del Caos. Al final, mientras los seguidores de Horus asaltaban el Palacio Imperial en la Tierra, el traidor Señor de la Guerra y el Emperador se enfrentaron en un titánico duelo en la nave insignia del Señor de la Guerra. Su enfrentamiento reflejó la Herejía como un todo; una batalla librada tanto con la mente como con armas físicas. Después de un largo y amargo combate, el Emperador destruyó a Horus, pero quedó mortalmente herido. El Primarca Marine Espacial Rogal Dorn descubrió el destrozado cuerpo del Emperador, que seguía con vida sólo gracias a su fuerza de voluntad. El Emperador fue colocado en éxtasis y los Adeptus Mechanicus iniciaron la construcción del Trono Dorado para conservar su maltrecho cuerpo. Cuando el cuerpo del Emperador fue encarcelado en el Trono Dorado y sus propiedades revitalizadoras empezaron a fluir por su cadáver, la gran mente del Emperador se dispersó por el espacio disforme.

LOS FUNDADORES DE LA FE
Después del sacrificio final del Emperador, el Imperio se sumió en un sentimiento general de adoración y veneración hacia él. Los visionarios y profetas surgieron en todos los mundos, y los cultos que respaldaban a estos individuos iluminados por dios pronto se multiplicaron. No existía ninguna organización central, no había ningún control, e incluso en un mismo planeta podían coexistir cientos de cultos diferentes, cada uno de ellos con sus propios rituales, e interpretando la voluntad del Emperador de forma totalmente diferente.
Como siempre sucede, los cultos más fuertes crecieron y prosperaron mientras que los más pequeños desaparecieron o fueron absorbidos por las sectas más grandes. Se llegó a compromisos importantes, y lentamente muchos cultos fueron unificándose. Aunque en muchos mundos continuaban existiendo grupos diferentes, otros cultos siguieron expandiéndose más allá de las superficies de sus planetas, y sus miembros viajaron a las estrellas para propagar su propia versión de la fe. La secta que consiguió expandirse más rápidamente fue el Templo del Emperador Salvador.

EL TEMPLO DEL EMPERADOR SALVADOR
El Templo del Emperador Salvador poseía una serie de ventajas sobre sus rivales teológicos. Para empezar, su base estaba ubicada en la Tierra, el planeta Imperial, el punto central de la raza humana y lugar de reposo del propio Emperador. En segundo lugar, su fanático líder era un condecorado oficial de la Guardia Imperial que había participado en la defensa del Palacio Imperial. Proclamaba haber recibido instrucciones del Emperador, que se le había aparecido en sueños y visiones. Su verdadero nombre se ha olvidado hace mucho tiempo, pero el oficial se llamó a sí mismo Fatidicus, que significa "Profeta" en una de las lenguas muertas de la Tierra. Fatidicus reunió un gran contingente de seguidores entre las fuerzas Imperiales de la Tierra. Desde meros escribas y funcionarios hasta Comandantes de la Armada Imperial y Coroneles de la Guardia, el Templo del Emperador Salvador admitía a todo el mundo.
Transcurrió el tiempo y estos seguidores se dispersaron por el Imperio en cumplimiento de sus diferentes obligaciones, propagándose con ellos las creencias del Templo del Emperador Salvador. Oficiales del Ejército y la Armada iniciaban a sus hombres en los ritos del Templo, mientras misioneros fanáticos viajaban por todo el Imperio enseñando su propio código religioso a cualquiera que quisiera escucharlos. Utilizaban sus increíbles habilidades para incorporar lentamente sus creencias a aquellos con quienes se encontraban, mientras a su vez imponían las doctrinas del Templo del Emperador Salvador. A la venerable edad de ciento veinte años, Fatidicus murió, pero en ese momento ya existía más de mil millones de fervorosos fieles en la Tierra e innumerables seguidores en todo el Segmentum Solar.
En muchos lugares el Imperio aún estaba sumido en la anarquía causada por la Herejía de Horus, y el Templo del Emperador Salvador constituía una fuerza cohesionadora para afianzar la cooperación entre todos los estamentos sociales. Aquellas sectas que no quisieron o no pudieron adaptarse a las enseñanzas del Templo tuvieron que afrontar una aniquilación política y económica. La población fue soliviantada para marginar a los infieles. En muchos planetas esta persecución desencadenó la violencia.
Aunque siempre abjuró públicamente de los actos más violentos realizados en su nombre, el poder del Templo del Emperador Salvador creció y creció. Este proceso de integración y absorción prosiguió hasta comienzos del trigésimo segundo milenio, cuando casi dos tercios del Imperio estaban unidos por la orden. En la Tierra, los únicos que no acataban sus enseñanzas eran los adeptos del Culto Mechanicus y los Marines Espaciales, que mantenían sus propias tradiciones y formas de adoración.
En el año Imperial 31.350, el Templo del Emperador Salvador fue reconocido como la religión oficial del Imperio y recibió el título de Adeptus Ministorum. Un par de siglos más tarde el máximo dignatario del Ministorum, el Eclesiarca Veneris II, fue nombrado Alto Señor de la Tierra, y en los trescientos años que siguieron a ese nombramiento la importancia de la Eclesiarquía se hizo tan evidente que el puesto del Eclesiarca en el consejo de los Altos Señores se hizo permanente.

EL ADEPTUS MINISTORUM CRECE

Con el apoyo del Adeptus Terra, la Eclesiarquía siguió incrementando su influencia sobre los ciudadanos y los soldados Imperiales a una velocidad vertiginosa. Aquellos que rehusaban unirse al Ministorum eran declarados infieles y proscritos de sus comunidades, o incluso ejecutados como herejes. El Adeptus Ministorum dividió el Imperio en áreas denominadas Diócesis, cada una de ellas estaba regida por un Cardenal que controlaba a los Misioneros y Predicadores de cientos de mundos.
El gran tamaño del Ministorum obligó a crear toda una subsección dentro de la organización para dirigir la logística de administrar una maquinaria tan vasta. Diáconos y Archidiáconos coordinaban la construcción de capillas y templos, establecían los principios sobre los que debían pagarse los diezmos, y sus servidores mantenían los majestuosos edificios que se levantaban por todo el Imperio.
Una sola orden representaba una amenaza para el poder de la Eclesiarquía. Fundada en el planeta Dimmamar, la Confederación de la Luz era una fe penitente que afirmaba que el sacrificio del Emperador debía servir como ejemplo para todo el mundo. Sus conceptos de pobreza y humildad se contradecían directamente con las enseñanzas de la Eclesiarquía. Desde el punto de vista del Ministorum los sacrificios debían realizarlos los ciudadanos ofreciendo riquezas y dinero, mientras la Eclesiarquía realizaba otro tipo de sacrificios. La Confederación de la Luz era poderosa y los Misioneros del Ministorum no lograban ningún converso entre sus miembros. Finalmente, la Eclesiarquía, con el voto unánime de los Altos Señores de la Tierra, declaró la primera Guerra de Fe.



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AGRAMAR Enviado: 12.04.2006, 22:05
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Guerras de Fe y Cruzadas

La principal diferencia entre una Guerra de la Fe y una Cruzada estriba en su origen y en quién tome parte en ella. Una Cruzada es ordenada por la autoridad de todos los Altos Señores de la Tierra, y generalmente implica a todas las guarniciones del Imperio, incluidos los Marines Espaciales, la Guardia Imperial, la Armada Imperial, el Adeptus Ministorum y las fuerzas administrativas del Adeptus Terra. Una Guerra de la Fe es ordenada por el Eclesiarca, y normalmente afecta sólo a los miembros del Adeptus Ministorum y a los fieles del Credo Imperial. Excepto por esta distinción general, ambas inciden en el mismo objetivo.
En una Cruzada, tanto si se trata del exterminio de una raza alienígena como de la subyugación de algún mundo Imperial rebelde, generalmente se considera que los culpables han afrentado al Emperador, y por tanto el Eclesiarca proclama a su vez una Guerra de la Fe. Cuando hace esto, el Eclesiarca anuncia los objetivos de la guerra - objetivos divinos de la venganza del Emperador - y denuncia públicamente a los herejes. Sin embargo, el único motivo de hacerlo así es conseguir el apoyo de las masas. Casi todas las Cruzadas son, a su vez, Guerras de la Fe. Las Cruzadas de los Marines Espaciales son totalmente diferentes y nunca son Guerras de la Fe.
Sin embargo el caso contrario no siempre se cumple, y a veces la Eclesiarquía puede lograr sus objetivos sin interferencia exterior, por lo que no todas las Guerras de la Fe se convierten en Cruzadas. En ellas la Eclesiarquía se prepara para presentar batalla a un enemigo a causa de sus creencias, y no para sofocar una rebelión o conquistar un planeta alienígena.
Cuando no forman parte de una Cruzada, las Guerras de la Fe son financiadas y organizadas tan sólo por la Eclesiarquía, y solo participan en ellas las tropas del Adepta Sororitas y de la Fratría Militante, al mando de los miembros de la Fratría Clerical. El Eclesiarca no tiene la autoridad suprema para ordenar una Guerra de la Fe; ésta debe ser aprobada por los otros Altos Señores de la Tierra. En la práctica no hace falta una aprobación expresa, si no que basta con la abstención de los demás Altos Señores para que sea aprobada.
Las Guerras de la Fe a veces son apoyadas por las fuerzas de los otros Altos Señores y a veces incluso por ejércitos de la Guardia Imperial. Las Guerras de la Fe pueden estar dirigidas contra otras facciones de la Eclesiarquía que hayan sido consideradas heréticas, o pueden ser ataques de castigo contra razas sub-humanas o incluso alienígenas. Las Guerras de la Fe pueden tener lugar en regiones inexploradas de la Galaxia, participando en ellas una gran cantidad de Misioneros y Predicadores (así como las tropas necesarias para protegerlos y pacificar los lugares por los que pasen) mientras llevan la luz del Emperador a los incrédulos.

La Confederación de la Luz fue declarada herética, y las tropas de la Armada y la Guardia Imperial, junto a millares de fieles sin preparación militar, pero que deseaban servir al Emperador en un conflicto justo, fueron enviadas a erradicar esta amenaza espiritual. Aunque algunos dirigentes y corpúsculos escaparon de la persecución de las fuerzas de la Eclesiarquía, como religión la Confederación de la Luz dejó de existir. La supremacía del Adeptus Ministorum era total.
Al finalizar el trigésimo tercer milenio, con la excepción de los planetas controlados por los Adeptus Mechanicus y los Marines Espaciales, en todos los planetas Imperiales se erigía una catedral consagrada al Emperador. Millares de templos proliferaban en cada planeta, y los diezmos y colectas de billones de fieles manaban hacia los cofres de la Eclesiarquía. Este dinero fue empleado para construir templos aún más grandes, decorar las capillas con esculturas aún más espléndidas y sufragar nuevas Guerras de Fe con las que mantener el control del Ministorum



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La Era de la Apostasía

LA SENDA DE LA CONDENACIÓN

El poder de la Eclesiarquía se propagó por todos los aspectos de la vida Imperial. Desde los humildes mineros y ordenanzas, pasando por los Oficiales de la Guardia Imperial y la Armada, hasta los Gobernadores Planetarios y los propios Altos Señores de la Tierra, todos eran leales al credo Imperial, al menos en teoría. Muchas veces, los Altos Señores adoptaban el punto de vista de la Eclesiarquía, creyendo que representaban la voz del Emperador; una opinión que el Ministorum no hizo nada por contradecir. En poco tiempo la Eclesiarquía dictaba indirectamente la ley Imperial, organizaba ejércitos, decidía qué amenazas eran prioritarias y hacia dónde debían dirigirse los recursos Imperiales.
A medida que el poder de la Eclesiarquía aumentaba, algunos elementos se rebelaron contra el control que ésta ejercía sobre el Imperio. En los consejos de los Altos Señores, el Fabricador General de los Adeptus Mechanicus se opuso a la voluntad de la Eclesiarquía, y los Señores de los Capítulos de Marines Espaciales también dudaban de las órdenes Imperiales. Siguiendo su ejemplo, el Administratum también empezó a combatir el excesivo poder de la Eclesiarquía.
Rabioso por su pérdida de control, el Administratum comenzó a reestablecer su poder como la fuerza dominante y aglutinante del Imperio. Así empezó un conflicto que ha perdurado siete mil años, hasta la actualidad. El Administratum ejercitó su influencia de diversas formas: socavando la autoridad del Eclesiarca, influenciando en las votaciones del consejo de los Altos Señores, y nombrando seguidores leales para los puestos de importancia. Desde finales del trigésimo quinto milenio, el poder de la Eclesiarquía declinó. A consecuencia de la elección de una desastrosa serie de Eclesiarcas débiles e incompetentes, el Administratum consiguió arrebatarle al Ministorum la mayor parte de su poder. A medida que transcurría el tiempo, el Administratum recuperaba su supremacía. Para la mayor parte de la población la Eclesiarquía seguía siendo tan fuerte como siempre, poderosa y omnipresente, pero entre bastidores era el Administratum quien dictaba la agenda del Santo Sínodo.
En un intento de escaparse de las garras del Alto Señor del Administratum, el Eclesiarca Benedin IV trasladó el Santo Sínodo y los escalafones superiores del Adeptus Ministorum al planeta Ophelia VII en el Segmentum Tempestus. Éste había sido la diócesis de Benedin como Cardenal, y posiblemente el planeta más rico después de la Tierra y Marte.
Los Palacios de la Eclesiarquía en Ophelia cubrían 20.000 kilómetros cuadrados y se levantaban más de 4.000 metros hacia el cielo. Sólo eran superados por el Palacio Imperial de la Tierra. Separada de los designios del Administratum por la gran distancia que los separaba, el poder de la Eclesiarquía volvió a aumentar. En una sucesión de fuertes incrementos de diezmos, los recursos del Ministorum alcanzaron su punto culminante. Los Cardenales de las diferentes Diócesis competían entre ellos para erigir los monumentos más espléndidos, para construir los templos y catedrales más ostentosos y grandes. Las purgas de los denominados cultos herejes aumentaron significativamente, ya que cualquier oposición a la más pequeña voluntad de la Eclesiarquía era brutalmente aplastada.
Al margen del Administratum, la Eclesiarquía empezó a formar su propia flota de naves interestelares y ejércitos. Las Fratrías Templarias, como se denominó a estas tropas, estaban compuestas por una gran cantidad de transportes comerciales y naves de guerra, y docenas de ejércitos cada uno de los cuales rivalizaba con un Regimiento de la Guardia Imperial en cuanto a número de tropas. Mientras tanto, los edificios del Ministorum en la Tierra fueron desmoronándose y cayendo en ruinas.
A mediados del trigésimo quinto milenio, casi trescientos años después del traslado a Ophelia VII, Greigor XI fue elegido para la posición de Eclesiarca. Greigor, un hombre profundamente espiritual, era considerado el paso siguiente en el crecimiento de la Eclesiarquía: aires frescos para despertar lo que se había convertido en un apático Santo Sínodo. Sin embargo, los Cardenales no estaban en absoluto preparados para lo que estaba a punto de suceder. Greigor anunció que el Adeptus Ministorum regresaría a la Tierra. Aunque esta decisión recibió una fuerte oposición tanto desde dentro como desde fuera de la Eclesiarquía, Greigor creía que el verdadero centro de la Fe debía ser la Tierra, el planeta natal de la humanidad y lugar de reposo del Emperador.
Nadie pudo disuadirle de esta decisión, y aunque llevó doce años organizar el regreso, el tiempo necesario para reunir los recursos y las necesidades físicas del viaje por el espacio disforme, las puertas de los Palacios Eclesiarcales de la Tierra volvieron a abrirse una vez más. El acondicionamiento de los Palacios supuso una fuerte carga para las ya maltrechas arcas de la Eclesiarquía. Al haberse agotado sus fondos con el extremadamente costoso traslado a la Tierra, el Adeptus Ministorum tuvo que incrementar aún más los diezmos para costear la reconstrucción.
Mientras proseguía el acondicionamiento, Greigor XI empezó a preparar los fundamentos para otros cambios en el seno de la estructura del Adeptus Ministorum, cambios que fueron considerados radicales por muchos de los miembros del Santo Sínodo. Una vez más, se negó a cambiar de opinión, pero antes de que sus innovaciones pudieran ser puestas en práctica, Greigor XI murió al ser envenenada su comida. Se derramaron muchas lágrimas en su funeral (se dice que seis millones de fieles pasaron ante su capilla ardiente), y los Cardenales hablaron de un gran hombre que les había sido arrebatado demasiado pronto. Sin embargo, antes de que las lágrimas se hubieran secado y de que el cuerpo de Greigor hubiera sido enterrado en el Mausoleo del Recuerdo, fue elegido un nuevo y más conservador Eclesiarca, y el Ministorum continuó tal y como había venido haciéndolo desde entonces.

LA ANARQUÍA
Debido a las cada vez mayores demandas de los Cardenales, los diezmos de la Eclesiarquía se incrementaron una vez más. Desafortunadamente, la mayoría de la población ya se encontraba al límite de sus posibilidades, y este nuevo incremento fue considerado por muchos como innecesariamente desorbitado. En una gran cantidad de mundos Imperiales la población se rebeló abiertamente contra la Eclesiarquía, negándose a pagar. Incluso algunos Gobernadores Planetarios se pronunciaron en contra de los excesos del Ministorum, pero nadie les escuchó.
La Eclesiarquía respondió con la venganza, enviando ejércitos para aplastar cualquier signo de revuelta, y ejecutando a altos cargos por herejía. Alexis XXI utilizó el Oficio Asesinorum para eliminar a varios Gobernadores que utilizaron los diezmos para financiar sus propias Fuerzas de Defensa Planetaria, y se le atribuye el haber dicho: "Habían abjurado de la protección del Emperador para su propio beneficio material". Los diezmos se utilizaron para construir templos todavía más grandes, para erguir estatuas de los Eclesiarcas difuntos junto a las autopistas de los planetas y para decorar los Palacios Eclesiarcales con los metales y joyas más raras.
La rebelión prosiguió. En todo el Imperio se produjeron revueltas en masa que las Fratrías Templarias de la Eclesiarquía sofocaban rápidamente. Todos aquellos que desafiaban los derechos de la Eclesiarquía eran acusados de herejes y castigados en consecuencia. Hubo quien pensó que los sangrientos métodos de represión de la Eclesiarquía eran excesivos, pero no eran nada en comparación con lo que estaba por llegar.
Cuando el Imperio todavía tenía problemas para sobrevivir a causa de las guerras y la falta de un verdadero liderazgo en la Tierra, nuevos desastres se cernieron sobre la humanidad. A principios del trigésimo sexto milenio la incidencia de las tormentas de Disformidad empezó a aumentar. Los viajes entre las estrellas que no estuvieran próximas se volvió arriesgado, y a medida que pasaban los siglos el espacio disforme fue convirtiéndose en una masa de turbulentas tormentas. La navegación se hizo difícil por toda la Galaxia, y cientos de sistemas quedaron totalmente aislados. Con los recursos del Administratum y la Eclesiarquía concentrados en su lucha por el poder, la mayor parte del Imperio se sumió en la anarquía. En los pocos planetas aún accesibles a las naves interestelares, el poder de la Eclesiarquía fue brutalmente impuesto por las Fratrías Templarias, y cualquier ligera desviación de sus santos decretos era considerada herética, colgando o quemando al responsable de ese crimen.
Viendo las convulsiones que agitaban al Imperio, los incursores del Caos emergieron del Ojo del Terror para atacar los despojos de sus enemigos. Los Señores de la Guerra Orkos asolaron amplias zonas de la Galaxia sin que nadie pudiera detenerles. En los planetas aislados de la Tierra los cultos del Caos y Genestealers se rebelaron y depusieron a sus gobiernos, condenando a mundos enteros a la esclavitud y las masacres. Los planetas que no fueron devastados por alienígenas lucharon por conservar lo que pudieron. Con el paso del tiempo incluso los planetas más avanzados comenzaron a doblar la rodilla. Como había sucedido anteriormente, sin la firme guía del Adeptus Ministorum, incluso el Culto al Emperador comenzó a evolucionar hacia una serie de sub-cultos y sectas, y en los tiempos difíciles de aquellos siglos, quienes alguna vez habían sido hermanos bajo la luz del Emperador combatían uno contra el otro para imponer sus ideales religiosos.
La mayor parte del Imperio se encontraba sumido en un estado preapocalíptico. Zelotes enloquecidos denunciaban a la Eclesiarquía y proclamaban que el Emperador estaba disgustado con ella por su codicia y sus excesos, enviando tormentas de Disformidad como una prueba para juzgar a los buenos creyentes y separarlos de los herejes y pecadores. Azuzados por estas proclamas, los ciudadanos emplearon las flagelaciones y automutilaciones para probar sus convicciones y su fe. Poblaciones enteras se convirtieron en masas hirvientes de cultos sumidos en la desesperación, cada uno intentado superar al otro en sus demostraciones de devoción al Emperador. Extraños grupos desgajados crecieron en poder, proclamando sus causas radicales. Pogromos sedientos de sangre masacraron a muchos inocentes mientras la población trataba de aplacar la ira del Dios Emperador. En algunas comunidades cualquier mínima desviación de lo que parecía normal conducía instantáneamente a la muerte del afectado y toda su familia. Poblaciones enteras fueron esclavizadas o masacradas al considerarlas culpables de alguna desviación genética real o imaginaria.

EL ALTO SEÑOR VANDIRE
El nombre más infame conectado con la Era de la Apostasía y arquitecto del Reinado del Terror fue Goge Vandire, 361º Alto Señor del Administratum. Vandire tenía reputación de intransigente y era un fuerte adversario de la primacía de la Eclesiarquía. Se rumoreaba que utilizó asesinatos y chantajes para alcanzar el rango de Alto Señor, y nadie dentro del Administratum se atrevía a oponerse a él. Poco antes de su ascenso al preciado cargo de Alto Señor, Vandire había sido decisivo en la elección del Eclesiarca Paulis III, un degenerado incompetente que fue fácilmente controlado por Vandire y sus partidarios dentro del Ministorum.
Una vez bien afianzado en su posición dentro del Administratum, Vandire se puso en marcha para hacerse con el control de la Eclesiarquía. Mientras otros Altos Señores habían manipulado de forma encubierta al Adeptus Ministorum, Vandire fue totalmente abierto en sus intenciones. Al final Vandire en persona dirigió un contingente selecto de oficiales de la Guardia Imperial hasta el Palacio Eclesiarcal y destronó a Paulis III en lo que sólo puede ser considerado como un golpe militar. Declarando que Paulis III era un traidor a la humanidad, hizo que el Eclesiarca fuese sumariamente fusilado, y ocupó el puesto dual de Alto Señor de la Tierra y de la Eclesiarquía.
Sorprendido y aterrorizado, el Santo Sínodo no pudo hacer nada para oponerse a Vandire, ya que éste empezó a eliminar a cualquiera que se le opusiese dentro del Ministorum. Cuando la ira de Vandire cayó sobre los Cardenales, todos aquellos que aún no habían huido decidieron regresar a Ophelia VII para escapar de las garras del Alto Señor. Sin embargo, el destino les jugó una mala pasada y en cuanto su nave entró en el espacio disforme fue engullida por una enorme tormenta y nadie volvió a saber nunca nada más de ellos. Vandire proclamó que era la voluntad del Emperador, evidencia de su derecho divino a gobernar el Imperio en nombre del Emperador.
Vandire nombró Cardenales de su entero gusto para cubrir los bancos de caoba de las cámaras del Santo Sínodo. Seleccionó una calculada mezcla de dementes sin fuerza de voluntad y genios brillantes con la suficiente cantidad de crueldad para asegurarse de que apoyarían sus deseos sin réplica alguna. El Alto Señor poseía al fin el control total y sin oposiciones sobre la Eclesiarquía y el Administratum. El Imperio afrontaba los momentos más terribles desde la Herejía de Horus.

EL REINADO DEL TERROR
Vandire estaba loco: era un paranoico megalómano que veía complots e intrigas por todas partes. Su mente era retorcida en todos los aspectos, y disfrutaba torturando a sus víctimas, con la excusa de que estaba purificando sus almas para el Emperador. Esperaba que todas y cada una de sus palabras fueran anotadas para la posteridad, y constantemente le acompañaba una marabunta de escribas cuya misión era anotar cualquier cosa que dijera o cualquier tortura especialmente innovadora que inflingiera en las transformadas catacumbas del Palacio Eclesiarcal. Su humor variaba violentamente, riendo un momento y violentamente furioso al siguiente.
Vandire caía a menudo en un estado de semitrance, durante el cual discutía consigo mismo con voz susurrante y en otras ocasiones gritaba sin razón aparente. Afirmaba que estaba recibiendo mensajes del Emperador. Estos períodos meditativos siempre eran seguidos por accesos de violencia excesiva. Había instalado un descomunal mapa tridimensional del Imperio en su Cámara de Audiencias, que era constantemente actualizado con la actividad de las tormentas de Disformidad. Tan pronto como era posible llegar a un mundo, enviaba una flota de guerra para establecer su control en él.
El Reinado del Terror afectó a todo el Imperio. Muchos oficiales psicópatas del Ejército y la Armada estaban demasiado dispuestos a ejecutar las órdenes de Vandire: el bombardeo vírico del Mundo Colmena de Calana VII sin razón aparente; la invasión de las tierras agrícolas de Boras Minos y la posterior esclavización de todas las niñas menores de doce años de edad; la utilización de las baterías orbitales de Jhanna para fundir los casquetes polares del planeta, donde murieron ahogadas casi cuatro billones de personas en las inundaciones resultantes. La lista es interminable, meticulosamente registrada por los escribas de Vandire. Éste dictaba largos discursos lamentándose del maltrecho estado del Imperio, exigiendo justicia contra el sector de la humanidad que en ese momento fuera el objetivo de su odio.

LAS HIJAS DEL EMPERADOR
Al principio del Reinado del Terror, la inmensa red de espías de Vandire notificó al Alto Señor la existencia de un secta que hasta entonces había evitado la atención del Ministorum. Se trataba de un pequeño culto, de quizás unos 500 miembros en total, en el diminuto mundo agrícola de San Leor. Vandire estaba furioso cuando por primera vez oyó hablar del grupo, pero mientras sus agentes continuaban explicando la naturaleza de su culto, sus intenciones homicidas se convirtieron en codicia. La secta, conocida como las Hijas del Emperador, estaba compuesta sólo por mujeres que se consagraban a la adoración del Emperador a través de la pureza interior. Las Hijas del Emperador estudiaban los antiguos artes de la guerra, empleando un gravoso proceso de aprendizaje para liberar sus mentes de cualquier consideración mundana, mejorando sus habilidades a lo largo de toda su vida. Vandire ordenó que se preparara inmediatamente una nave para viajar a San Leor, y anunció que honraría al planeta con una visita Eclesiarcal.
Con un séquito de casi cien mil sirvientes y soldados, Vandire llegó a San Leor. Mientras la procesión de kilómetros de longitud se dirigía hacia el templo de las Hijas del Emperador, los agentes de Vandire precedieron a la caravana del Eclesiarca, obligando a la escasa población de granjas y pueblos a alinearse a lo largo de las calles de sus poblaciones y mostrar el debido respeto. Aquellos que no lo hacían eran ejecutados en el acto, sin tener en cuenta sus razones. Incluso los ancianos y los recién nacidos fueron sacados de sus casas para presenciar la llegada del Eclesiarca. Las multitudes, a punta de pistola, eran provistas de laureles y regalos con los que obsequiar al Señor Vandire, tirándole flores perfumadas y alabándole. Los holovídeos de las diversas ceremonias realizadas por el Señor Vandire se difundieron por todos los planetas accesibles por el Imperio, aprovechando esta propaganda para reforzar más aún el poder del Eclesiarca.
Al llegar al templo, Vandire encontró las puertas cerradas a cal y canto, y fue informado por una joven Hija del Emperador de que la Orden no reconocía su autoridad. Esperando la acostumbrada explosión de rabia y destrucción, los aterrorizados funcionarios de Vandire temieron por sus vidas. Sin embargo, Vandire había tenido en cuenta la posibilidad de una respuesta tan insolente y ya había pensado una solución. Ordenó a las Hijas del Emperador que presenciaran un hecho que demostraría que tenía el favor del Emperador.
Acompañado por una pequeña escolta, Vandire entró en el templo y fue conducido al salón principal. Ante toda la Orden reunida, Vandire se arrodilló en súplica al Emperador, solicitando su protección mientras aferraba el Rosarius del Eclesiarca con ambas manos. Levantándose nuevamente, ordenó a un miembro de su escolta disparar sobre él con su pistola láser. Al principio el oficial se negó, pidiendo a Vandire que no se pusiera en peligro. La respuesta de Vandire que ha quedado registrada fue: "No hay peligro, tengo la protección del Emperador. ¿Dudas de ello?". El oficial no tuvo respuesta para esta pregunta, llena como estaba de doble sentido y porque ocultaba una amenaza de castigo. Fríamente, alzó su pistola, apuntó al pecho del Eclesiarca y disparó.
Cuando el fogonazo de energía impactó a Vandire, se produjo una explosión de luz, cegando a todos los que se encontraban en la sala. Cuando recuperaron sus sentidos, vieron a Vandire en pie, totalmente ileso en el centro de la sala apoyado en su cetro de hueso. Casi al unísono, los Guardias y las Hijas del Emperador cayeron de rodillas en adoración. Según explicó posteriormente a sus escribas, Vandire había supuesto que las aisladas Hijas del Emperador jamás habrían oído hablar del Rosarius, o del generador de una pantalla de conversión que contenía.
Recibiendo el juramento de fidelidad de las Hijas del Emperador, Vandire elevó la secta a la posición de guardia personal del Eclesiarca y se las llevó consigo de regreso a la Tierra. Desde entonces, las mujeres guerreras se convirtieron en su escolta personal de soldados y asistentes, y Vandire las rebautizó como Consortes del Emperador. Fueron entrenadas por los mejores instructores de la Guardia Imperial para combinar sus propias habilidades con las armas modernas. La noticia de su dedicación a la protección de Vandire se propagó por todo el Imperio. Eran sus fieles guardianas y sus silenciosas ejecutoras, que matarían con una sola palabra de su Señor.
Las Consortes del Emperador no sólo servían a Vandire como escolta personal, si no que también eran sus criadas y asistentes. Probaban la comida del Alto Señor, lo alimentaban cuando se encontraba débil por la enfermedad, cuidaban su frágil cuerpo y lo entretenían con canciones, bailes y otras habilidades más exóticas. Pese a toda su dulzura, cuando era necesario las Consortes del Emperador seguían siendo duras combatientes, y cuando el Santo Sínodo intentó asesinar a Vandire unos años más tarde, las Consortes entraron en la sala de reuniones, cerraron las puertas y salieron una hora más tarde llevando las cabezas cortadas de todos los Cardenales.

SEBASTIAN THOR
La violenta represión y las carnicerías infundadas prosiguieron durante siete décadas tras la ascensión de Vandire al Palacio Eclesiarcal. Los recursos del Adeptus Ministorum se destinaban a los sangrientos pogromos y a la construcción de nuevos e inmensos monumentos del Emperador y Vandire. Sin embargo, la locura de Vandire se dirigía siempre hacia el exterior, y aunque los planetas más remotos disponían de torres y catedrales kilométricas, el Palacio Eclesiarcal de la Tierra cayó de nuevo en el abandono. Se desmoronaron alas enteras del edificio a causa del peso de los siglos, y los inmensos candelabros e incensarios de la Cámara de Audiencias se dejaron extinguir.
Mientras el resto del Imperio refulgía con el brillo del oro y el platino, y resplandecía con la luz de millones de gemas raras, el dominio personal de Vandire se convirtió en un oscuro cubil de sombras y vientos gélidos y húmedos. En algunos lugares el polvo se acumulaba hasta los tobillos; las antiguas reliquias estaban manchadas y deslustradas; los tapices se desgastaban y enmohecían; las ratas y otras alimañas dejaban su huella en las valiosísimas alfombras. Muchas veces, la gran sala estaba iluminada tan sólo por un único candelabro, y tan sólo algunas pisadas dispersas delataban la presencia en la oscuridad de las Consortes del Emperador.
Incluso durante el día, la pátina de mugre y suciedad que cubría las vidrieras apenas dejaba pasar un rayo de luz solar. Cuando las lluvias persistentes limpiaban el exterior de los ventanales, un haz de luz más clara podía llegar hasta el suelo de la gran sala, pero en esos casos Vandire se retiraba a sus habitaciones y se sentaba durante días en completo silencio. El Alto Señor caía en largos sueños en los que, atormentado por las pesadillas, lanzaba aullidos histéricos. Su anciano cuerpo fue saturado de drogas y elixires para evitar las inevitables enfermedades y achaques de la edad. Sin embargo, con las armas de las Consortes del Emperador siempre dispuestas a obedecer su voluntad, el inválido Alto Señor seguía mandando con puño de hierro. En sus momentos de mayor lucidez, podía oírse al achacoso Vandire murmurando contra la luz. Las notas de sus escribas indican que su temor hacia la luz solar crecía día a día.
La llegada de un joven agente procedente de los límites septentrionales de la Galaxia, en los alrededores del planeta Dimmamar, causó una gran conmoción en la Tierra. Su informe preocupó a los consejeros del Alto Señor y causó un estallido de ira apopléjica en Vandire. Dimmamar había denunciado al Alto Señor como traidor al Imperio y los antiguos rituales de la Confederación de la Luz estaban siendo restaurados en toda la Diócesis. El nombre de un hombre se repetía una y otra vez por todo el Segmentum Obscurus. Ese nombre era Sebastian Thor.
Nadie en la Tierra sabía de dónde procedía este hombre o cuáles podían ser sus objetivos. Los Altos Señores iniciaron un debate de más de un mes sobre las acciones que debían llevarse a cabo. Después de su estallido inicial, Vandire se encerró en sí mismo más que nunca, y en la mayoría de las reuniones del consejo aparecía acurrucado en el trono de ébano y terciopelo del Eclesiarca, rodeado por las siempre vigilantes Consortes del Emperador, con sus ojos fijos en el vacío. Cuando llegaron nuevas noticias de la revuelta, fue evidente que la rebelión tenía que abortarse rápidamente. En tres meses otros ochenta sistemas habían declarado su lealtad a la Confederación de la Luz y sólo la presencia de los ejércitos y flotas del Ministorum evitaba que sucediera lo mismo en otros sectores de los límites septentrionales de la Galaxia. Para neutralizar esta amenaza se envió a las Fratrías Templarias más leales, con la orden de arrasar Dimmamar y aniquilar a toda criatura viviente del planeta.
La flota de guerra partió rápidamente, pero poco después de entrar en el espacio disforme cerca del sistema Clax, fue destruida por una tormenta de Disformidad de proporciones colosales. La última transmisión astropática hablaba de arcos de energía blancos que partían los cascos de las naves, la potencia de la tormenta retorcía literalmente a hombres y máquinas, haciendo implosionar a los soldados y desintegrándolo todo. El sistema Clax ha quedado aislado desde entonces por la tempestad, y se dice que aquellos que pasan por sus proximidades todavía pueden oír los gritos de los muertos y el eco de los últimos pensamientos de los Astrópatas. Es un área de malos augurios conocida actualmente como la Tormenta de la Ira del Emperador.
Con este severo revés para el poderío militar de la Eclesiarquía, la totalidad de la población del Segmentum Obscurus se alzó en rebelión. Los Palacios Cardenalicios fueron asaltados por fanáticos conversos, que rasgaron los tapices, quemaron los iconos y rompieron las vidrieras. En medio de toda esta locura, el nombre de Sebastian Thor seguía repitiéndose. ¿Quién era esta misteriosa figura que parecía buscar la destrucción de la Eclesiarquía y con ella la del propio Imperio? Quizás se trataba de algún instrumento de los Dioses del Caos, otro Horus intentando esclavizar de nuevo a la humanidad. También era posible que alguna otra fuerza alienígena lo controlara: una de las numerosas criaturas del espacio disforme, o alguna raza inmensamente poderosa no detectada hasta entonces. A medida que los agentes del Ministorum fueron reuniendo más información, los Altos Señores quedaron sorprendidos por las noticias.
Thor no era ninguna entidad demoníaca con intención de corromper el Imperio; era sólo un hombre educado en una Escuela Progenium de Dimmamar. Los interrogatorios a antiguos compañeros revelaron que había sido un devoto, aunque introvertido, seguidor del Culto Imperial desde muy temprana edad. Sin embargo, Thor había afirmado recientemente tener visiones del Emperador, y había avisado del desastre que estaba a punto de caer sobre la humanidad. Se decía que Thor había echado a un viejo Predicador de su púlpito en medio de una oración y había denunciado los procedimientos de la Eclesiarquía. Con una elocuencia y un carisma que los informantes no podían explicar, Thor se dirigió a los presentes, penetrando con sus palabras en sus mentes y corazones.
Las nuevas del incidente se propagaron rápidamente, y pronto millares de personas acudieron a oír sus sermones y marchaban junto a él con un nuevo celo religioso que ardían en sus almas, propagando aún más el mensaje. Algunos miembros de la herética Confederación de la Luz se aproximaron al joven en secreto, y en su siguiente sermón declaró abiertamente su lealtad a la secta. Thor fue conducido ante el Comandante Imperial, Gaius Welkonnen, y le habló de sus sueños y visiones, y de su ambición por liberar al Imperio de la tiranía de Vandire. Nadie podía explicar qué extraño poder contenía la voz de Thor, pero el Gobernador inmediatamente juró lealtad a Sebastian Thor y puso el ejército de Dimmamar a su disposición, como el adepto había solicitado.
Cuando se propagó la noticia, el Segmentum Obscurus se sumió en la anarquía, y por doquier se produjeron profanaciones, saqueos y actos de destrucción indiscriminada. Aunque los espías de Vandire eran descubiertos y eliminados con gran eficiencia, se hizo evidente que el "ejército" de Sebastian Thor había crecido hasta alcanzar la cifra de más de cinco millones de seguidores en menos de un año, y que esta gigantesca comitiva estaba dirigiéndose lenta pero inexorablemente hacia la Tierra. Incluso algunas Fratrías Templarias supervivientes se habían unido a sus fuerzas.
Se multiplicaron las leyendas sobre Thor y su larga marcha, y sobre los milagros que se atribuían a su presencia. Algunos eran explicables por la increíble oratoria del joven adepto, como la forma en que los habitantes de los planetas por donde pasaba reunían sus recursos para proveerle de todo los necesario para alimentar y alojar a su inmensa comitiva. Otros continúan siendo un misterio, como las leyendas de los Navegantes sobre la calma total del espacio disforme mientras viajaban de un sistema a otro. Aunque el resto de la Galaxia todavía estaba afectada por las devastadoras tormentas que habían aislado al Imperio desde hacía muchos siglos, la gigantesca flota de la Confederación de la Luz atravesaba el espacio disforme sin el menor percance. El Paternal de los Navegantes le dio el título de Abstracta Preomnis, el Señor del Espacio Disforme.
Las noticias sobre Sebastian Thor se extendieron desde el Segmentum Obscurus hacia otras partes del Imperio. La distancia exageró el mensaje, y pronto Thor estaba siendo aclamado como un Dios. Al haber sido destruido la mayor parte de su ejército en Clax, el Adeptus Ministorum no podía hacer nada para evitar que un sistema tras otro, una diócesis tras otra cambiasen su lealtad hacia la nueva creencia religiosa predicada por Thor. A pesar de la abierta oposición de muchos Cardenales y Confesores que veían cómo su poder, sus tradiciones y su forma de vida estaban siendo destruidos, el credo de Thor convirtió a millones de seguidores. La cooperación y el sacrificio pasó a ser la doctrina de aquellos que oían los apasionados discursos de Thor, pronunciados en todos los planetas por los que pasaba a lo largo de la ruta hacia la Tierra. Aunque muchos se opusieron a Thor, en todo el Imperio la situación general estaba en contra de Vandire. Las masas habían sido presionadas hasta el límite, pero esta vez tenían un líder que les guiaba.

LAS GUERRAS DE LA APOSTASÍA
Todavía tenían que llegar noticias más preocupantes al consejo de los Altos Señores. Hasta ahora, el Adeptus Mechanicus y los Capítulos de Marines Espaciales habían jugado un papel secundario en la Era de la Apostasía. Las violentas tormentas del espacio disforme hacían que recorrer largas distancias fuera, en el mejor de los casos, arriesgado, e imposible en algunas zonas. Los planetas del Adeptus Astartes y los Mundos Forja del Adeptus Mechanicus se convirtieron en fortificaciones en medio de un mar de anarquía. Estas organizaciones estaban a la defensiva, protegiendo los pocos sistemas que podían de los desmanes de la Era de la Apostasía y las masacres del Reinado del Terror de Vandire. De todo el Imperio, tan sólo estos pequeños enclaves consiguieron sobrevivir toda la Era sin sufrir daños importantes, gracias a la protección del Adeptus Mechanicus y los Marines Espaciales que los salvaron de los peores sucesos de esa terrible época.
Al recibir noticias de Sebastian Thor y la propagación de la Confederación de la Luz, muchos Señores de los Capítulos de Marines Espaciales del Segmentum Solar y los sectores más próximos del resto del Imperio empezaron a apoyar abiertamente a este movimiento. El Adeptus Mechanicus envió requerimientos a los Altos Señores para que tomasen la iniciativa y juzgaran y ejecutaran a Vandire por traición. La respuesta de Vandire fue disolver el consejo de Altos Señores y ordenar al resto de sus ejércitos y flotas que atacasen a los insurrectos Marines Espaciales y al Culto Mechanicus. Muchos oficiales se negaron a cumplir órdenes suicidas como esa y fueron quemados o fusilados por alta traición y herejía. Fueron reemplazados por comandantes más manejables, pero esta vez se hizo evidente la traición de Vandire. Enfurecido por lo que vio, Gastaph Hedriatix, Fabricador General del Adeptus Mechanicus, ordenó el transporte de regimientos de la Tecno-Guardia marciana a la Tierra. A estos regimientos se les unieron los Marines Espaciales de los Capítulos Puños Imperiales, Halcones Llameantes, Bebedores de Almas y Templarios Negros.
Aunque la mayor parte del Palacio Eclesiarcal había quedado en ruinas, el complejo central que albergaba el salón del trono de Vandire continuaba siendo una fortificación casi inexpugnable. Durante meses, las fuerzas combinadas de la Tecno-Guardia y los Marines Espaciales intentaron abrir una brecha en los muros, pero fueron rechazados una y otra vez por las Consortes del Emperador, que en esa época contaban con diez mil guerreras. Mientras los gigantescos cañones del Adeptus Mechanicus bombardeaban una y otra vez los muros del Palacio, y las escuadras de asalto de los Marines luchaban por corredores de kilómetros de longitud plagados de muertos, la atención de Vandire y los Altos Señores se dirigía hacia el exterior. Pero era desde el interior de donde iba a llegar el mayor peligro.

LA CAÍDA DEL ALTO SEÑOR
Desde el inicio del Reinado del Terror, otra organización había permanecido al margen de la carnicería y la devastación. Desde el interior de los seguros muros del Palacio Imperial, el Adeptus Custodes había continuado su eterna vigilia del Trono Dorado. Para escapar a la anarquía que prevalecía, y asegurar la protección del propio Emperador, los Custodios se habían aislado voluntariamente del exterior. Sólo algunos retazos de información habían atravesado los sellados muros de los más sagrados lugares, y fue sólo cuando los Marines Espaciales y los Adeptus Mechanicus atacaron a Vandire que conocieron la verdadera extensión de la traición cometida por el Alto Señor. Durante sus encuentros secretos con los Comandantes de los Marines Espaciales, los Adeptus Custodes tuvieron noticia del Reinado del Terror y de las Consortes del Emperador que defendían al Alto Señor traidor. La misteriosa orden aconsejó a los Marines Espaciales que continuaran su ataque mientras ellos hacían lo que estuviera en sus manos.
Las defensas del Palacio Eclesiarcal no constituían obstáculo alguno para los Adeptus Custodes, con sus conocimientos milenarios del Palacio Imperial y de sus miles de kilómetros de corredores ocultos y pasadizos secretos. Un pequeño contingente de Custodios, al mando de un Centurión de los Comilitones, se abrió paso hasta el centro del dominio de Vandire. Saliendo de los túneles secretos, no tardaron en ser detenidos por las Consortes del Emperador. Solicitando una tregua para parlamentar, el Centurión dejó en el suelo sus armas y caminó al encuentro de las guardianas de Vandire. Durante una hora desarrolló una apasionada petición para que las Consortes del Emperador renunciasen a sus juramentos, intentando convencerlas de que estaban combatiendo en nombre del mal, no del Emperador. Sin embargo, las Consortes del Emperador no se dejaron convencer por sus argumentos, y al anónimo Centurión no le quedó más que una opción. Dejando a sus hombres como rehenes, el Centurión guió a la oficial de las Consortes del Emperador y a una escolta de cinco guerreras a través de los túneles.
Las Consortes del Emperador pronto se encontraron perdidas en el interior del oscuro y retorcido laberinto, pero el silencioso Centurión las condujo sin titubeos hasta el interior del Palacio Imperial. Finalmente aparecieron ante una luz mortecina, frente a los Comilitones que custodiaban La Puerta; la entrada secreta a la Sala del Trono Dorado. El Centurión les explicó lo que estaba sucediendo, que las mujeres guerreras estaban a punto de entrar en el lugar más sagrado de la Galaxia, y que él las conduciría ante el propio Emperador. Iban a ver lo que nadie, salvo los Primarcas Marines Espaciales y los Comilitones había visto durante seis milenios. El Centurión les avisó de que si hablaban morirían, y las guió hacia la luz dorada que escapaba del portal entreabierto.
Lo que vieron no ha quedado registrado, y los Comilitones hicieron jurar a las Consortes del Emperador que guardarían el secreto. Se rumorea que vieron al Emperador, inmovilizado por las energías del Trono Dorado. Lo que sucedió entre ellas y los Comilitones también es causa de muchas especulaciones, pero cuando volvieron a cruzar La Puerta, sus ojos ardían con un odio y una furia incontrolables. Sin pronunciar una palabra, el Centurión las guió de nuevo a través de los lúgubres túneles, esta vez directamente hasta la Cámara de Audiencias. Su oficial, Alicia Dominica, habló de la traición de Vandire y su depravada corrupción de la Eclesiarquía, pero sobre todo habló de la retorcida perversión de la orden. Furiosas y avergonzadas, renunciaron al nombre de Consortes y se convirtieron una vez más en las Hijas del Emperador.
Durante todo este tiempo, Vandire había permanecido ignorante de la revuelta que se cernía sobre él, estudiando el mapa tridimensional del Imperio. Saliendo de su introspección, parpadeó sorprendido cuando se percató de las guerreras congregadas a su alrededor. El distante sonido del tiroteo había enmudecido en cuanto el mensaje se había extendido por el Palacio Eclesiarcal. Las cuatro mil combatientes que habían sobrevivido al salto de los Marines Espaciales y la Tecno-Guardia fueron reuniéndose lentamente en el gran salón.
Vandire pronunció un apasionado discurso, explicando qué sistemas tenían que ser aplastados, dictando órdenes para que se enviaran flotas para aniquilar a Thor y a sus seguidores. Sin embargo, incluso sus escribas lo habían abandonado, y se había quedado solo en la Cámara de Audiencias con las vengativas Hijas del Emperador. Alicia Dominica se enfrentó a Vandire. Sus palabras están grabadas sobre el negro sarcófago de marfil que contiene su cuerpo:
"Habéis cometido la mayor herejía. No sólo habéis dado la espalda al Emperador y abandonado su luz, sino que además habéis profanado su nombre y casi destruido todo aquello por lo que él ha luchado. Habéis pervertido y retorcido la senda que había establecido para que siguiera la Humanidad. Como vuestros propios decretos han establecido, no puede haber gracia para tal crimen, no puede sentirse piedad para un criminal como este. Renuncio a vuestra autoridad, camináis en la oscuridad y no podéis seguir viviendo. Vuestra sentencia ha sido aplazada durante demasiado tiempo. Ha llegado el momento de que muráis."
Dominica desenfundó su espada de energía y la sostuvo en alto para que todas la vieran. Vandire miró hacia las guerreras congregadas, confuso, con el entrecejo fruncido. Negando ligeramente con la cabeza, el Alto Señor susurró sus últimas palabras:
"¡No tengo tiempo para morir... estoy demasiado ocupado!"
La espada de energía cayó, decapitando al Alto Señor traidor de un solo tajo y partiendo su Rosarius por la mitad.
El Reinado del Terror había terminado.



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EL RENACIMIENTO DE LA ECLESIARQUÍA

Aunque el Reinado del Terror de Vandire terminó con la muerte del Alto Señor, la Era de la Apostasía todavía se prolongó durante muchos años. La mayor parte del Imperio todavía estaba siendo afectada por las tormentas del espacio disforme, y por todas partes los Comandantes Imperiales y los Cardenales formaban sus pequeños imperios y reinos personales. El Segmentum Obscurus era el más estable desde que el iluminado Sebastian Thor había iniciado su peregrinaje hacia la Tierra. Sin embargo, sin consejo de los Altos Señores y sin Eclesiarca había pocas esperanzas de que los restos del Imperio pudiesen restaurar rápidamente su poder anterior.
Los Señores de los Capítulos de Marines Espaciales y el Fabricador General del Adeptus Mechanicus decidieron resucitar lo que quedaba de los Altos Señores de la Tierra. Las abundantes anotaciones de los escribas de Vandire proporcionaron evidencias condenatorias contra muchos de aquellos que se habían aprovechado del Reinado del Terror, y Hedriatix estaba firmemente decidido a que tarde o temprano todos los responsables fueran juzgados por su conducta. Muchas de las organizaciones fueron instadas a purgar sus propias filas, como los Navegantes y los Capitanes Cartográficos. Fueron ascendidos a Comandantes Imperiales aquellos que se habían opuesto a Vandire; y otros Altos Señores fueron defendidos por sus compañeros y conservaron sus puestos en el Consejo. Sin embargo, seguía sin haber Eclesiarca.

EL JUICIO A SEBASTIAN THOR

Se enviaron mensajes a Sebastian Thor, pidiéndole que se dirigiera inmediatamente hacia la Tierra. Su respuesta fue simple, explicando que todavía tenía mucho trabajo que realizar en la frontera septentrional antes de proseguir su viaje a la Tierra. Se envió una rápida nave de transporte a recoger a Thor, pero una vez más rehusó la invitación, insistiendo en que aún no estaba preparado. Exasperados, los Altos Señores aprobaron un decreto declarando traidor a Thor y exigiéndole que se presentara en la Tierra acusado de varias actividades sediciosas contra los oficiales nombrados por el Emperador. Thor fue detenido sin violencia, ya que se empeñó en que sus hombres no hicieran nada y dejaran que el Emperador protegiera a su mensajero.
Los soportales de la gigantesca sala del tribunal estaban abarrotados de miles de partidarios de Thor que observaban el juicio con tensa expectación. Tanto pobres como ricos viajaron desde todos los rincones del Imperio para presenciar el juicio al último salvador de la Humanidad. El Judicium Terra se convirtió en punto de atención de los creyentes y el final de largos peregrinajes. Muchos de aquellos que iniciaron el viaje llegaron meses, o incluso años, después de que el juicio hubiera concluido, pero estaban decididos a completar su viaje y mostrar su apoyo a Thor.
Algunos de los Altos Señores intentaron por todos los medios que Thor fuera condenado, pues las reiteradas negativas de Thor habían sido una afrenta para su orgullo. Sin embargo, para cada acusación existían evidencias claras y concisas de su inocencia. No había incitado al pueblo a atacar los templos del Ministorum, existían documentos escritos referentes a sus sermones lamentando tal comportamiento. No había combatido contra los soldados del Imperio, y muchos de aquellos que habían sido enviados contra él ahora se contaban entre sus seguidores más leales. Finalmente, después de dos meses, el juicio llegó a su fin. Los Altos Señores deliberaron durante tres días, debatiendo qué hacer con este carismático joven.
Fue el Capitán General Excelsor, del Adeptus Custodes, quien hizo público su veredicto. Después de explicar que Thor había sido hallado inocente de todos los cargos presentados en su contra, Excelsor expuso la gran necesidad que tenía el Imperio de un nuevo Eclesiarca. Dado que Thor había demostrado ser totalmente inocente del más pequeño de los crímenes, era el candidato obvio para ocupar el puesto en un tiempo de tanta necesidad espiritual. La multitud rugió para mostrar su aprobación, loando al Emperador en su divina sabiduría por enviar a Thor para guiarlos. Hablando tranquilamente, Thor rehusó la oferta y el consejo se convirtió en un caos. Mientras los otros Altos Señores se acusaban unos a otros y a la desfachatez de Thor, y sus partidarios, desesperados, no podían dar crédito a lo que habían oído, Excelsor se acercó al iluminado y le habló. Aunque nadie sabe a ciencia cierta lo que el Capitán General dijo a Thor, la versión más extendida es que las palabras fueron: "Dejarás la Tierra como Eclesiarca o no la dejarás jamás...".
Cuando la sala quedó de nuevo en silencio, Thor anunció que aceptaría el manto de Eclesiarca, pero sólo bajo ciertas condiciones. Debería recibir todo el apoyo de los Altos Señores cuando así lo necesitase. Iba a realizar muchos cambios en la organización de la Eclesiarquía y tenían que respaldarle en estas acciones. También quería continuar con su vida tal y como hasta entonces, recorriendo todo el Imperio, predicando a la gente directamente. Era como orador que el Emperador le había guiado, y con sus rezos y sermones unificaría al Imperio de nuevo bajo la luz del Trono Dorado. Naturalmente, los Altos Señores estuvieron de acuerdo. Lentamente, se difundió por todo el Imperio que Thor I sería el 292º Eclesiarca.

LA REFORMA

Se produjeron muchos e importantes cambios en el Adeptus Ministorum tras el Reinado del Terror y la Era de la Apostasía. Muchos de ellos fueron instigados por el propio Sebastian Thor. Aunque Thor había reprobado con firmeza la forma en que la Eclesiarquía había sido dirigida con anterioridad, era lo suficientemente diplomático como para darse cuenta de que no debían producirse cambios radicales en la fe. Ya había suficiente inestabilidad, y lo que la población estaba pidiendo era un liderazgo sólido. Aunque muchas de las ideas de Thor no llegaron a desarrollarse jamás durante su vida, los fundamentos que instauró durante su época como Eclesiarca han mantenido unido al Adeptus Ministorum hasta la actualidad.
El primer cambio llevado a cabo por Thor fue la formación del Sínodo Ministerial de Ophelia VII. Aunque el Santo Sínodo permaneció en la Tierra y los Cardenales de todo el Imperio eran libres de reunirse allí y discutir los temas relacionados con la Eclesiarquía, el Sínodo Ministerial actuaba como un gobierno secundario además del de la Tierra. Esto tenía un doble efecto. En primer lugar, el Sínodo Ministerial difundía los dictados del Eclesiarca y el Santo Sínodo, haciendo cumplir las leyes de la Eclesiarquía. En segundo lugar, representaba una defensa ante la manipulación de la Eclesiarquía por parte de otras organizaciones, o por parte de un miembro del propio Ministorum. Nunca más un Alto Señor o Eclesiarca tendría el poder absoluto.
Por los mismo motivos, cada Diócesis fue dividida en áreas más pequeñas. Esto también tuvo dos efectos. Cada Cardenal individualmente tenía menos poder y controlaba menos hombres y recursos. En segundo lugar, al aumentar el número de Cardenales en el Santo Sínodo habría una mayor oposición ante los cambios y los planes radicales, y diluía aún más el poder en manos de cualquier individuo.
Los Altos Señores de la Tierra introdujeron otros cambios en el Ministorum. El más importante de los cuales fue el Decree Passive 0001288/M36. Entre otras prohibiciones sobre la actividad militar, el Decree Passive prohibía a la Eclesiarquía controlar a cualquier "hombre armado". Sebastian Thor recibió la orden de disolver las Fratrías Templarias de Vandire y todos los ejércitos y flotas reunidos por otros miembros del Ministorum durante su aislamiento de la Tierra. Esta orden fue debidamente cumplida, con una excepción. Siendo consciente de que sería necesaria alguna fuerza militar, y no deseando que la Eclesiarquía quedase totalmente a merced de la voluntad del Adeptus Terra y la Guardia Imperial, Sebastian Thor mantuvo el único ejército que le estaba permitido por el Decree Passive. Debido a la arcaica redacción de la ley, las Hijas del Emperador no violaban la ley, al ser exclusivamente mujeres.
Incorporar la secta totalmente a la Eclesiarquía era difícil, pero finalmente la orden fue rebautizada como Orden Militante del Adepta Sororitas. Aunque los Altos Señores quedaron descontentos con esta decisión, no disponían de soporte legal para oponerse a Thor y su argumento de que el Adepta Sororitas vigilaría la Eclesiarquía tanto como aseguraría que su voluntad no cayera en oídos sordos.
Incluso con estos cambios, existían cientos de detalles que atender: las Escuelas Progenium tenían que ser reorganizadas, los diezmos tenían que volver a fluir hacia los cofres del Ministorum, muchas capillas tenían que ser reformadas y muchos templos necesitaban ser reconstruidos. Sin embargo, tras permanecer una fatigosa década en la Tierra, Thor abandonó el Palacio Eclesiarcal y delegó la mayor parte del trabajo a los Archidiáconos y Cardenales. Thor viajó por todo el Imperio durante los siguientes ochenta años, poniendo coto a la herejía y la apostasía donde quiera que se encontrase.
A la edad de 112 años, Sebastian Thor regresó a la Tierra. Todavía viviría otros seis meses antes de que el Emperador reclamase finalmente su alma. Se construyó un ala gigantesca en el Mausoleo del Recuerdo para contener su sarcófago. La semana después de su muerte fue declarada período de luto, y más de setenta millones de peregrinos desfilaron ante su tumba el primer año. Gigantescos murales conmemorativos de su vida y obra adornan los pasillos de cinco kilómetros de longitud que conducen hasta su cámara funeraria, y desde entonces los habitantes del Imperio han viajado a la Tierra para mirar a la cara del siervo más fiel del Emperador.



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Organización del Adeptus Ministorum

El vasto Adeptus Ministorum puede dividirse a grandes rasgos en dos departamentos. Aunque las funciones de ambos necesariamente se superponen, su función principal dentro de la estructura de la Eclesiarquía está centrada en campos diferentes. Los estratos inferiores de la Eclesiarquía están dirigidos por los Archidiáconos, que supervisan el funcionamiento del Ministorum como organización. Son los sirvientes de los Archidiáconos quienes calculan los diezmos y se aseguran de que sean recaudados, regulan la construcción de nuevos templos y capillas, y se encargan de solucionar las necesidades físicas de la organización.
Cada Diócesis tiene su Archidiácono, y la mayoría de las parroquias de la Diócesis disponen de un Diácono en su templo principal. Estos se encargan de la contabilidad del dinero de la parroquia: los espiritualis (el dinero entregado a la Eclesiarquía a cambio de servicios de tipo espiritual) y los temporalis (riqueza y poder asociados a las tierras y propiedades de la Eclesiarquía). A sus órdenes tienen un gran número de ordenanzas y auditores que trabajan para conseguir que el sistema sea tan eficaz como sea posible.
El resto de la Eclesiarquía está totalmente consagrada a los aspectos espirituales de la Organización. Son los Cardenales, los Predicadores, los Misioneros y los Confesores, quienes dirigen la adoración al Emperador y hacen respetar las doctrinas religiosas del Eclesiarca. Existen varias organizaciones menores dentro del cuerpo principal de la Eclesiarquía, cada una con su propio papel específico.

ESCUELA PROGENIUM

La Escuela Progenium es responsable del cuidado y la educación de los huérfanos de los funcionarios Imperiales. Desde los favorecidos hijos de un Coronel de la Guardia Imperial hasta los hijos de un escriba destinado a un planeta remoto, la Escuela Progenium cuida de todos. Cada Diócesis contiene varios edificios de la Escuela Progenium donde viven los huérfanos. Bajo la supervisión del Abad, los Predicadores del orfanato educan a estos jóvenes en una gran variedad de materias, incluida la religiosa.
Cuando un Progena llega a la adolescencia habrá mostrado poseer una mayor habilidad en ciertos aspectos de su educación, y su entrenamiento hasta la edad de dieciséis años se centrará básicamente en potenciar esos talentos y preparar al alumno para una carrera dentro de una de las organizaciones Imperiales. La mayor parte de los Progena acabarán sirviendo en las filas del Adeptus Terra como escribas, ordenanzas o supervisores. Sin embargo, algunos están destinados a ocupar posiciones más elevadas. Los Progena pueden convertirse en Comisarios de la Guardia Imperial, suboficiales de la Armada o entrar en el sacerdocio y llegar a ser Predicadores o Deanes (subordinados del Diácono). Las Progena pueden ser destinadas al Adepta Sororitas. Progenas de ambos sexos pueden ser reclutados por la Inquisición o incluso por el Oficio Asesinorum. Es un gran honor haber sido educado en una Escuela Progenium, y aquellos que lo han sido son conscientes de su privilegio.
El estilo de vida de profesores y alumnos es estricto y puritano. Durante la Era de la Apostasía la mayor parte de la Escuela Progenium estaba corrompida ya que se practicaba normalmente la depravación y la esclavitud. Los huérfanos eran explotados como esclavos en fábricas y minas que abastecían a la Eclesiarquía. Los individuos especialmente prometedores eran vendidos como sirvientes a los Comandantes Imperiales, y las chicas más atractivas se convertían en concubinas de los nobles. Los más aptos físicamente eran destinados a ser entrenados para las Fratrías Templarias o para las Consortes del Emperador, de donde promocionaban los mejores reclutas a los ejércitos de Vandire. Los propios edificios de la Escuela Progenium fueron asociados con prácticas licenciosas, y sus fondos eran destinados a fines cuestionables. Como contraste, cada orfanato mantiene actualmente una estricta separación de sexos, y el contacto entre ellos está restringido a las ceremonias religiosas. Sólo mediante esta pureza puede esperar el Progena alcanzar una posición al servicio del Emperador.

MISIONARIUS GALAXIA

Aunque la mayor parte de la Galaxia está bajo el dominio del Emperador, todavía existen numerosos mundos que aún no han visto su luz. La meta del Misionarius Galaxia es llevar el Credo Imperial a estos mundos perdidos, para propagar la sabiduría del Emperador y expandir el Adeptus Ministorum.
El Misionarius Galaxia actúa de varias formas para lograr este fin. En todas las naves de exploración siempre viaja como mínimo un Misionero, por si se descubre vida humana. Si el Misionero se encuentra con una comunidad perdida, su misión es aprender tanto como pueda de su cultura y religión. Mientras lo hace, también debe enseñar las doctrinas del Credo Imperial a los nativos. Éste puede ser un proceso muy largo, dirigido a sustituir la deidad principal de sus habitantes por el Emperador, e instaurar las prácticas del Ministorum en las ceremonias religiosas de los lugareños. Debe eliminar los aspectos más bárbaros y menos deseables del credo nativo (como los sacrificios humanos) y también es el responsable de identificar cualquier otro aspecto poco amable, como mutaciones genéticas, adoración al Caos o dominación alienígena.
En algunos casos pueden necesitarse varias generaciones de nativos y Misioneros hasta que el Misionarius Galaxia quede satisfecho con la salud espiritual de los aborígenes. Los primeros Misioneros introducen en sus enseñanzas profecías codificadas y visiones preparadas que pueden ser utilizadas por otros Misioneros para conseguir un apoyo mayor. De todos los departamentos del Ministorum, el Misionarius Galaxia es uno de los más libres e indisciplinados, y los hombres que lo forman valoran la iniciativa, el valor, la tolerancia y la inteligencia más que la fe fanática y la tradición inflexible a la palabra de la tradición Eclesiarcal.

FRATRÍA CLERICAL
El grueso del Ministorum lo compone la Fratría Clerical: los Predicadores, Confesores y Cardenales que prestan ayuda espiritual a la humanidad. Son ellos quienes ofician los servicios y misas, bendicen a los guerreros del Imperio y salvan las almas de los fieles de la condenación. En la cumbre de la jerarquía se encuentra el Eclesiarca, que reina desde el Palacio Eclesiarcal de la Tierra. Es el presidente del Santo Sínodo, dirigiendo los debates y discusiones de sus Cardenales.
Existen varios miles de Cardenales, cada uno de los cuales es responsable de una de las Diócesis del Imperio. Dentro del Santo Sínodo hay tres categorías de Cardenales. Aunque la mayor parte de ellas no son más que títulos honoríficos, y un Cardenal posee poco poder sobre otra Diócesis, las tradiciones y ceremonias del Credo Imperial requieren que cada miembro conozca su lugar exacto en la obra del Emperador. La categoría superior de Cardenales está formada por los cinco Cardenales Palatinos, que sirven en el Palacio Eclesiarcal y no controlan ninguna Diócesis, sino que asisten al Eclesiarca en sus obligaciones.
Por debajo de ellos están los Cardenales Terrenales, que controlan las Diócesis dependientes de la Tierra. La categoría inferior son los Cardenales Astrales, que a su vez se subdividen en otras dos escalas: los Astrales y los Ministra Astrales. Los Ministra Astrales cumplen su labor en Ophelia VII y los sistemas cercanos, y forman el Sínodo Ministerial fundado por el Eclesiarca Thor I.
Por debajo de los Cardenales están los Confesores y los Predicadores, junto a los Abades de la Escuela Progenium y los miembros del Misionarius Galaxia que operen en su Diócesis. Muchos de estos puestos están asistidos por una hueste de funcionarios como Logistas, Archiveros, encargados de las reliquias, etc.

FRATRÍA MILITANTE
Además de las organizaciones oficiales de la Eclesiarquía, el Adeptus Ministorum normalmente puede recurrir a las Fratrías Militantes. Las Fratrías Militantes no están formalmente relacionadas con la Eclesiarquía excepto por el hecho de que son fieles al Credo Imperial y por tanto no incumplen las directrices del Decree Passive. Las Fratrías Militantes pueden crearse de diferentes formas y por una duración de tiempo variable. Un Predicador que descubra un culto herético puede soliviantar a sus fieles para que ataquen al enemigo y lo destruyan. Los Confesores muchas veces son escoltados por grandes grupos de Fratrías fanáticas, zelotes enloquecidos y píos mendicantes, que cumplen las órdenes sin hacer preguntas y que prefieren morir antes que fallarle a su líder. Los Misioneros a menudo tienen un séquito de conversos que les acompaña, contribuyendo a propagar la palabra del Culto Imperial. En situaciones desesperadas, los Diáconos, Deanes y otros funcionarios pueden ser armados en las cámaras secretas de los Templos Imperiales. Cuando los Templos se ven amenazados, estos creyentes pueden ser la única defensa frente a un culto enemigo o un invasor alienígena.
Cuando se declara una Guerra de la Fe, millares de Fratrías Militantes se unen a las filas de las Hermanas de Batalla y de la Guardia Imperial, ansiosas por demostrar su fidelidad al Emperador. Estas tropas sin experiencia no siempre son deseables, y en el pasado -en especial durante la Era de la Apostasía- combatieron tanto entre ellos como con el enemigo. La fuerza de su fe es loable, pero las grandes masas son difíciles de controlar y muchos inocentes mueren cuando las Fratrías Militantes atacan una ciudad o reprimen un culto herético. Si los ejércitos oficiales de la Guerra de la Fe son derrotados, la Milicia pierde su objetivo y rápidamente se dispersa formando hordas de saqueadores, dedicándose al pillaje y degollando indiscriminadamente a los habitantes del planeta. La Fratría Clerical es reticente a convocar a una Fratría Militante, y sólo lo hacen en caso de gran necesidad.

LA HERMANDAD
Los detalles sobre la Hermandad están descritos bajo la entrada correspondiente al Adepta Sororitas, que es su nombre oficial.



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El Credo Imperial

Las creencias y enseñanzas de la Eclesiarquía son conocidas generalmente como el Culto Imperialis, Culto Imperial o Credo Imperial. El Credo Imperial refleja los ideales del fundador de la Eclesiarquía, Fatidicus. Por supuesto, el tema principal del Credo Imperial es la adoración al Emperador, pero el Credo también posee otras implicaciones. Elogia la expansión del Imperio, como dominio del Emperador.
El deber de cada ciudadano Imperial es proteger al Imperio de fuerzas exteriores, y combatir los ardides del Caos y la subversión alienígena. El Imperio también debe mantenerse interiormente puro: herejías, cultos no oficiales y mutaciones deben ser descubiertos y destruidos. El Credo Imperial también impone un fuerte sentido de la jerarquía y la estratificación de la sociedad. Todo el mundo tiene un lugar y una función que cumplir en el gran esquema y debe estar contento de realizar tal función lo mejor que pueda. El respeto por la autoridad, siendo la autoridad última el propio Emperador, es la base de esta jerarquía.
El Credo Imperial, como cualquier religión, está abierto a una gran parte de interpretación, desde el Eclesiarca hasta los Predicadores de la parroquia. En el interior de la organización del Ministorum existen ciertas escuelas de pensamiento en relación a algunas escrituras, pasajes de las Letanías de la Fe, etc. Aunque las opiniones de estas escuelas difieren entre ellas, y a menudo del Eclesiarca, normalmente no son declaradas herejes a no ser que estén excepcionalmente desviadas.
Generalmente todos estos diferentes puntos de vista conducen en una misma dirección, reduciéndose las diferencias entre sectas a tan sólo una cuestión de detalles. Por ejemplo, los Calenditas, en las regiones occidentales del Segmentum Solar, creen que el Emperador ha sido siempre un dios viviente, mientras que la Escuela del Pensamiento Phanacia (más al Oeste, en el Segmentum Pacificus) cree que el Emperador sólo fue totalmente deificado tras su victoria sobre Horus. Ambas sectas creen en la divinidad del Emperador, discutiendo tan sólo sobre el detalle de cuándo adquirió tal estado. Problemas de protocolo, la disposición de los Templos, y los estilos arquitectónicos son causa de disputa, y a menudo el Santo Sínodo debate durante semanas sobre una cuestión que la ciudadanía normal encontraría trivial, o más probablemente, incomprensible.
Al igual que la Fratría Clerical, los fieles del Credo Imperial poseen su propia interpretación y muchas sectas, especialmente las más militantes, seleccionan un aspecto en particular de las doctrinas para que sea su credo básico. A continuación se presentan tres ejemplos de los muchos cientos de sectas y confesiones existentes en el interior del Imperio.

LOS REDENCIONISTAS
Los Redencionistas constituyen un buen ejemplo de las sectas más militantes que pueden encontrarse en el Imperio. El lugar donde este culto es más floreciente posiblemente sea el Mundo Colmena de Necromunda, considerado por gran parte de la Eclesiarquía como un mundo de almas perdidas. Los Redencionistas creen que la humanidad se ha alejado del camino de la rectitud dictado por el Emperador, y los pecados del hombre ahogarán a la raza en la inmundicia y la depravación. Mientras la humanidad sea incapaz de controlar su naturaleza pecadora no será posible unificar y conquistar las estrellas como el Emperador desea que se haga. El pecado debe ser purgado de la raza con fuego, sangre y fe. Especialmente con fuego.
El pecado se manifiesta de muchas formas: la bebida, el juego, la mentira, los engaños, las profanaciones, la lujuria, la fornicación (especialmente pensar en la fornicación) e interferir en el buen trabajo de los Redencionistas. Los peores pecadores de todos son los brujos y los mutantes, los engendros del mal; y los siguientes, los herejes que toleran el pecado y se niegan a escuchar la palabra de la Redención. Nadie es inocente ni está exento de practicar las duras enseñanzas de la Redención. El trabajador más humilde puede ser un ejemplo de virtud (aunque sea bastante improbable), mientras que el más alto aristócrata posiblemente será un pecador depravado a un solo paso de la condenación eterna.

LOS IMPERIALISTAS
El Imperialismo es un credo popular en la mayoría de las regiones fronterizas de la Galaxia. Representa el espíritu pionero de hacer llegar a todo el mundo la luz del Emperador. Muchos de los Misionarus Galaxia fueron en algún momento devotos Imperialistas, y sus Fratrías Militantes proceden normalmente de los fieles de este credo. Los Imperialistas no controlan ningún mundo, sino que están dispersos por los confines del Imperio, especialmente en la Frontera Este, la más alejada de la Tierra. A cambio de ayuda espiritual y productos comerciales, los Imperialistas viajan en gigantescas naves de exploración que se trasladan por el espacio disforme en búsqueda de nuevos planetas. Muchos Imperialistas mueren antes de haber llegado a ver otro planeta, pero otros ven sus oraciones recompensadas con el descubrimiento de un nuevo mundo. Si el planeta ya está habitado, los Imperialistas consideran su obligación educar a sus recién hallados primos en la verdadera palabra del Emperador. Si el mundo es apropiado para la vida humana pero está deshabitado, los Imperialistas fundarán una colonia allí.
Los Imperialistas tienen una gran tradición de sobrevivir en las condiciones más duras, convirtiendo desolados planetas desérticos en paraísos, en muy pocas generaciones. Los Imperialistas creen que la obligación de la humanidad es multiplicarse tanto como sea posible, expandiéndose por la Galaxia para reclamar su legítimo dominio. Por esta razón, incluso unos pocos cientos de Imperialistas pueden poblar todo un mundo en algunas generaciones, erigiendo templos al Emperador y construyendo luego pueblos y ciudades alrededor de estos templos.
Los Imperialistas son extremadamente xenófobos, y creen que la Galaxia fue creada para que la humanidad la gobernase, y son guerreros excesivamente fervorosos si se encuentran con alguna especie alienígena inteligente. Los Imperialistas no tolerarán a ninguna raza que algún día pudiera disputar la supremacía de la humanidad sobre las estrellas. Algunas veces las actividades de los Imperialistas destruyen meses o años de duro trabajo del Misionarius Galaxia, provocando guerras y conflictos donde una aproximación más flexible podría haber tenido éxito.

LA HERMANDAD DE LA LUZ
Inspirados por una purga inquisitorial en su planeta, algunos de los habitantes de Desedna se autoimpusieron la responsabilidad de acabar con lo impuro y herético de su sociedad. Sus ideales se propagaron y se creó una secta que en la actualidad opera alrededor de sus sistema natal en el Segmentum Obscurus. Se llaman a sí mismos la Hermandad de la Luz porque viven en los lugares oscuros y misteriosos del Imperio y llevan con ellos la luz del Emperador. Se consideran a sí mismos ayudantes de la Inquisición en la búsqueda de cultos secretos, abominaciones mutantes y brujos. Dependiendo del número de miembros que lo componen, las fuerzas Imperiales los consideran fieles útiles, excéntricos inofensivos, aficionados entrometidos o causantes de problemas.
La Hermandad de la Luz se ha visto involucrada en numerosos escándalos: intrusiones en la vida privada de nobles Imperiales, persecución de ciudadanos inocentes, y en general meter las narices en asuntos que no les incumben. Sin embargo, a veces también han sido útiles. En más de un planeta las investigaciones de la Hermandad de la Luz han desenmascarado las maquinaciones de un Culto del Caos o Genestealer, y algunos Gobernadores Imperiales han sido meticulosamente investigados por la Inquisición a causa de los descubrimientos realizados por la Hermandad.
Al contrario de los fanáticos incendiarios de la Redención, la Hermandad de la Luz prefiere trabajar en secreto. Su orden está rodeada por el misterio, y los iniciados son meticulosamente examinados en busca de desviaciones y pecados cometidos en el pasado. La secta posee su propio lenguaje de señales con las manos y palabras codificadas, y a veces distintas partes de la organización han sido mal utilizadas por criminales o descontentos para sus propios fines. Se sospecha, pero no está demostrado, que la Inquisición ha infiltrado a algunos de sus miembros en la secta, utilizando la cobertura de la Hermandad para sus propias actividades secretas.

HEREJÍA
Existe una línea sutil entre el debate iluminado y la herejía. A lo largo de la larga historia de la Eclesiarquía han existido individuos y sectas que han cruzado esta línea. Por supuesto, existen herejes evidentes, como por ejemplo los locos engañados que adoran a los Dioses del Caos o son miembros de los Cultos Genestealer. La culpabilidad de estos herejes no admite disputas y su ejecución está totalmente justificada. Su traición a la humanidad y al Emperador no puede quedar impune, y sus se permitiera sobrevivir a estos cultos el Imperio pronto estaría condenado. Sin embargo, un hereje no es siempre tan obvio en su traición. Muchas veces aquellos que se apartan del camino recto no lo hacen de un solo salto, sino en una serie de pequeños pasos. El hereje puede empezar dudando de las enseñanzas de la Eclesiarquía, permitiendo que su interés personal pase por delante de su deber de sacrificio al Emperador. Puede no estar de acuerdo con algunos decretos del Eclesiarca. Desde su egoísmo, el hereje puede empezar a trabajar contra la organización y jerarquía establecidas en el Imperio, retorciendo y corrompiendo el sistema para sus propios fines.
La mayoría de los herejes no son esclavos de los Genestealers, ni adoran a los dioses del Caos. Sus puntos de vista, simplemente, difieren de los de la Eclesiarquía hasta un grado tal que representan una amenaza para el orden establecido. Algunos individuos no creen en la divinidad del Emperador, lo que es una de las peores herejías. Otros consideran que no deben contribuir con sus diezmos a llenar las arcas del Adeptus Ministorum, ayudando con ello a los enemigos de la humanidad y traicionando a los siervos del Emperador. Otros son sólo anarquistas que se han rebelado contra todas las instituciones y sirvientes del Imperio.
No puede haber perdón para los herejes, y la ejecución es la única opción. Dependiendo de la gravedad de la herejía, su muerte puede ser un asunto rápido y limpio o un proceso de agonía y sufrimiento. El Imperio logrará sobrevivir tan sólo vigilando estrechamente a sus ciudadanos. Pensar lo contrario es contribuir a la anarquía y destrucción de la Humanidad.

PENITENCIA
Los ciudadanos Imperiales pueden cometer una gran cantidad de pecados, desde infracciones menores como decir la respuesta equivocada en una Letanía, hasta la herejía y la blasfemia. El Credo Imperial enseña que el alma de una persona, o bien se unirá al Emperador en el espacio disforme, o será consumida por el Caos; cada error comete el doble pecado de debilitar al Emperador y reforzar al Caos. Existen muchos grados diferentes de penitencia, como pagar una multa, realizar trabajos sociales, exclusión de ciertas misas o ceremonias, etc. Por los pecados más graves la única forma de purificar el alma es realizar un peregrinaje largo y peligroso, la flagelación o en casos más extremos, la muerte. Para la mayoría de las ofensas más graves no puede haber piedad, sea cual sea la posición, riqueza o educación del pecador.
Los pecados menores pueden ser expiados de diferentes formas. Por ejemplo, un creyente puede unirse a la Fratría Militante y purificar su alma combatiendo a los enemigos de la Humanidad. A aquellos que no estén dotados para el combate se les permite limpiar el templo o servir al clero. Con una generosísima donación a su templo pueden obtener el perdón; la Eclesiarquía también acepta multas de penitentes en forma de animales, tierras, mercancías u otros objetos de valor. Informar de los pecados de los demás es otra forma de penitencia muy utilizada. Cuanto mayor sea el acto realizado en nombre del Emperador, más grande será el perdón obtenido de la Eclesiarquía.



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Adepta Sororitas

El Adepta Sororitas está formado exclusivamente por mujeres, recibiendo en ocasiones el nombre de Hermandad, aunque hay quien prefiere utilizar el nombre original de Hijas del Emperador. La Hermandad normalmente se asocia con las Hermanas de Batalla de la Orden Militante, pero ésta no es su única función dentro del Imperio. Existen otras tres órdenes mayores en el Adepta Sororitas, y muchas órdenes más que quizás sólo cuentan con unos cien miembros cada una.
Todas las Órdenes de la Hermandad están repartidas entre los dos mundos principales de la Eclesiarquía: la Tierra y Ophelia VII. El Adepta Sororitas posee un gran Convento en cada uno de los planetas, que sirve de hogar para los miembros de todas las Órdenes. La mayor parte del tiempo, las Hermanas no viven es ese convento, si no que están cumpliendo alguna misión en lugares remotos del Imperio. Sin embargo, todo el Convento bulle de actividad con las nuevas reclutas y el personal administrativo, incluso cuando la mayor parte de sus miembros están combatiendo en una Guerra de la Fe o cumpliendo alguna otra misión.
Al frente de cada Convento se encuentra una Priora, que sólo debe responder ante el mismísimo Eclesiarca. Las Prioras tienen a su servicio un gran equipo de personal administrativo y entre ellas forman la autoridad espiritual de la Hermandad, después del Eclesiarca. Las Prioras son elegidas de entre las Hermanas de las diversas Órdenes. Se ha dado el caso de que una Priora acompañe a sus subordinadas en caso de necesidad. Por ejemplo, es raro pero no infrecuente que una Priora acuda junto a sus Hermanas de Batalla a un Guerra de la Fe. Los servicios religiosos y las ceremonias más importantes son oficiadas por la Priora, que también es la principal guardiana de las almas de sus Hermanas.
Cada Orden está dirigida por una Canonesa y sus Hermanas Superioras. Ellas se encargan del entrenamiento de las nuevas reclutas, del cumplimiento de las sesiones de rezos regulares (normalmente varias al día) y el mantenimiento de sus propios asuntos. Parte del puritano estilo de vida de la Hermandad se basa en el aislamiento, por lo que tan sólo la Canonesa y las Hermanas Superioras más experimentadas se encargan de las relaciones con el exterior, incluso con otras Hermanas de Órdenes distintas. Las Hermanas están totalmente consagradas a una misión o disciplina, y no toleran distracción alguna de sus estudios.
Las Órdenes más conocidas de la Hermandad son las Órdenes Militantes. Estas Hermanas de Batalla siguen las doctrinas originales de las Hijas del Emperador. Buscan la perfección en sus habilidades marciales para purificar sus mentes y consagrarse al Emperador. Las Órdenes Militantes están divididas en unidades militares. Cada escuadra está al mando de una Hermana Superiora. La Hermana Superiora más veterana puede ostentar el control organizativo sobre varias escuadras tácticas, pero en combate cada escuadra es considerada generalmente como una entidad individual. Las Hermanas de Batalla de mayor habilidad y experiencia reciben un entrenamiento especial, aprendiendo los ritos más antiguos de la Orden. Estas tropas de élite son conocidas como Serafines, y las más fiables y espirituales de entre ellas se convierten en la guardia personal de la Canonesa de la Orden.
Cuando Sebastian Thor ocupó la posición de Eclesiarca apenas tenía 4.000 Hijas del Emperador a sus órdenes. Después de la fundación del Adepta Sororitas, estas guerreras fueron divididas entre los Conventos de Ophelia VII y la Tierra (el Convento Sanctorum y el Convento Prioris, respectivamente). Cuando las reclutas volvieron a llegar desde la Escuela Progenium, las filas del Adepta Sororitas aumentaron hasta disponer de más de 10.000 combatientes, y el Eclesiarca que sucedió a Thor (Eclesiarca Alexis XXII) dividió cada uno de los Conventos en dos Órdenes, fundando las Órdenes Militantes del Cáliz de Ébano, del Corazón Valeroso, del Corazón Ardiente y del Sudario de Plata.
Dos mil quinientos años más tarde Deacis VI creó dos Órdenes Militantes más (las Órdenes de la Rosa Ensangrentada y de la Rosa Sagrada), y los edificios de los Conventos tuvieron que ampliarse para acomodar a casi 15.000 guerreras en cada uno. En los últimos años, el número de miembros de las Órdenes Militantes ha disminuido ligeramente, y cada Orden posee entre 3.000 y 4.000 Hermanas de Batalla, de las cuales quizás entre 500 y 750 están entrenadas como Serafines. Estas guerreras están dispersas por toda la Galaxia en varias zonas de combate durante largos períodos de servicio. El número de miembros de una Orden crece y decrece irregularmente, dependiendo de la calidad de las reclutas disponibles y las bajas sufridas en combate. A veces, una Orden puede contar con no más de unos cientos de guerreras, mientras que en otras ocasiones puede llegar a alinear un máximo de seis o siete mil combatientes por el Emperador. Normalmente no todas están en primera línea, si no que se deja una reserva de unos miles de Hermanas de Batalla y Serafines por si se necesita su intervención.
Las Órdenes Hospitalarias acompañan a la Guardia Imperial y a la Armada Imperial para proporcionar apoyo médico. Están absolutamente dedicadas a la preservación de la vida, y muchos soldados hubiesen muerto de no ser por sus atenciones. Las Órdenes Hospitalarias no sólo actúan como cirujanos, médicos y enfermeras, si no que también proporcionan cuidados espirituales a los moribundos y llevan a cabo actos de profunda compasión.
Las Órdenes Hospitalarias ayudan a los pobres y marginados, fundando hosterías y albergues para los más necesitados. Mostrando su propia fe espiritual y su rígida disciplina a los demás, salvan muchas almas de los poderes de la oscuridad y convierten a los potenciales descontentos y criminales en buenos trabajadores Imperiales. Las Órdenes Hospitalarias trabajan en coordinación con el Misionarius Galaxia para fundar clínicas y hospitales en planetas recién colonizados, llevando las maravillas de su ciencia y creencias a los nativos.
El lenguaje y los idiomas son la especialidad de las Órdenes Dialogantes. Aquellas que tienen una mayor aptitud para la traducción encuentran un lugar entre sus filas, donde aprenden aún más idiomas. Aunque existen departamentos del Adeptus Terra dedicados al estudio de todas las formas de comunicación, las Órdenes Dialogantes utilizan sus talentos de forma más práctica. Aunque el Imperio posee un único idioma, el Gótico Imperial, en sus fronteras coexisten miles de dialectos, jergas, idiomas minoritarios y lenguajes de batalla. Cuando un Misionero encuentra una nueva civilización, se le asignará una Hermana Dialogante para ayudarle a aprender el idioma nativo y poder comunicarse sin trabas. Las Hermanas Dialogantes acompañan a la Armada y a la Guardia Imperial, traduciendo las órdenes del alto mando a la lengua vulgar y a los dialectos de los soldados que componen cada regimiento. Las Órdenes Dialogantes también son hábiles negociadoras y muchas veces colaboran con el Adeptus Terra para favorecer el diálogo entre organizaciones e individuos.
La cuarta Orden principal es la Orden Famulata. Las integrantes de esta Orden están dedicadas a la organización de las dependencias de los altos funcionarios. Sirven a los nobles y Comandantes Imperiales como delegadas y consejeras. Gobiernan los asuntos de las familias nobles y dirigen sus negocios en su nombre o cuando están ausentes. De esta forma la Eclesiarquía mantiene un control férreo sobre los individuos más poderosos del Imperio. Las Famulatas imponen un estricto estilo de vida e intentan controlar los excesos de aquellos a los que han sido asignadas. Conciertan matrimonios y tratados entre las familias, apaciguando las disputas y enemistades ancestrales, y resuelven problemas que de otra forma podrían acabar con la estabilidad en determinadas zonas.
Con sus miembros en todos los estratos de la sociedad, la Hermandad consigue mantener un cierto control en los asuntos del Imperio. Las Órdenes Famulatas informan de las actividades de las casas nobles; las Órdenes Dialogantes pueden informar a sus superiores de las negociaciones y los acuerdos que se llevan a cabo por todo el Imperio; las Órdenes Hospitalarias presencian muchas situaciones a pie de calle que pueden pasar desapercibidas pero que son importantes, como un repentino aumento de descontentos entre las capas sociales más bajas. Por todo ello el Adepta Sororitas es una herramienta muy útil política y socialmente, y con el brazo armado de las Órdenes Militantes, la Hermandad dispone de la protección y el poder necesarios para mantener sus actividades.


gracias a Leon Villanova de inforol



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