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Amos de las Pesadillas

Alanthos Enviado: 23.08.2006, 10:29
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Hace unos pocas décadas, uno de los capítulos de la región galáctica sur-suroeste, establecida en el mundo rocoso de Antris, los Hijos de Antris, tuvo la desgracia de caer bajo la influencia corruptora del Caos. La Inquiesición desconoce con exactitud lo que ocurrió en el planeta, pero una de sus seis compañías, la cuarta, se mantuvo leal y logró robar una nave del Capítulo y huir. Aún hoy, todos ellos son incapaces de dormir, pues sus vívidos sueños se lo impiden; una y otra vez, repitiendo las escenas más horribles de su vida, inculcándoles pensamientos heréticos y sufriendo enfermedades psicológicas constantes por la falta de sueño y de descanso, pues cerrar los párpados no detiene a las pesadillas. Tampoco el trance an-sus, inducido por la membrana del mismo nombre, soluciona nada, pues parece que los desgraciados marines siguen sufriendo las mismas pesadillas una y otra vez. Los inquisidores y Magus Biologis que se encargan de estudiar su dolencia les suelen llamar "los Torturados". Ninguno ha tenido la suerte de morir todavía.
Mientras los pocos leales que quedan del Capítulo de los Hijos de Antris enloquecen día a día, sus otrora hermanos rinden ahora culto a los maléficos Dioses del Caos. Son dirigidos por el primero, o el que fue uno de los primeros, en aceptar la infección del cáncer del Caos en su alma, el Hermano Capitán Dolos Tercio, hoy llamado Paladín de las Pesadillas.


Antris, un mundo desolado de las fronteras del Imperio, fue colonizado siglos antes de que los marines espaciales de los Señores de la Fortaleza fueran obligados a escindirse durante la vigésimo segunda Fundación. Dicho capítulo progenitor dio lugar a otros dos capítulos sucesores, los Férreos y los Santificadores, ambos con historias convulsas, como la de los Hijos de Antris.
El propio Antris era, ya para los primeros colonos, un mundo extraño y marcadamente alienígena. Las antiquísimas estructuras que yacían derruidas desde el ecuador hasta cualquiera de los dos polos parecían el testimonio mudo de un pasado que podía, ávido de venganza, repetirse. Todas ellas tenían símbolos que nadie podía observar mucho tiempo sin perder la cordura, como descubrirían los Magos del Adeptus Mechánicus encargados de estudiarlos. Se las consideró malditas y, de ahí en adelante, se las ignoró.
Cuando los Hijos de Antris decidieron tomar Antris como sede de su Capítulo y edificaron su fortaleza monasterio, lo hicieron ignorantes de las consecuencias de edificarlo dentro de una de las estructuras más grandes y magníficas del planeta, en mitad de un desierto de arenas cambiantes, monstruos y sol implacable. Los Hijos de Antris consideraron que el planeta era el más apto para reclutar marines resistentes y capaces, como los habitantes del planeta.
Lo que no sabían era que las ruinas contenían mucho más que escrituras extrañas y pictogramas alienígenas. Pertenecían, parcialmente, a la disformidad.
Muchos se perdían en los reductos inferiores, para no ser hallados jamás. Otros, sencillamente, aparecían muertos sin razón fisiológica aparente. Pese a todo, estos sucesos eran poco frecuentes, y solían afectar a los servidores del Capítulo, con lo cual los propios Astartes no se sintieron intimidados y decidieron permanecer en la fortaleza.
Desde luego, no fue un gesto muy inteligente.
No obstante, y aún en semejantes condiciones, el capítulo prosperó de forma impresionante. Pronto contó con los efectivos suficientes como para iniciar sus propias cruzadas. Como caracteres de los Hijos de Antris, pronto se definieron un orgullo inccorregible, un desdén evidente hacia los seres humanos ordinarios y un deseo casi obsesivo de destacar por encima de los demás capítulos, lo cual les dio el apodo de "cabezas cuadradas", lo cual, dentro del Imperio, es un insulto evidentemente infrecuente.
La Inquisición empezaba a dudar seriamente del capítulo cuando llegó a sus oídos la noticia de la masacre de Antris. Los cerca de noventa millones de nómadas que vivían en el planeta habían sido sacrificados por los que habían sido sus hermanos, sus hijos y sus protectores. Los pocos que huyeron del planeta hablaban de profecías y de sueños de chamanes y videntes de tiempos pasados, pero, ante todo, hablaban de las pesadillas. Durante una semana, nadie en Antris había podido dormir precisamente por las pesadillas. Todos en el planeta las sufrían. Y eran todas idénticamente horribles. Predecían, por supuesto, lo que iba a ocurrir.
Cuando el Apocalipsis se desató en Antris, a nadie le extrañó. Erea sólo una pesadilla más. Docenas de miles de prisioneros incluso colaboraron con sus verdugos para acelerar su propia muerte y la liberación de sus infernales noches. Los supervivientes, rescatados por los marines leales de la Cuarta Compañía, hablaban de arenas que ardían y ruinas que se reconstruían solas, en medio de chillidos y de horribles tornados en los que giraba mucho más que arena. Ante todo, hablaban de demonios de risa profunda que se carcajeaban por todo el desierto de la desgracia de los infelices antrisianos.
Todo esto se sucedía mientras el que sería el líder de los traidores Amos de las Pesadillas, el antes Capitán Dolos Tercio, era juzgado en un mundo no muy lejano... pero eso requiere otra historia...


Atentamente,
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Alanthos Enviado: 23.08.2006, 10:45
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Capitán Dolos Tercio. ¿Deseáis decir algo en vuestra defensa?
-Soy inocente.
Eso no prueba nada.
-No por ello dejaré de serlo.
-Una cuestión filosófica apasionante, capitán Dolos. Pero vuestro capítulo no se salvará por ella.
-No destruí Antris.
Eso sigue sin probar nada.
-Señor de Inquisidores, que no prube nada no quiere decir que no sea cierto.
Sí, pero no prueba vuestra inocencia.
-Otros la probarán, y de ahí mi liberación, mi redención y vuestra retribución.
Necio. La retribución ha de venir del mismísimo Trono Dorado.
El capitán Dolos Tercio tragó saliva una última vez y definió lealtades. Al segundo siguiente, un pacto se había sellado. Y al cabo de menos de un segundo más, el marine ya no era el mismo.
-¿Del... trono del cadáver?
En la Disformidad, algo sonrió.

Quince horas y trescientos cadáveres más tarde, la nave del Señor Inquisidor Firius y dos patrulleras de la Guardia Imperial que tuvieron la mala fortuna de cruzarse con ella estaban a punto de romperse por los enormes daños que habían sufrido sus relativas superestructuras. Una cápsula de descenso solitaria se lanzó desde el navío inquisitorial hacia la superficie del planeta que contemplaba la escena. En su interior, un hombre sonreía.
Necio, le había llamado. Necio. A él. Un viejo inútil que no sabía nada, necio, y a él. Bien, estaba muerto, y él vivo.
Y con nuevas lealtades.
Sin dejar de sonreír de aquella forma tan especial, el marine espacial traidor Dolos Tercio recordó...

-¡Tercio!¡Tu escuadra se está desviando del plan, maldita sea!
-Maestre, hay diez civiles atrapados en una...
-¡No son importantes!¡Reúne a los tuyos y sal de ahí!
Tercio volvió a mirar a los implorantes niños vestidos con harapos que se hacinaban en la habitación semiderruida, demasiado alta como para saltar, demasiado inestable como para salir, sin más salidas que una caída al vacío. Una mujer y dos hombres adultos, uno de ellos con un destrozado uniforme de la guardia imperial del planeta, les hacían señas desesperadas.
Podría dar un salto, conectar los retrorreactores, sacarles de ahí y...
-¡Tercio!¡Ser un héroe alimenta tu ego, no tu gloria, y desde luego no tu honor!¡Cumple la misión ahora!
Los gritos del Maestre de batalla Fisio Tertulio le sacaron del mundo durante un tortuoso segundo de reflexión y de voluntades encontradas. Pudo ver los rostros de incomprensión de los refugiados aún cuando les dio la espalda y se puso a caminar, y los oídos cibernéticos de su casco le permitieron oír claramente unos sollozos de mujer...
No sería un héroe, pero ¿en qué le convertía eso?
En todo caso, él cumplía órdenes.

No le afectó enterarse, una hora después, de que los traidores habían reducido a escombros ese bloque a base de bombardeos. Tampoco le afectó saber que ninguno de los refugiados había sido hallado con vida.
Desde aquel momento, el sargento Dolos Tercio ascendió imparablemente hasta hacerse con el dominio total de su Compañía, que se ganó una merecida reputación de eficacia y frialdad en la batalla. Casi igual a un antiguo Primarca en liderazgo y capacidad táctica, el genio de Dolos pronto fue insuperable hasta para los Maestres del capítulo de los Hijos de Antris, el mundo terrestre que habían ocupado los descendientes de los Señores de la Fortaleza.
Bajo su mando, la Cruzada bautizada con su nombre llevó la retribución imperial a los alejados campos de batalla contra los tiránidos, en los que la guerra terminó de templar la furia al rojo de Dolos, para convertirla en un poder frío e insensible, que sólo podría detenerse bajo el influjo de los poderes que él creía incorruptos. Desde luego, sus superiores no se encontraban entre sus guías espirituales. ¿Cómo fiarse, entonces, de aquel que ellos decían que era el Señor de los Hombres? ¿Cómo fiarse de un icono religioso de lo que, a todas vistas, era casi un cadáver?
Años más tarde, el Capitán Dolos Tercio, de la Tercera Compañía de los Hijos de Antris, fue recompensado por los dirigentes de uno de los mundos liberados del yugo del Caos por su gente, con una antigua espada local. El filo de energía, creado expresamente en Terra para el dirigente del planeta, fue abiertamente desdeñado por el Capitán. Cuando hubo terminado de criticar el trabajo del artífice que la hubiera creado, tomó la espada y la rompió en su rodilla. Inmediatamente después, abandonó el sistema planetario con el mismo desdén con el que había rechazado la espada. Escenas similares se sucedieron por todos los mundos a los que el Capitán acudía con su Compañía. Los oficiales que le acompañaban ya dudaban de su buen juicio, pero los marines de rango inferior empezaban a ver en él un ejemplo, y la recta representación del orgullo que debía sentir un marine espacial.
Y, tres años antes de la masacre de Antris, el Capitán empezó a soñar con extraños presagios. En trances inducidos, los capellanes del capítulo descubrieron preocupantes indicios de que Dolos estaba siendo malignamente influido por el poder corruptor del Caos. Pero antes de poder informar a los Maestres del Capítulo, el Capitán volvió a la normalidad. Los sueños desaparecieron y su actividad psíquica volvió a un nivel latente. Bajo los consejos de varios capellanes cuyas identidades no se han determinado, se levantó la sospecha y Dolos volvió a ser libre.
Pero en los meses anteriores a la masacre, el Capitán comenzó a oir en sueños ese llanto, el sollozar desesperado de esa mujer.
Esos sueños pasaron desapercibidos para los capellanes y los bibliotecarios del capítulo. O tal vez los dejaron pasar. Quién sabe qué pensaron de su compañero, si es que acaso se percataron de lo que estaba incubando, pero...
...la mujer era una refugiada, una más de los cientos de miles o de los millones de caras que el capitán Dolos había visto. Pero de la miríada de rosotros que aún le quedaban por ver, ese era una constante. En cada nueva campaña, en cada nueva partida de refugiados, un rostro de mujer cualquiera se transformaba en ese rostro, el de esa mujer. Y siempre, con los mismos sollozos acusadores.
Un día, el mes anterior a la masacre de Antris, durante la campaña de evacuación de Filos II, el capitán volvió a ver el rostro de la mujer. Y esta vez no pudo ignorarlo, porque le miraba directamente a él, y le señalaba, acusador, y en torno a la criatura aparecían los rostros de aquellos cuyas vidas pudo haber salvado... y, simplemente, no lo soportó más.
Cuando el humo de bólter se hubo dispersado, Dolos pudo darse cuenta de que había matado o herido a noventa y tres refugiados inocentes. El rostro de la mujer seguía allí, cubierto de sangre, sobre el suelo, y seguía llorando.
La locura del Capitán hubo de ser investigada a fondo, con lo cual se le trasladó a una nave inquisitorial sobre el mundo-prisión de Nueva Palabra. Durante las tres semanas y media que duró su traslado a través de la disformidad, Dolos sufrió una nueva y terrible oleada de sueños, y no había ningún capellán o bibliotecario junto a él para detenerlos. El Navegante del navío que lo transportaba murió durante el viaje disforme, pero la llegada al mundo prisión se produciría normalmente. Avanzada la tercera semana de viaje, el Capitán recibió una inesperada visita...

Estaba en el mismo campo de batalla, en el mismo lugar, otra vez. Allí estaban los mismos rostros y las mismas órdenes. Y él, también, seguía allí. Muy a su pesar.
Pero en aquella ocasión, uno de sus hermanos de batalla se puso a su lado.
-Confían en nosotros -dijo, con su voz distorsionada por el amplificador del casco.
-Lo sé -respondió el Capitán.
-Y entonces, ¿por qué no les ayudamos? -respondió el marine.
-Porque nos han ordenado que no lo hagamos.
-Eso es ridículo -dijo el soldado-. ¿No se supone que tenemos que luchar contra los hijos del Caos para salvar a los ciudadanos del Emperador, alabado sea?
-Sí, pero tenemos órdenes -repuso el Capitán; pero su voz era trémula. El marine negó con la cabeza y dijo:
-¿Qué ha sido del héroe? -y negando con la cabeza, dio unos pasos atrás y le apuntó con el bólter.
-¿Qué haces, hermano? -inquirió el Capitán.
-No voy a matarte. Y no soy tu hermano. La culpa no necesita que el culpable muera, eso es lo que menos necesita. Mira -dijo el soldado.
El Capitán se volvió, para ver surcando el cielo un grupo de Thunderhwks de los Marines Traidores.
-¿Vas a dejar que mueran?
Dolos ya no escuchaba. Se lanzó hacia la estancia medio destruida, un quinto piso que estaba lleno de gente y cuya pared norte había desaparecido, volada por los bombardeos. Pero mientras siguió avanzando, el marine pudo oír algo, algo menos que un susurro, era casi una sensación recorriéndole el cuerpo.
Con nosotros, podrías haberles salvado.
El marine llegó a tiempo y miró a los allí reunidos. Confiaban en él, le miraban como a un héroe, como a un Dios.
Con nosotros, nadie te daría órdenes.
Murmullos inconexos de radio le llenaron los oídos, pero no atendió. La voz de los Maestres... ¿más mentiras y locuras?
Con nosotros, nadie podría detenerte.
Miró las Thunderhawks que se aproximaban. Sacó su pistola bólter. Tenía un brillo raro, un brillo extraño. Como aceitoso. Parecía tan estúpido, y sin embargo...
Alzó su arma y disparó una vez a cada aeronave. Todas estallaron en llamas. Salvo una, que pasó de largo sin causar daños al edificio. Se volvió, sonriente, y vio a los niños, alegres, y a la mujer, y a los dos hombres, todos fundidos en el mismo abrazo, sonrientes.
...pero no fue así.
Y, de repente, todos estaban muertos de nuevo, todos yacían despedazados entre los escombros, y él veía otra vez ese rostro sollozante...
Gritó como un animal enloquecido.
Esto te darán tus señores, una y otra vez. Nosotros te damos lo que tú pidas... a cambio de un sacrificio y una lealtad. No es demasiado. Y lo que recibes a cambio es mucho, y será más, mucho más... ¿no es lo que deseas? Y además, ironías del destino, puedes ser un héroe...
Sin parar de resollar como si le estuvieran torturando, el hombre lloró como un niño, implorando el perdón de aquella mujer muerta, que no dejaba de señalarle, acusadora...
Con nosotros, serás feliz. Tendrás lo que tú desees. No más órdenes.

Tras aquel último episodio, fue cediendo poco a poco. Los cantos de sirena del Caos le fueron corrompiendo poco a poco. Hasta que, por supuesto, llegó a la nave inquisitorial.
Recordaba el rostro mecánico de aquella antigualla de cientos de años, el Inquisidor General Junnius Delechor; poco más que un cerebro y un torso dentro de un armazón metálico y una túnica roja que le cubría por completo. Sólo tenía una máscara plateada por rostro, de facciones imperiosas y sin sentimientos.
-El Inquisidor General quiere hacerte unas preguntas antes de declararte herético, Capitán -dijo un joven escriba a su lado; el Interrogador, pensó Dolos.
-Soy todo oídos. ¿Lo captáis, alteza? -dijo, mordazmente, el Capitán, mirando al sucedáneo de cráneo del inquisidor.
Todo su autodominio no sirve de nada ante mi, Capitán. Sabemos que habéis orquestado la revuelta de vuestro capítulo en Antris.
-Falso -respondió el Capitán a la acusación, sin cambiar su expresión ni un milímetro. El rostro metálico del Inquisidor se encaró al de Dolos-. Sabéis que no puedo engañaros... señor de Inquisidores.
En todo caso, mantenéis tratos con el Caos, es cierto.
No era una pregunta.
-Sí, aunque no de forma regular -repuso el marine, con una sonrisa de fuego.
Capitán Dolos Tercio. ¿Deseáis decir algo en vuestra defensa?
El Capitán miró directamente a los ojos de la máquina. Tampoco allí había misericordia. Ni para él ni para... ella.
Mátalo.
-Soy inocente -dijo, simplemente.

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Alanthos Enviado: 23.08.2006, 12:01
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Mundo Natal
Tras la masacre de Antris, el planeta entero desapareció del sistema Antris, provocando el caos gravitatorio entre las esferas que quedaron atrás. El propio Antris fue identificado recientemente en el límite del Ojo del Terror, transformado, evidentemente, en un mundo demoníaco, que los prisioneros capturados de los Amos de las Pesadillas coinciden en llamar Óniro, un desierto en el que todos los deseos de sus señores oscuros se hacen realidad, y todos ellos sirven para atormentar a los desgraciados condenados que en él residen, viviendo los horrores más inconcebibles del universo una y otra vez, como en una pesadilla interminable. Por supuesto, Óniro no parece tener sol, pero sí tiene una luna lúgubre que lo orbita constantemente, emitiendo su propia luz mortecina. En Óniro no hay día; sólo noche y noche sin luna, a cual más insoportable.
Las antiquísimas ruinas siguen todavía en su lugar, pero están reconstruidas; son los hogares infernales de los Amos de las Pesadillas, que, recurriendo al horror sin nombre de sus nuevos poderes, han remodelado a su gusto. La más grande de todas ellas, la que antes ocupaba la fortaleza monasterio de los Hijos de Antris, parecía inmensa cuando el planeta todavía se llamaba Antris, pero ahora es descomunal, pues la estructura completa ha emergido, en sus decenas de kilómetros de altura, por completo. Todas ellas brillan y centellean con el palpitante poder del Caos, y todas ellas sugieren que, aunque tienen un cierto parecido con las pesadillas de un ser humano, el interior es, realmente, una pesadilla.
Pero la mayor pesadilla de todas es que el megalómano príncipe demonio de Óniro, el favorecido Paladín de las Pesadillas Dolos Tercio, tiene cerca de un millón de sirvientes, aduladores y agasajadores, siervos del Caos y refugidos de mundos imperiales a los que salvó la vida. Les desprecia, y una simple mirada hacia él se castiga con la tortura más lenta y dolorosa posible, pero ellos mismos deciden, por "propia voluntad" agasajar a su "salvador", y, cada día, inmensas obras de arte, estatuas de cientos de metros de altura, cuadros de sus valerosas hazañas y odas compuestas por músicos completamente enloquecidos en su honor le son ofrecidas. Aquellas que le parezcan vagamente satisfactorias salvarán a los autores. Las que no...


Doctrina de combate
Los Hijos de Antris eran soldados con un estricto código marcial y un sentido del honor sólo superado por su orgullo y su desprecio hacia toda criatura a la que vencían o podían vencer. Tras su traición, su orgullo se ha acrecentado hasta convertirles, a sus ojos, en seres titánicos e invencibles. Por ello, no temen las armas pesadas o las tropas de élite. De hecho, ¡su orgullo es una protección tan grande como sus corrompidas servoarmaduras! Su vanidad les impulsa a ser excéntricos y desconsiderados, creyendo que toda alianza es para débiles e incapaces. Actúan en solitario, pero siempre apelando al trabajo (competitivo) de equipo, en el cual cada uno de los soldados lucha por imponerse a los demás. Esto es una espada de doble filo. Cuanto más y mejor luchan los soldados de su bando, más se esfuerzan por mostrar de qué son capaces. Pero cuanto menos o menos ferozmente combaten, más atenuada queda la necesidad de combatir por el deseo de burlarse de los aliados caídos. Los oficiales de los Amos de las Pesadillas hacen lo posible por establecer tácticas, pero sus soldados son tan imprevisibles y narcisistas como ellos mismos. Sólo unos pocos Maestres de las Pesadillas logran dominar completamente los campos de batalla mediante las tácticas de combate. Y más de uno lo consigue sólo gracias al sucio truco que da nombre a los traidores de su capítulo: las pesadillas.
Un asedio de los Amos de las Pesadillas comienza semanas antes de que se dispare un solo tiro. Las señales están claras: pesadillas, miedo a la oscuridad, sensación de debilidad, servilismo, terror, negación al sueño y, finalmente, demencia. Sólo los más resistentes psicológicamente aguantan este ataque. La procedencia exacta de dicha agresión es indeterminable, aunque debe ser disforme. En todo caso, los pocos que quedan en las defensas tras este insoportable primer período son, o aquellos que están en disposición de ser reclutados para los Amos de las Pesadillas, que siguen frescos como rosas, o meros guiñapos débiles y descoyuntados. Esta táctica hace todavía mayor el sentimiento de superioridad de los traidores, y es obvio que los líderes de sus ataques deciden precisamente sus combates gracias a ello.

Organización
La jerarquía de los Amos de las Pesadillas es indeterminable, ya que cambia constantemente, no tanto por las bajas sufridas por el capítulo en el campo de batalla, sino por los duelos y desafíos de orgullo que se producen en los intervalos de tiempo en los que no se lucha. El caos es una constante en toda regla, y esto se refleja en que, en muchos casos, los duelos y los desafíos no son más que asesinatos.
En todo caso, la organización códex anterior a su traición y herejía parece haberse mantenido, al menos a grandes rasgos, y el enorme ego de los Amos de las Pesadillas crece desmesuradamente conforme ascienden. Ser Sargento es ser casi un Comandante Solar, y un Teniente tiene bajo sus pies al mismísimo Emperador. Por supuesto, el propio Paladín Dolos se codea con los Dioses. Esto suele causar confusiones y enfrentamientos considerables con legiones traidoras, e incluso con otros príncipes demonio, que el relativamente joven Dolos contempla con verdadera desgana, casi con conmiseración, algo que no tiene con nadie más.

Creencias
Como seres extremadamente vanidosos, los Amos de las Pesadillas sólo tienen tres cosas de las que preocuparse: ascender, dominar y admirarse a sí mismos. Toda otra preocupación queda subyugada a su increíble autoestima, aunque esto hace que cuiden sus equipos y sus cuerpos como ningún otro marine traidor lo hace. Se entrenan con la idea fija de superar a todo el que encuentren, de arrollar a todos los que encuentren, de aplastar a todos los señores del universo, sean imperiales, xenos o del Caos, y de ocupar su lugar en la Galaxia. Su poderosa capacidad de autoengaño hace que incluso su poder físico aumente. Se sabe de marines de los Amos de las Pesadillas que han sobrevivido a un impacto directo de cañón láser o de proyectil demolisher sólo porque no creían posible que les fuera a causar daño alguno algo tan nimio como un arma de fuego imperial.
En cuanto al Caos y a los dioses, les admiran, les adoran y les odian por completo y sin reservas. Cada uno de los nuevos reclutas aspira a llegar a convertirse en príncipe demonio y no detenerse ahí. La envidia hacia seres tan todopoderosos como los Cuatro Hermanos les hace sentirse insignificantes cuando piensan en ellos, pero ellos mismos también actúan de forma servil e hipócrita ante sus señores. Los propios Dioses han expresado su satisfacción ante esta ambición desmedida, pues saben que la confrontación de sus siervos solo puede reportarles dos cosas: diversión sin medida y siervos más poderosos.

Semilla genética
Desconcertantemente, el análisis estructural a fondo de la ficha genética de identidad de los Amos de las Pesadillas ha revelado que no sufren de la más mínima mutación, salvo casos excepcionalmente únicos. Esto se debe, de nuevo, a su deseo de ambición y su autoadoración; se creen tan perfectos que no permiten que los dioses del Caos mancillen sus cuerpos. Por otro lado, sus retorcidas armaduras y sus poderosas armas mancilladas sí han sido tocadas por la brujería, pues veían en ellas la debilidad manifiesta del Imperio y de sus cobardes tácticas y repliegues. Todo esto hace suponer que la corrupción y la transición de los Hijos de Antris a los Amos de las Pesadillas se produjo por completo en el aspecto psíquico y mental, no en el corporal y genético. Si esto es cierto, estamos ante un grupo de enfermos y desequilibrados que sólo puede compararse con los más depravados guerreros del Caos.

Grito de batalla
"¡Miradnos y temednos!"



Marines traidores creados por Alanthos Steelway. Si hay algún universo en el cual existan de veras, el creador no se hace responsable...

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AGRAMAR Enviado: 23.08.2006, 21:57
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joe que curro..no sera por el mensaje de bienvenidos...?no miraba a nadie en particular!!



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Alanthos Enviado: 25.08.2006, 13:36
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Llevaba preparándolo unos cuantos días... pero ya me esforzaré más, no te enfades conmigo, Ahrimán, porfaaaa... Smilie

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