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Jungla Verde

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Veinte minutos después llegó al renombrado sector y vio dos rocas afiladas una sobre otra y una tercera piedra redonda a un metro de éstas; una señal de los Exploradores. Ordenó a todos que le esperasen allí y avanzó sólo con su Guardia de Honor en la dirección que indicaba la piedra redonda con respecto a las otras dos. Instantes después oyó el silbante y grave canto de un Búho Oxa desde su izquierda, como los que venía escuchando desde hacía tres horas, pero el ritmo especial de este canto permitió a Aertes identificar la especie exacta del ser que lo producía. Al mirar a la izquierda no se sorprendió de ver una cara humana perfectamente camuflada con maquillaje oscuro, pero tan cerca que no se confundía demasiado con su entorno al mirarle directamente. El Explorador les hizo una señal para que lo siguieran. Poco después encontraron a un orko degollado y a un enorme jabalí con un agujero en la cabeza; un centinela eliminado. Se empezaron a oír golpeteos rítmicos y sonidos de maquinaria acompañados de un murmullo, como de cientos de hombres hablando con voz gutural.

La base orka era enorme. Construida en un inmenso claro con madera de los árboles talados y planchas de metal que debían haber traído sus ocupantes consigo. Un profundo pozo lleno de estacas afiladas rodeaba el pie de la empalizada, los orkos lo sorteaban gracias a un rudimentario puente. El recinto, cuadrado, medía unos ciento cincuenta metros de lado y tenía cuatro torres en sus esquinas sobre las que varios gretchins vigilaban los alrededores. A pesar de que varios troncos obstruían su línea de visión, Aertes pudo observar a varios orkos que, con sus habituales andares encorvados, cortaban los árboles de la periferia con espadas y hachas sierra. Los pielesverdes estaban abriendo un gran camino hacia el norte. Esa zona aún no había sido explorada por los hombres de Morris por lo que Aertes no pudo deducir qué iban a hacer por allí. Su primer impulso fue el de lanzarse a la carga contra los pielesverdes más cercanos, pero consiguió reprimir sus ansias de lucha.

Unos metros por delante suyo vio al sargento Trenos, que, oculto tras un árbol, observaba el interior de la empalizada con sus magnoculares mirando a través de la abertura de la puerta sobre el puente. Su armadura de caparazón estaba camuflada con tonos verdes y marrones en lugar del rojo sangre de los marines Angeles Sangrientos, y la hombrera con los colores e insignia del capítulo estaba cubierta con una tela igualmente camuflada.

- Creo que es un taller de maquinaria, señor -dijo Trenos cuando retrocedió hacia su Capitán- veo varias piezas y motores amontonados en una de las esquinas, y he visto una especie de establos que pueden albergar jabalíes de guerra, perfectos para avanzar por esta selva.

- ¿Qué creéis que están tramando con esa carretera hacia el norte, sargento Trenos?

- Como ya os he dicho, he visto piezas de maquinaria y accesorios que podrían instalar en vehículos para que pudieran avanzar mejor por esta vegetación. Esa carretera podría llevar a otra base orka del Norte -especuló el Sargento Explorador- o puede que no sea una carretera sino una zona de aterrizaje.

- Tratándose de orkos no podemos estar seguros de sus intenciones, pero de lo que sí estoy seguro es de que esta base no llegará a ver el atardecer de este día. ¿Habéis hecho un plano? -el sargento explorador asintió- bien, seguidnos hasta nuestros hermanos.

Al llegar al sector Kappa 1.1, donde Aertes ordenó a su ejército que le aguardaran, observó que los supervivientes de la escuadra de exploradores Midian habían llegado. Apartados del grupo, la compañía de la muerte y el capellán Sagos estaban arrodillados y recitando salmos.



- ¡Vamoz! ¡Daroz priza kon ezta zona! ¡Ya debería eztar dezpejada de ezoz eztúpidoz árbolez¡

El kaudillo Rorkrat continuó ladrando órdenes durante un rato más a los orkos que talaban los árboles al norte de la base antes de volverse hacia la misma a beber un poco de agua. Su inmensa musculatura verde dejaba enanos a los orkos que pasaban por su lado mientras iban y venían de dentro a fuera del recinto transportando troncos. Ninguno le miró a la cara. Al pasar por el puente levadizo un gretchin tuvo que saltar fuera del mismo para evitar ser aplastado por la pesada bota de cuero y hierro de Rorkrat. El pequeño ser verde se agarró en el último momento al borde, evitando por poco las estacas del fondo.

En el interior de la base varios gretchins salían y entraban de un profundo pozo hecho en la tierra con capazos llenos de fragmentos de metales y minerales y los llevaban a la herrería, un ezclavizta ataviado con una túnica marrón les instaba para que trabajasen más rápido amenazándoles con su garrapato sabueso. Tras echar un trago de agua en la cisterna, Rorkrat entró en los establos. La salud de los jabalíes de guerra era importante; sin ellos, no podría enviar mensajeros rápidos a la base del zeñor de la guerra Slamkuk, ni podría enviar patrullas suficientemente rápidas a la selva. Fue pasando por los corrales individuales hasta llegar al que ocupaba su jabalí de guerra personal; el más grande y fuerte de todos. Mientras lo miraba, Rorkrat meditó unos momentos, pensando en lo que su zeñor de la guerra Slamkuk le haría si no tenía éxito en esta misión. Intentó imaginarse qué haría si él fuera el zeñor de la guerra y Slamkuk fuera su lugarteniente.

La enorme cabeza del jabalí giró hacia su amo, y de pronto empezó a agitarse violentamente. Todos los jabalíes de los establos comenzaron a gruñir y saltar. Cuando el kaudillo iba a preguntarse qué demonios pasaba, el sonido de una enorme explosión hizo temblar las paredes de madera y hojalata. Los primeros gritos y disparos comenzaron a rasgar el aire.



- ¡Adelante, por la gloria del Emperador! ¡Por la sangre de Sanguinius!.

Los Ángeles Sangrientos habían comenzado su ataque. La escuadra de devastadores Fulventos, apoyada por la escuadra Crasso, abrió fuego contra las torres de vigilancia. Una de ellas se había desintegrado cuando un misil acertó de lleno justo debajo del parapeto. Una multitud de orkos armados con akribilladores salió por el puente para repeler a los agresores. La escuadra de Aertes y la escuadra Meranis abrieron fuego contra ellos. La pistola de plasma del Capitán carbonizó a uno de ellos de pecho para arriba, cinco pielesverdes más murieron por los impactos de bolter y los pesados cuerpos moribundos empujaron a dos más fuera del puente, ensartándose grotescamente en las estacas del foso.

Los orkos que talaban árboles hacia el norte se dispusieron a acudir al lugar del ataque, pero la escuadra de exploradores Trenos, aumentada en tres hombres por los restos de la escuadra de exploradores Midian, surgió de pronto de entre la maleza disparando su escopetas y pistolas bolter a diestro y siniestro. más de diez orkos cayeron al instante, pero los exploradores estaban en una gran desventaja. Un orko se abalanzó sobre el explorador Tars y ambos cayeron al suelo rodando, Trenos abrió en canal a uno especialmente grande tras esquivar el tajo de su hacha sierra, pero, incluso con sus oscuras tripas colgando del abdomen, el orko descargó su arma sobre el hombro del sargento explorador, cortándole hasta el pecho. El orko intentaba sacar su rebanadora del cuerpo inerte de Trenos cuando el Explorador Karpla le segó ambas manos a la altura de la muñeca, haciéndole retroceder unos pasos antes de atravesarle la garganta con su machete de combate. Tars fue inmovilizado por el orko mientras otro pielverde le degollaba entre furiosos gorgoteos. Medinus disparó a bocajarro su escopeta y el orko que cargaba contra él se detuvo y cayó como si hubiera chocado contra un muro. Moviendo frenéticamente la corredera, disparó una y otra vez hasta que uno de elos se acercó demasiado y tuvo que utlizar el arma para detener un hacha dirigida a su cabeza. Tasmel bloqueó otra arma orka con su machete, la apartó a un lado en un duelo de fuerza y disparó en plena cara del orko con su pistola bolter. El orko quedó como atontado y Tasmel lo derribó de una patada antes de buscar a su siguiente víctima; el explorador ni siquiera vio la espada sierra que le rebanó la cabeza desde atrás. Otro orko lanzó a Karpla un golpe a la cara qué éste bloqueó con el machete, pero una espada sierra surgió desde su izquierda y le golpeó en el abdomen; el peto de ceramita le protegió de lo peor del ataque, pero al caer al suelo vio un charco de sangre extenderse desde su cuerpo. Los dos orkos se irguieron alzando sus armas para asestarle el golpe de gracia y sus verdes torsos estallaron en nubes carmesí cuando una ráfaga de proyectiles bolter les alcanzó de lleno. Al mirar hacia atrás Karpla vio a una de las escuadras tácticas que corría hacia ellos disparando a los pielesverdes, entretanto se agarró a la pierna del orko más cercano, le clavó su machete en el estómago y lo retorció en su interior.

Al otro lado de la base, la compañía de la muerte, encabezada por el capellán Sagos, se lanzó a la carga contra el constante flujo de orkos que surgía por la puerta del puente mientras la tercera torre de vigilancia volaba en mil pedazos, víctima de los devastadores. En el interior, los orkos se agolpaban en la puerta para salir cuando seis de ellos cayeron bajo las armas de los marines de asalto, que habían sobrevolado la empalizada. El arrollador empuje de la Compañía de la Muerte arrojó a los orkos fuera del puente, aunque un pielverde consiguió arrastrar a uno de los rabiosos negros hacia el foso con él, y otro insertó su cuchillo justo en la juntura entre el casco y el peto de otro marine.

Los marines de asalto se vieron sorprendidos por más orkos que surgían de los cuarteles y talleres del recinto, los cuales comenzaron a subirse a las empalizadas para dominar mejor el patio. Tres orkos ya se habían subido a la última torre y empezaron a barrer el patio con sus akribilladores pezados. Uno de los marines de asalto cayó con el cuerpo agujereado y el resto activó sus retroreactores para llegar hasta ellos e inutilizar esa torre. La compañía de la muerte irrumpió en la base y se lanzó como una masa de enloquecidos hacia un pelotón de piztoleroz que acababan de salir de un barracón a la izquierda de la entrada. Después aparecieron Aertes y su escuadra, que cargaron directamente hacia más orkos al otro lado del patio disparando sin cesar. En su camino encontraron un grupo de pielesverdes de menor tamaño, pero que no eran gretchins. Aertes partió por la mitad a uno de ellos y embistió a otro, que desapareció por un agujero del suelo mientras su guardia de honor aplicaba el mismo tratamiento a los demás. Segaron a aquel grupo como una guadaña que corta el trigo sin detenerse por nada.

Un marine de asalto fue alcanzado en pleno vuelo y pasó fuera de control por encima de la torre, rompiéndose el cuello contra un árbol. Los restantes cayeron sobre los tres akribilladorez y los gretchins, aniquilando hasta el último pielverde.

La carga de Aertes fue bruscamente interrumpida por un gruñido bestial a la izquierda. Rorkrat salió de los establos montado en su jabalí de guerra y blandiendo una gran rebanadora en forma de hacha de doble hoja. La bestia pasó al galope junto a dos marines y lanzó al sacerdote sangriento a dos metros con un golpe de su enorme cabeza mientras los dos guardias de honor se desplomaban con enormes heridas en el pecho que atravesaban sus servoarmaduras y sus costillas. Aertes y sus hombres se dispusieron para el combate, pero el enorme jabalí volvió a la carga y se llevó por delante a otro marine. El pelotón de akribilladorez al que Aertes iba a asaltar en un principio abrió fuego contra ellos y otro guardia de honor cayó víctima de los proyectiles. El Capitán se había quedado sólo con un hombre en mitad del campamento. Sintiendo la Rabia Negra fluyendo por sus venas, Aertes disparó su pistola de plasma, pero la esfera brillante como el magma impactó en la enorme cabeza de la bestia convirtiéndola en cenizas. El cuerpo del Jabalí siguió cargando sin control aún cuando Aertes se lanzó sobre quien lo montaba y humano y orko cayeron rodando, debatiéndose en un combate a muerte. La gran bestia fue incinerada por el Lanzallamas del último guardia de honor, justo antes de que ésta le atropellase y le dejara tumbado sin sentido antes de derrapar finalmente sobre su vientre al darse cuenta su cuerpo de que su cabeza había desaparecido.

Mientras, los marines de asalto aterrizaron sobre los akribilladorez y comenzaron un nuevo combate. Más orkos montados en jabalíes de guerra salieron al galope de los establos pero fueron interceptados por la compañía de la muerte, que no dejaba de gritar incoherencias más propias de los orkos que de unos marines espaciales.

En el exterior, los exploradores habían perdido a siete hombres, quedando sólo el explorador Karpla. Karpla se debatía entre la vida y la muerte mientras un marine intentaba mantenerle con vida, pero había cumplido su misión, habían impedido que los orkos que talaban árboles participaran en el combate e impidieran el asalto a la base. Sintió profundamente la pérdida de sus compañeros, pero no hubo otra elección que lanzarse a ese combate suicida si querían tener éxito en el asalto.

Mientras tanto, la escuadra Crasso había entrado en la base y sus Bolters comenzaron a hacer estallar cabezas de orko por doquier. El capellán Sagos blandía su crozius arcanum con ambas manos y golpeaba a los jinetes de jabalí, que caían como moscas ante el enloquecido ataque de la compañía de la muerte. Un pielverde puso su montura a la espalda del capellán y lanzó un golpe mortal sobre su casco; una esfera de energía azulada envolvió de pronto al humano y detuvo la espada del orko en el aire; Sagos se volvió y ejecutó un hábil molinete que cortó el brazo orko a la altura del codo y acabó su movimiento partiéndole la cabeza. La escuadra de asalto fue derrotada perdiendo a dos marines en el proceso y el resto saltó fuera de la base con sus retroreactores, entonces la escuadra Crasso avanzó hacia aquellos pielesverdes y comenzó un intercambio de disparos en el que ambos bandos comenzaron a sufrir bajas, pero los orkos caían mucho más rápidamente merced a la superior habilidad de los marines en el manejo de las armas de fuego y a sus servoarmaduras. Las escuadras Meranis y Fulventos también entraron en la base, incapaces de mantener posiciones de tiro ante su creciente necesidad de derramar sangre enemiga con sus propias manos, y se enzarzaron en una serie de combates cuerpo a cuerpo con los orkos que corrían de aquí para allá por todo el patio.

Y en el centro de todo, Aertes y Rorkrat continuaban su combate cuerpo a cuerpo. Los incesantes y salvajes gritos de ambos líderes parecían sobreponerse a los disparos y explosiones que devastaban toda la base orka.

Aertes esquivó otro tajo vertical de la gran rebanadora e intentó cortar al pielverde por la cintura pero éste bloqueó el golpe con su arma, que despedía chispas azules al contacto con la espada de energía. Acto seguido Rorkrat golpeó al humano con el mango de su arma y éste fue derribado con facilidad, Aertes rodó sobre sí mismo para evitar que el orko le partiera en dos y la gran rebanadora volvió a incrustarse en la tierra.

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