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La Ciudad Maldita (Parte 1ª)

Página: 2/3
(8718 palabras totales en este texto)
(1062 lecturas)  Versión imprimible

- ¡No empiece con sus monsergas espirituales, Yarius! -le
interrumpió el gobernador- ¡Usted está aquí
como asesor para aclararnos qué hacer, no para darnos una de sus
lecciones!


- ¿Olvidáis qué motivo me trajo a este planeta y a
esta ciudad? -dijo el erudito.


- ¡No, no lo olvido! ¡Usted vino para meternos todas esas
tonterías de la “cultura imperial”, pero aquí no es
ninguna autoridad y nadie se toma sus discursos en serio!
¡Así que limítese a aclararnos lo que necesitemos
saber y nada más!


- ¡No creáis que me voy a callar mientras vos os
pasáis de manos las vidas de toda esta gente! ¡Yo
represento al voluntad del Emperador aquí y exijo que se me
escuche!


- ¡Bien! Capitán Hargus, estoy de acuerdo con que
envíe un pequeño grupo de exploración -el
gobernador se negó a seguir discutiendo con Yarius, quien se
recostó en su sillón intentando serenarse, pero clavando
una viva mirada en la mofletuda cara del gobernador- Pero quiero que la
discreción sea máxima; sólo los que estamos
aquí debemos saber que enviamos a un grupo a inspeccionar los
alrededores. Este pueblo ya está acostumbrado a falsas alarmas
que no terminan en nada.


- ¡Ya era hora! -dijo Hargus antes de abandonar la sala con paso
ligero.


Los ánimos empezaron a enfriarse en la sala de debates. Yarius
aún tenía una mirada odiosa sobre el gobernador, quien se
esforzaba por ignorarle. El erudito comenzó a hablar de nuevo
con un tono suplicante, esperando que hiciera más efecto que los
gritos. No le costó convencer al gobernador de que diera la
orden de organizar a la guardia urbana, ya que ello era un acto normal
en la ciudad tras una alarma de invasión y nadie podía
alarmarse más de lo necesario. Sir Edion dio su
aprobación tras mencionar que ello no podía llegar a
oídos de los comerciantes. Yarius suspiró largamente
ahogando un nuevo reproche hacia la actitud del tesorero.


En casa de Lloid Calahan, el comunicador sonó. Ray
contestó; era Johan Flinn, de la granja vecina. También
se había encerrado en casa y preguntaba si sabían algo
acerca de la alarma. Ray dijo que no. Lloid entró en el
salón y le pidió el comunicador a su hijo. Mientras su
padre hablaba Ray volvió a sentarse en el sofá. La
última alarma que se había declarado en la ciudad fue a
causa de una fuga en la ciudad colmena Norgunter, a cuatrocientos
kilómetros al norte de Longbow Port. Algunas bandas se
habían escapado por los sistemas de ventilación del
submundo de la colmena, y su ciudad era la más cercana. Por
suerte el yermo desierto que les separaba de la ciudad colmena
acabó con muchos pandilleros antes de que éstos pudieran
llegar a la ciudad, que fue puesta en alerta por las altas esferas de
Norgunter. Como ahora, todas las casas de las afueras de la ciudad
disponían de dispositivos que las convertían en
búnkers fortificados, inasaltables sin armamento pesado. Eran
las ciudades clase Asedio 3.19C. La guardia urbana redujo a las bandas
al cabo de unos días de tiroteos callejeros y los pandilleros
que no habían sido muertos a tiros fueron devueltos a Norgunter.


Ray había pensado muchas veces en ingresar en la guardia urbana,
pero su padre le necesitaba en la granja durante la primavera y el
verano, sin embargo había participado varias veces en las
partidas civiles para expulsar bandas problemáticas de la
ciudad. Lloid cortó la comunicación. Dijo que los Flinn
tampoco sabían nada sobre la alerta.


En la ciudad, las calles estaban desiertas. Cada puerta y ventana de
los edificios estaba sellada por compuertas y persianas blindadas, y
las farolas seguían haciendo brillar dos luces blancas y una
roja. Por una esquina, en perfecta formación, aparecieron dos
Rangers acompañados por diez guardias urbanos con equipo
anti-disturbios. El Ranger es una variante del Sentinel de la guardia
imperial utilizado en muchas ciudades como apoyo para la policía
en situaciones difíciles. Los dos bípodes eran de color
azul marino con las siglas DPLP (“Departamento de Policía de
Longbow Port”) escritas en los laterales sobre el escudo del
departamento. Los guardias lucían el mismo color en sus
armaduras de anti-disturbios y el mismo escudo con iguales siglas en la
espalda. Uno de ellos iba revisando su arma, al parecer tenía
problemas para poner y quitar el seguro. Al llegar a una
bifurcación se separaron en dos grupos de un Ranger y cinco
guardias cada uno y empezaron a patrullar avenidas distintas.


En la sala de debates del ayuntamiento, Yarius, Sir Edion, el
gobernador y el recién llegado Lord Mathey, un experto en
antigüedades y también sabio y miembro del consejo de la
ciudad, esperaban noticias del capitán Hargus, quien les
había llamado hace mucho para decir que se encontraba en un
puesto policial de las afueras y habían mandado a un grupo de
guardias en motocicleta a inspeccionar la zona Este. Lo que Hargus no
les había dicho era que les había ordenado llegar hasta
la propia ciudad de Jubilee Station para estar bien seguro.


Pasó mucho tiempo, una hora y media aproximadamente, hasta que
el comunicador del gobernador sonó. Al responder oyó la
voz de Hargus maldiciendo. Hargus informó de que le había
llamado el grupo de reconocimiento; sólo quedaban dos de los
guardias, que volvían a Longbow a toda velocidad. Al parecer el
mensaje de la invasión de Jubilee Station no sólo era
cierto, sino que era insuficiente. No se trataba de una vulgar
incursión de piratas, sino de un gran ejército. Hargus le
dio la descripción de los piratas que le había dado el
guardia por el comunicador. El gobernador le dijo que se asegurase de
que ninguno de los guardias estaba delirando y Hargus espetó que
si uno de sus guardias le informaba de algo, era puñeteramente
cierto. Además el ejército había arrasado la
pequeña ciudad vecina y se dirigía hacia aquí muy
deprisa. Antes de que el gobernador dijera algo Hargus le
informó de que iba a organizar una fuerza defensiva en la zona
Este de la ciudad y a alertar a todos los puestos policiales
exteriores. Acto seguido cortó la comunicación. El
gobernador puso el comunicador sobre la mesa perplejo. Dijo a Yarius,
Sir Edion y Lord Mathey de lo que el capitán Hargus había
informado. Yarius y Lord Mathey se mostraron preocupados al oír
la descripción de los invasores.


- ¡¿Han arrasado Jubilee Station?! ¡Esto es
terrible! -decía Sir Edion- ¡Toda esa gente...!


- ¿Ahora es cuando se preocupa por las almas, Sir Edion?
-inquirió Yarius.


- ¡Cielo Santo! -continuó el tesorero- ¡Jubilee
Station es casi tan grande como esta ciudad! ¡Y la han arrasado!
¿Cómo es posible? ¡Nadie puede destruir las
ciudades clase Asedio 3.19C!


- Me temo que sí, gobernador -interrumpió Yarius-
Sólo conozco una raza alienígena que se ajusta a la
descripción “cascos alargados y sus vehículos vuelan”
-dijo repitiendo las palabras del gobernador- y si se trata de un gran
ejército, como el capitán Hargus asegura, esta ciudad
está en grave peligro. Debe enviar ahora mismo una señal
de cuarentena de invasión.


- Yarius, ¿sabe usted algo acerca de esos piratas?
-preguntó Sir Edion.


- Como ya os he dicho, los únicos que conozco que se ajustan a
esa descripción son una raza alienígena llamada Eldar, y
si son los eldars que yo me temo estamos en apuros. Los eldars son
despiadados y sanguinarios. Atacan mundos enteros sólo para
conseguir un botín de esclavos y luego abandonan el planeta para
volver a sus guaridas. Si son esos eldars los que se acercan, esta
ciudad está perdida a menos que déis una alerta de
invasión a la guardia imperial ahora mismo.


- ¡Eso es una sandez! ¡Esta ciudad es ahora un gran
búnker fortificado! ¡Nadie puede entrar si nosotros no se
lo permitimos! -replicó el gobernador.


- No, los eldars siempre consiguen entrar -Lord Mathey habló por
primera vez- Yarius tiene razón; los eldars pueden entrar
dondequiera que se propongan. Les conozco bien; he estudiado mucho
acerca de su especie y su tecnología -Yarius y Lord Mathey nunca
se habían llevado bien, pero ahora parecían estar de
acuerdo- Necesitaremos una gran fuerza para defendernos de ellos.


- Es por ello que debéis alertar a la guardia imperial si
queréis tener una oportunidad de salvar Longbow Port! -dijo
Yarius.


- ¿De veras cree que lograrían asaltarnos?
-Preguntó Sir Edion preocupado a los eruditos- Ustedes han visto
la ciudad en modo de asedio, como lo está ahora. ¿Creen
de veras que esos “eldars” lograrían penetrar las defensas
policiales?


- Si no desisten al principio, nos hostigarán hasta conseguirlo
-dijo Yarius asintiendo con la cabeza.


El gobernador se puso aún más nervioso.


- ¡Pero... nuestro cuerpo de policía tiene el mejor equipo
de este sector... exceptuando a los Adeptus Arbites de Norgunter!
-tartamudeó.


- Si son un ejército numeroso, pueden ser capaces de asaltar la
propia Norgunter -advirtió Yarius-. A juzgar por su
número según los policías, lo más probable
es que hayan venido a barrer todo este sector. No pasarán de
largo ni una sola ciudad.


Se hizo un silencio antes de que el gobernador volviese a hablar.


- Usted no me cae bien, Yarius. Pero nunca me ha mentido. ¿Cree
de veras que son capaces de tomar Longbow Port pese a nuestros
esfuerzos?


- Calculo que podremos mantenerles fuera un día o dos como
mucho, y luego puede que tarden unos tres días más en
invadir toda la ciudad si nuestra guardia urbana resiste. Es por esto
que debe dar la alerta sin pérdida de tiempo. La guardia
imperial puede llegar aquí en menos de una semana.


Un nuevo silencio se hizo en la sala mientras el gobernador meditaba.
Su cara estaba empapada de sudor por el nerviosismo.


- ¿Y ese libro que usted siempre está estudiando, Yarius?
-dijo de pronto Lord Mathey- Usted me dijo una vez que contenía
hechizos arcanos...


- ¡No! -gritó el bibliotecario de pronto- ¡Ni se os
pase por la cabeza mirar ese libro! ¡Contiene secretos que vos no
comprendéis!


- ¡He estudiado durante cincuenta años, más de la
mitad de mi vida dedicada a comprender y descifrar cualquier escrito!
-respondió el anticuario- ¡Puedo comprender lo que dice
ese libro mejor que usted! ¡Además ese libro
debería ser mío!


La discusión de siempre había empezado de nuevo. Desde
que vió a Yarius estudiando el gran libraco, Lord Mathey
intentaba por todos los medios de hacerse con él aduciendo que
su estudio era cosa de un anticuario y no de un bibliotecario. Yarius
siempre le respondía que nunca podría comprender lo que
aquellas páginas encerraban, pero Lord Mathey nunca
desistió. Una vez Yarius se vió obligado a explicarle una
sola página del libro, pero la avidez del anticuario
aumentó aún más a partir de aquel día.



CRISIS


- ¿De qué libro hablan ahora? -preguntó el
gobernador- ¿Les parece adecuado hablar ahora de eso?


- ¡Gobernador, con el poder de ese libro se podría salvar
la ciudad sin ninguna otra ayuda! -dijo Lord Mathey.


- ¡Os equivocáis! -gritó Yarius- ¡Ese libro
es capaz de desencadenar algo mucho peor que la invasión de los
eldars!


- ¡Está totalmente paranoico, Yarius! ¿Qué
le ocurre? ¿No desea hacer todo lo posible para salvar a esta
ciudad? -Lord Mathey miraba de reojo al gobernador mientras
discutía con Yaríus.


- ¡Un momento! -interrumpió el gobernador- ¡No
entiendo nada de lo que están diciendo, pero si saben algo que
pueda sernos de ayuda explíquenmelo ahora mismo!


- ¡Ese libro no puede ser de ninguna ayuda! -repetía
Yarius- ¡Y es una completa canallada de vuestra parte aprovechar
una crisis como esta para apoderaros de él, Lord Mathey!


- ¡Intento encontrar opciones para salvar a esta ciudad!
¡Pero Yarius persiste en no revelarnos la solución!


- ¡Os repito que ese libro dista infinitamente de ser la
solución a ningún problema!


- ¡Miente!


- ¡YA BASTA! -el inhumano grito del gobernador y el
puñetazo que dió en la mesa les hizo callar a los dos-
Caballeros, serenémonos un momento y discutamos esto con calma.
Es de la vida de esta ciudad de lo que estamos tratando aquí.


- Ya os he dicho lo que debéis hacer -dijo Yarius aburrido.


- No vamos a alertar a la guardia imperial hasta que no haya otra
alternativa.


- ¡La alternativa es el libro! -repitió Lord Mathey.


- ¡No! -le cortó Yarius.


- ¡Silencio! -la monotonía de la discusión estaba
siendo agobiante para el gobernador- Yarius, ¿qué...
demonios es lo que tiene ese libro de particular?


Yarius alzó una ceja como si la expresión del gobernador
resultase apropiadamente cómica.


- Es mejor que no lo sepáis -contestó.


- ¿Es algo que puede ayudarnos con ese ejército invasor?


- No.


- ¡Mentira!


- ¡Lord Mathey! ¡No hable hasta que le dé la
palabra! -el anticuario suspiró enojado al oír al
gobernador. Se volvió hacia Yarius- Yarius,
¿Estáis seguro de que no conocéis nada que pueda
ayudarnos a combatir a ese ejército?


- No, salvo poner este asunto en conocimiento de la guardia imperial
-el gobernador suspiró al oirle repetir lo mismo.


- Muy bien, gracias, Yarius -dijo- Lord Mathey, usted dice que ese
libro puede destruir a nuestros enemigos sin tener que sacar este
asunto de aquí, ¿No?


- Exacto -respondió el anticuario. Yarius le miraba odiosamente.


- ¿Y cómo puede ayudarnos un vulgar libro a destruir un
ejército? -preguntó el gobernador.


- El libro describe una antiquísima ceremonia a través de
la cual pueden invocarse criaturas mágicas que siguen las
órdenes del sacerdote.


- ¿Qué sacerdote? -seguía el gobernador.


- El que culmine la ceremonia.


- ¿Cómo sabéis vos todo eso? -le preguntó
Yarius con rostro sorprendido- ¡¿Habéis estado
leyendo el libro sin mi autorización?!


- ¡Silencio, Yarius! -dijo el gobernador- Y decidme, Lord Mathey,
¿Cuanto tiempo se requiere para celebrar esa ceremonia? -los
ojos del gobernador brillaban de satisfacción entre su mofletuda
cara.


- Oh, muy poco. Pero aún tendré que revisar el libro a
fondo, si vos aprobáis esta acción, gobernador.


- ¿Y esas criaturas podrían librarnos del enemigo?


- Sí. Su poder es muy superior al de cualquier ejército.


- ¿Sin ninguna otra ayuda?


- No, señor. No haría falta la intervención de la
guardia imperial ni imponer una cuarentena de invasión en
Longbow Port.


Yarius escuchaba desconcertado. Había guardado celosamente el
libro en todo momento; ¿cómo podía Lord Mathey
saber tanto acerca de él?. Lentamente, su mente llegó a
una dolorosa, improvable respuesta, pero que encajaba demasiado bien
con la realidad. El comunicador de la mesa sonó y el gobernador
se dispuso a contestar.


- ¡Vos estáis poseído! -repentinamente el
bibliotecario gritó a Lord Mathey- ¡Estáis
poseído por los demonios del libro!


- ¡Gobernador! -gritó el anticuario- ¡El
bibliotecario desvaría! ¡Ese libro es nuestra única
salvación y él intenta negárnosla!


- ¡Cállense los dos ahora! -dijo el gobernador mientras
intentaba contestar a la llamada.


De pronto Yarius se levantó como en trance y extrajo de debajo
de su túnica una daga. La empuñadura tenía forma
de cruz enmarcada en un círculo y sonaba como un sonajero. El
anticuario quedó totalmente horrorizado al ver el artefacto. Sir
Edion saltó de su silla y se encogió contra un
rincón.


- ¡Yarius! -gritó el gobernador- ¡Guardias!
¡Guardias!


Los tres guardias del pasillo entraron y, a una orden del gobernador,
encañonaron al bibliotecario con sus armas. Pero Yarius no se
detuvo y se abalanzó sobre Lord Mathey cantando un salmo. Lord
Mathey estaba paralizado. Los guardias sujetaron a Yarius justo antes
de que alcanzara al anticuario y le arrebataron el puñal. Lo
arrastraron fuera de la sala mientras él seguía
forcejeando; gritaba que Lord Mathey estaba poseído y le llamaba
“demonio”. Pese a su edad, estaba logrando zafarse de los fornidos
guardias que lo sujetaban. Uno de los guardias le golpeó en la
nuca con la culata de su rifle pero él no desistió. Le
golpeó una segunda vez y lo dejó sin sentido. Lo
arrastraron sin dificultad hacia la comisaría. Lord Mathey
respiraba con dificultad; estaba pálido y temblaba por el miedo.
Sir Edion se volvió a sentar secándose la cara con un
pañuelo.


- Ya... ya ha pasado, Lord Mathey -le decía el gobernador al ver
su aspecto- No... no comprendo... Yarius es un hombre muy terco pero es
una de las personas más calmosas y pacíficas que
conozco... nunca le había visto así.


- Nunca me gustó ese hombre -respondió Lord Mathey
más calmado- siempre ocultando sus secretos para que nadie
más los conozca...


El comunicador volvió a sonar; el gobernador lo había
desconectado sin querer. Al contestar oyó la agitada voz del
capitán Hargus gritando que el ejército enemigo ya estaba
a la vista. El gobernador le ordenó resistir todo lo que pudiera
porque creía haber encontrado la solución. Hargus
respondió que no le valían suposiciones. El gobernador le
repitió la orden y cortó. Luego le dijo a Lord Mathey que
tenían que darse prisa en preparar esa ceremonia. Ambos salieron
apresuradamente de la sala. Sir Edion quedó solo y confuso en su
silla.


En los calabozos, dos guardias depositaron a Yarius sobre la litera de
una celda y cerraron la puerta tras salir. Otro de ellos estaba
metiendo la ornamentada daga en una caja fuerte. Los dos guardias iban
por el pasillo pavoneándose de su hazaña: reducir al
anciano bibliotecario. Súbitamente, el pasillo quedó
inundado de una luz roja una insistente alarma empezó a recorrer
la comisaría.
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