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La Ciudad Maldita (Parte 1ª)

Página: 3/3
(8718 palabras totales en este texto)
(1063 lecturas)  Versión imprimible


Los invasores estaban ya en las afueras de la ciudad. Sus numerosos y
oscuros vehículos flotaban rápidamente hacia la
línea defensiva que la policía había organizado.
Los transportes tenían plataformas a ambos lados donde viajaban
varios guerreros con sus armas preparadas. Los edificios más
exteriores de la ciudad eran como torres y búnkers fortificados
y no había modo de penetrar en ella sin lucha. Los
vehículos de vanguardia empezaron a disparar extraños
proyectiles de energía hacia los defensores.


El capitán Hargus disparaba su rifle automático
insistentemente contra los enemigos que se acercaban. Los invasores no
se habían comunicado, no habían dicho una sola palabra.
En cuanto vieron una defensa organizada ante ellos se lanzaron a la
carga montados en sus vehículos flotantes. Vestían
armaduras negras con dibujos blancos de esqueletos y daban salvajes
gritos de guerra. Hargus seguía disparando su arma a los
ocupantes de los vehículos, ya que los propios vehículos
eran demasiado resistentes.


El sargento Thanell, al mando de una escuadra de Rangers, dió
orden de disparar y las ametralladoras de los bípodes segaron el
lateral de uno de los vehículos, haciendo que sus ocupantes
cayeran rodando debido a la elevada velocidad. Los proyectiles de los
invasores empezaron a hacer estragos: la escuadra de Thanell al
completo fue eliminada por un sólo vehículo enemigo
erizado de cañones por todas partes. Tras el ensordecedor ruido
de las explosiones Hargus recibió informes de que algunos grupos
de invasores se habían infiltrado por otros puntos de la ciudad,
al norte y al sureste.


Los guerreros saltaron de los transportes y dispararon sus armas
mientras cargaban contra la línea defensiva. Varios guerreros
más se acercaron flotando sobre grotescas máquinas
aplanadas, como patines voladores, y pasaron entre las filas policiales
acuchillando a los humanos con las bayonetas de sus armas. Patinaron
con sus artefactos volantes a lo largo de la línea policial
disparando a diestro y siniestro. Poco a poco todos fueron derribados a
tiros, pero habían causado muchas bajas y debilitado la defensa
en el flanco derecho. Los invasores atacaron con más crudeza ese
flanco. Hargus ordenó al sargento Krane que moviera su VCR
(vehículo de control de revueltas) para reforzar el frente
derecho.


El VCR es un transporte de tropas blindado basado en el modelo del
Chimera de la guardia imperial utilizado para transporte de los grupos
antidisturbios y frecuentemente armado con armas pesadas para sitiar
edificios capturados por las bandas. El vehículo se
propulsó con sus seis gruesas ruedas hasta ponerse tras el
frente derecho y disparó la gran ametralladora pesada montada en
su torreta hacia los enemigos, barriendo toda una fila que estaba a
punto de alcanzar la barricada. Algunos policías entraron en el
VCR por la parte de atrás y empezaron a disparar las metralletas
montadas en el lateral del vehículo.


El gobernador y Lord Mathey llegaron al lugar del conflicto en un
vehículo oficial escoltado por policías en motocicleta.
El anticuario llevaba bajo el brazo el gran libraco que acababan de
robar de la biblioteca de Yarius. Había estado leyéndolo
todo el camino hasta allí, excepto cuando lo dejó un
instante para hacer una llamada por su comunicador. La tela que el
bibliotecario había colocado envolviendo la cubierta
había sido rasgada por Lord Mathey y ahora mostraba una
encuadernación de piel grisácea y muy desgastada con un
símbolo metálico de un círculo con ocho flechas
apuntando hacia fuera.


Los guardias del gobernador se sobresaltaron cuando vieron aparecer por
una esquina un grupo de unos cincuenta civiles.


- ¡Quietos! -gritó Lord Mathey- lo he llamado yo, son mis
acólitos. Los necesito para celebrar la ceremonia.


La línea policial resistía con dificultades, pero
resistía. Los invasores no parecían dispuestos a
retirarse y seguían martilleando las defensas de la ciudad. Las
aspilleras de los puestos de guardia despedían leves llamaradas
al disparar los policías de su interior a través de
ellas. Varios VCR más se habían distribuido tras las
líneas como fuertes móviles y descargaban sus armas
contra los invasores, quienes se habían atrincherado amontonando
rocas y colocando los restos de algunos de sus vehículos
destruidos como barricadas. El ruido de disparos y explosiones era
infernal para el gobernador, más acostumbrado a las suaves
melodías que siempre flotaban por los altavoces del
ayuntamiento. El anticuario empezó a decir a sus alumnos que
formaran un círculo en torno a él y luego que algunos se
amontonaran en diversos puntos del círculo, formando un raro
símbolo: un círculo con ocho flechas apuntando hacia
fuera, como el emblema de la cubierta del libro. Una vez todos
estuvieron en posición, Lord Mathey empezó a recitar los
salmos del libro en una lengua incomprensible, como un contínuo
murmullo. Casi no se le oía debido al ruido del tiroteo que
estaba teniendo lugar a escasos cincuenta metros, pero a él no
parecía importarle. Todos los civiles permanecían
sentados con las piernas cruzadas y oyendo atentamente lo que
podían del anticuario, como él les había dicho.
Todos tenían el miedo reflejado en sus rostros, ya que no
estaban lejos de la batalla y los disparos y explosiones se
sucedían aterradoramente cerca.


El combate se había recrudecido con la llegada de más
invasores y artefactos que parecían tanques flotantes con
enormes pinzas. Varios policías armados con lanzagranadas
dispararon contra uno de estos tanques como escorpiones; los
proyectiles estallaron al chocar contra el escudo frontal del
vehículo e hicieron un boquete en él, pero esto no detuvo
a la máquina.


Lord Mathey iba subiendo su tono cada vez que empezaba a cantar
un nuevo salmo del libro. El gobernador observaba la marcha de la
ceremonia desde su coche, donde se había refugiado. Algunos de
los civiles que participaban en la ceremonia empezaron a sentir algo,
una sensación de inmenso bienestar. De pronto no tenían
miedo del tiroteo que tenía lugar cerca de ellos, sino que les
hacía sentirse mejor. Una tremenda explosión
sacudió a uno de los VCR cuando un arma pesada de los invasores
lo atravesó. El estallido hizo que algunos de los civiles
temblaran de placer, como si el ruido y la desperación del
combate les hiciera disfrutar.


- ¡Invoco al Príncipe del Placer! -decía-
¡Señor del éxtasis infinito, líbranos de
nuestros enemigos con tus amadas hijas, portadoras de muerte! ¡Te
ofrecemos consagrar nuestra ciudad a tu causa por toda la eternidad!


El gobernador salió del vehículo totalmente perplejo por
las palabras de Lord Mathey. Empezó a preguntarle a gritos
qué demonios estaba diciendo, pero el anticuario siguió
con sus súplicas ignorándole por completo.


- ¡Danos tu abrazo protector, oh señor de la felicidad!


- ¡Te rogamos! ¡Te suplicamos! ¡Otórganos el
beso de tu placer! -El gobernador casi quedó aterrorizado cuando
todos los civiles de la ceremonia dieron al unísono esta
respuesta a los salmos de Lord Mathey como si se supieran la liturgia
de memoria. Todos tenían los ojos cerrados y la cabeza baja y
ninguno parecía darse cuenta de lo que estaba haciendo.


- ¡Haznos fuertes, dios de deliciosas emociones! ¡Para que
podamos defendernos de nuestros enemigos y poder servirte con nuestros
cuerpos y nuestras almas! ¡Permitenos disfrutar con la muerte de
aquellos que se oponen a tu credo! -decía el anticuario.


- ¡Te rogamos! ¡Te suplicamos! ¡Otórganos el
beso de tu placer! -respondían los civiles.


El gobernador quería detener aquello, pero no se atrevía
a acercarse. Se percató de que todos los que estaban tomando
parte en la ceremonia estaban sonriendo. Eran sonrisas infantiles,
inocentes, felices. Temblaban y se retorcían pasándose
las manos por todo el cuerpo. Se tumbaban y rodaban por el suelo
soltando leves carcajadas agudas, tranquilas, felices. Lord Mathey
empezó a convulsionarse espasmódicamente, pero su rostro
estaba sereno, incluso alegre, feliz mientras continuaba con sus
oraciones, que ya sólo recibian jadeos y risas como respuesta
sin que esto el preocupase.


- ¡Esto es una locura! ¡Se ponen a celebrar
no-se-qué de la felicidad y hay policías muriendo por
ellos allí mismo! -dijo el gobernador, quien no entendía
nada de lo que ocurría- ¡Deténgan ahora mismo a
Lord Mathey! -dijo a los policías de su escolta.


Dos de los policías pasaron entre los civiles, que estaban
tumbados en el suelo riendo felizmente y contoneándose como si
estuvieran en compañía de un amante invisible. Se
acercaron al anticuario, quien seguía de pié recitando
más oraciones. Lord Mathey les miró con una faz inocente
y amable y les hizo señales con una mano, invitándoles a
unirse a la aparente fiesta en que se había convertido la
ceremonia. Los agentes pensaron que se habían vuelto todos locos
y se dispusieron a inmovilizar al anticuario.


El gobernador pensaba que iba a dar una buena lección a Lord
Mathey por engañarle de esa manera. Le había prometido
salvar la ciudad sin tener que sacar el asunto de allí y ahora
se había puesto a celebrar una orgía en el mismo campo de
batalla. Miró a la línea policial justo a tiempo de ver
cómo otro de los VCR saltaba por los aires, literalmente, merced
a una violenta explosión azulada. Los policías empezaron
a retroceder a posiciones más retrasadas al verse incapaces de
contener por más tiempo el ataque invasor. Otro VCR
desató una tormenta de venganza sobre otro transporte y lo
voló en mil pedazos. Los incursores que rodeaban al
vehículo huyeron despavoridos antes de reagruparse. Pensó
que iba siendo hora, de veras, de alertar a la guardia imperial.


Michael Hargus estaba herido. Un proyectil enemigo le había
alcanzado el hombro. No era más que un rasguño, pero le
escocía como si le hubieran cortado con un cristal de sal.
Intentó cubrirse lo más posible tras un ancho escudo
blindado de los que usaban para avanzar por calles y pasillos, pero
ahora los estaban usando para retroceder. Mientras retrocedía
seguía disparando como podía con el brazo bueno a la vez
que apenas sostenía el escudo con el brazo herido. Se
agazapó tras la esquina de uno de los búnkers en que se
habían convertido las casas de las afueras de Longbow Port y
ordenó mantener posiciones. La herida empezó a hacerle
perder la sensibilidad en todo el brazo; estaba seguro de que estaban
disparando proyectiles envenenados o algo grotescamente similar.


El gobernador quedó perplejo cuando vió a los dos
policías que estaban a punto de detener a Lord Mathey arrojar
sus armas al suelo y unirse a la extraña ceremonia. Se quitaron
sus cascos y sus armauras de anti-disturbios y empezaron a actuar como
los fanáticos civiles, quienes se besaban entre sí y
seguían sonriendo y carcajeándose como colegiales.


- ¡Esto es brujería! -dijo el gobernador- ¡Es como
los casos que me contó ese testarudo de Yarius! -se quedó
meditando un momento- Hmm... seguro que él puede poner fin a
esta locura de ceremonia -se volvió hacia otros dos de sus
guardaespaldas- Id a la prisión de la comisaría y traedme
a Yarius, el bibliotecario. Rápido.


Los policías montaron en sus motocicletas y se dirigieron calle
arriba. “Por suerte la comisaría no está muy lejos”
pensó el gobernador. Cuando se volvió para ver la
evolución del tiroteo, percibió algo extraño en el
lugar de la ceremonia. Lord Mathey tenía una estatura medio
metro mayor. Sus orejas se estaban haciendo puntiagudas y le estaban
brotando cuernos óseos de las sienes. Todos estos cambios le
estaban desgarrando la piel y se oían crujir sus huesos. Para
mayor angustia del gobernador, que le mirada, sus músculos eran
de un color púrpura azulado muy oscuro, casi negro, bajo su
torturada piel. El libro
UP
 
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