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CONCURSO DE ÍNCUBOS

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El sonido de su espalda golpeando el suelo de piedra retumbó en la bóveda de la arena. La alumna no se atrevió a atacarle pese a estar en el suelo y se limitó a esperarle en posición de combate dando un par de pasos atrás. Ranxel permaneció unos instantes de espaldas, mirando al cóncavo techado del estadio e intentando recobrar el aliento, tranquilo. Intentó recordar a cuántos enemigos había derrotado sin que éstos hubieran sido capaces de propinarle un solo arañazo. No pudo recordar el número. Cien... doscientos... Y ahora una de sus alumnas había conseguido lo que muy pocos de sus enemigos habían conseguido. ¡Una Íncubo llegada de una Cábala inferior le había tumbado!. Y no había sido un golpe de suerte porque también había sostenido un duro combate. El odio que antes sentía por ella se convirtió en admiración. Se levantó lentamente, como si hubiera llegado a una conclusión después de estar horas meditando. Miró a la Íncubo completamente erguido, ella seguía en posición de combate, su respiración denotaba un gran cansancio y sus miembros parecían de plomo, pero estaba dispuesta a seguir. La miró detenidamente por primera vez. Las formas de su armadura eran las de una eldar esbelta, normal.

El que se había quedado enganchado en los garfios seguía allí, intentando zafarse inútilmente entre gemidos de dolor. Sus intentos habían hecho que los pinchos atravesaran la armadura, clavándosele profundamente en la carne. Ahora verdaderos ríos de sangre manaban de los lugares donde los garfios le mantenían sujeto. Ranxel recogió su arma y pasó por su lado sin ni siquiera mirarle. La Íncubo siguió los pasos de su maestro; saltando fuera de la arena y encaminándose a una de las entradas. El alumno quedó abandonado en la arena, con docenas de púas lacerando su piel que hacían que cada movimiento se convirtiera en un infierno de dolor.

El estadio por fuera era una visión aterradora para todo aquel que no fuera un eldar oscuro. Su fachada circular era de piedra negra como la noche y estaba rematada en varios lugares con larguísimas estacas, cadenas y garfios que aún soportaban los cuerpos de los esclavos orkos muertos en el espectáculo anterior. Por una de las entradas aparecieron Shaqueel, Hoo’Gaan, Ranxel y los cuatro Íncubos. La Arconte permanecía envuelta en su capa y sólo su casco rojo, negro y dorado permanecía visible.

- Habéis pasado con éxito la prueba -dijo Ranxel dirigiéndose a los Íncubos- desde este momento seréis responsables de la seguridad de nuestra Arconte Shaqueel. Será mejor que no fracaséis, porque no quisiera tener que privar a nuestra Arconte de ninguno de sus nuevos Íncubos -miró a la Íncubo que le había tumbado; su actitud era tanto o más respetuosa que la de los demás. No era de extrañar, ya que el código de los Íncubos no representa tantísima traición como la de los demás eldars oscuros.

- Ahora estoy esperando la vuelta de una de mis partidas de caza -dijo la Arconte- tienen órdenes de traer prisioneros para organizar nuevos juegos gladiatoriales. Me interesa reclutar a las Brujas que luchan en este estadio. Esperaremos su regreso y podremos divertirnos un poco con los esclavos.

Todos presentaron sus respetos a su Arconte Shaqueel.
 
JUEGOS GLADIATORIALES

- ¡SÍ! ¡JA JA JA!

El público se lo estaba pasando en grande con el programa. Habían pasado dos semanas en Commorragh desde que los Íncubos de Ranxel se habían sometido al macabro concurso. Los incursores de Shaqueel habían regresado de su primera misión bajo el mando de la nueva Arconte. El comandante de esta incursión fue Yag’Hagak, un Draconte que ya era de rango inferior a Shaqueel cuando ella era Draconte, y que había ascendido ante la vacante dejada por ella cuando ocupó el puesto de Arconte de la Cábala. Shaqueel y Yag’Hagak estaban sentados en los tronos situados en el palco de honor; un lugar reservado a los comandantes y personajes carismáticos que quisieran ver los espectáculos. El palco medía veinte metros de lado a lado y tenía seis tronos para cualquiera de estos personajes que quisiera asistir, incluidas sus escoltas y otros invitados. La Arconte estaba envuelta en su capa de terciopelo púrpura oscuro. Alrededor de ella, los Íncubos estaba de pié y prestaban más atención a su deber de proteger a Shaqueel que al espectáculo de la arena. Por detrás, Hoo’Gaan le explicaba cómo reaccionarían los esclavos si se les golpease en diversas partes del cuerpo. El estadio estaba abarrotado y era difícil escuchar. Un Arconte de otra cábala estaba sentado en el trono contiguo al de Shaqueel, a unos diez metros. Su armadura era azul y brillaba como el metal lustrado. Los guerreros que le servían de escolta estaban sentados en los asientos alrededor del trono. Uno de los Íncubos de Shaqueel no les quitaba ojo de encima.

El grito de veinte mil eldars oscuros volvió a resonar por toda la arena cuando otro esclavo fue mutilado por las Brujas. Aquella noche las Brujas del Culto al Degollamiento estaban ofreciendo un excelente programa de desgarros y magulladuras, cebándose en los esclavos humanos que habían traído los incursores de las Cuchillas de las Sombras. Los gladiadores eran hombres y mujeres pero, dado que el género no es más que una diferencia física para los eldars oscuros, eran llamados igualmente como Brujas. Sus atuendos eran muy simples y escasos: unas pocas placas de armadura dispersas por sus cuerpos era todo lo que llevaban. Algunas llevaban hombreras, otras, brazaletes con pinchos, y algunas llevaban un brazo o una pierna completamente cubierta de metal, como si fuera un pedazo de armadura al que le falta en resto; pero la mayor parte de sus cuerpos estaban desnudos, con sus pálidas pieles al descubierto en un acto de arrogancia y desprecio hacia las habilidades de combate de sus enemigos. La mayoría estaban armadas con una Pistola Cristalina y un arma de combate cuerpo a cuerpo, que podía ser un látigo con púas o una afilada cuchilla. Lo que no faltaba en ninguno de ellos era un fino y oscuro tubo que salía de la espalda de sus “armaduras” y penetraba en sus cuerpos por el ombligo.

Los esclavos que se utilizaban como entretenimiento aquella noche eran humanos de la Guardia Imperial, más débiles que los orkos, pero más fáciles de capturar y las Brujas podían lucirse ejecutando sus mejores golpes contra ellos.

Se hizo un leve descanso mientras traían más esclavos.

- ¿Cuántas bajas habéis sufrido? -preguntó Shaqueel a Yag’Hagak sin quitar la vista de la arena.

- Unas cuantas, mi Arconte. Tenían muchas armas pesadas en posiciones bastante defendidas pero en cuanto las Mandrágoras les distrajeron pudimos lanzarnos al asalto. Estos humanos no son enemigos demasiado duros; son mucho más interesantes los que llegaron luego para intentar detenernos... los de las armaduras... Marines Espaciales creo que se hacen llamar.

- Estoy de acuerdo. Pero también es interesante tener a estos humanos inferiores como esclavos. Son casi idénticos a los otros y podemos aprender sus puntos débiles de estos. ¿No es cierto Hoo’Gaan?

- Es muy probable, mi Arconte -respondió el Hemónculo. Su voz era ligeramente chillona y desagradable, como su cara-. Sin embargo, aunque los otros humanos sin duda se derivan de éstos, son mucho más “completos”. Quiero decir que un golpe que dejaría paralizado a uno de ésos -señaló con un dedo huesudo a los esclavos que estaban entrando por una puerta situada al nivel de la arena- sólo causaría un leve dolor a los otros. Al menos eso tengo entendido.

- Hmm -Shaqueel meditó unos momentos-. Entonces nuestra próxima incursión estará dirigida a esos Marines Espaciales.

A Hoo’Gaan se le iluminaron los ojos con la alegría de un niño que abre la caja de su nuevo juguete.

- Sería estupendo -dijo-. Nunca había tenido uno de esos; su disección sería de lo más estimulante -su boca se arqueó en una expresión similar a una sonrisa, pero con una connotación muy siniestra.

- Si -convino Yag’Hagak-. Nunca me he enfrentado a los humanos de las armaduras; sería un cambio agradable después de haberme pasado meses y meses buscando orkos para Graranak. Con un poco de suerte permanecerán un tiempo donde tuvo lugar mi batalla; podríamos atraparles allí. Pero los rumores sobre ellos les presentan como unos rivales difíciles de verdad. Esto supondrá un verdadero reto.

- Nos prepararemos convenientemente -respondió Shaqueel. Hoo’Gaan y Yag’Hagak la estaban mirando pero ella siguió observando a las Brujas-. ¿Cuándo estará listo ese proyecto en que estáis trabajando tu y tus siervos, Hoo’Gaan?

- Ya está acabado, mi Arconte. Yo mismo le dí los toques finales antes de reunirme aquí contigo. Ya no tendrás que preocuparte por los blindajes o armaduras de los enemigos, tu Talos destrozará todo lo que se te oponga.

Mientras tanto las cinco Brujas que estaban luchando habían acabado con los siete humanos que les habían soltado. Un cuerpo humano estaba atrapado en un manojo de garfios que brotaba del suelo de piedra de la arena gladiatorial. Aún seguía vivo, a juzgar por los leves espasmos de su cuerpo, mientras los grandes garfios desgarraban su piel y su carne. El público rompió a reír con aquel humano. Una de ellas se puso frente al palco de honor e inclinó su Empalador hacia la Arconte, brindándole a ella las muertes, mutilaciones y, en suma, en espectáculo que estaban ofreciendo. La Arconte asintió con la cabeza como respuesta.
 
- Tráelo -dijo Shaqueel a Hoo’Gaan.

- ¿Cómo dices, mi Arconte? -la orden de Shaqueel cogió por sorpresa al Hemónculo.

- El Talos. Tráelo aquí. Quiero verlo.

- Oh... bien... Pero tardaré unos momentos en traerlo, mi Arconte.

- De acuerdo, yo me encargaré de entretener al público.

Hoo’Gaan salió por la entrada al palco. Shaqueel tomó el micrófono instalado delante del trono. Todos los demás tronos tenían uno igual. Conectó con los carceleros del estadio y preguntó cuántos esclavos quedaban. El aparato respondió que sólo quedaban veintitrés humanos para el espectáculo. Ella ordenó que soltaran diez.

- Ranxel -la Arconte llamó a su Gran Íncubo- elige a uno de tus alumnos y que nos dé un buen espectáculo.

Ranxel asintió. Echó una ojeada a los otros Íncubos y se quedó mirando a una de las hembras; la que le había derribado. Tras el concurso de Íncubos Ranxel se enteró de que ella había sido la Gran Íncubo de su Cábala y una formidable luchadora. Permaneció bastante tiempo bajo las órdenes de la débil Cábala del Látigo Flagelante por causas desconocidas.

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