Un relato sobre el joven Clan Tau de los Dar´Yth (¡Mi nuevo trasfondo!) y su conducta para con la Humanidad. ¿Qué les parece? (Si gusta, postearé datos sobre el Clan).
Una enorme nave escoró a su izquierda e hizo saltar en pedazos el castillo de mando de su pareja al chocar con ella. Los dos Cruceros Lunares colisionaron y se pulverizaron lentamente, como si dos enormes hojaldres se aplastaran entre sí. Diminutas flores de fuego recorrieron su superficie. El Magos Navilitae Marco Arcani no daba crédito a sus ojos.
Diez naves alienígenas chocaron contra los escudos y se incineraron, sin dejar ni un jirón de gas tras ellas. Docenas de proyectiles ligeros de las baterías de babor pulverizaron una pequeña nave de combate que había traspasado los límites de alcance de sus baterías. Allí donde las naves imperiales destruían una bionave tiránida, docenas de millones de toneladas de fluidos se congelaban y hacían estallar a sus inmundos dueños; pero no quedaba ninguna oportunidad para las atrapadas presas. Por doquier, las naves imperiales eran superadas ampliamente en número, y las criaturas alienígenas se imponían a base de aplastar a los desesperados humanos con el peso de sus propios muertos. "Si es que se los podía llamar así", pensó el Magos.
Hacía más de una hora que combatían una guerra perdida contra un centenar de bionaves tiránidas relativamente pequeñas dirigidas por dos naves más grandes aún que un Acorazado Retribución. Los intentos de detener los ataques tiránidos habían sido despectivamente rechazados por aquellos titanes biológicos, que parecían burlarse de las desamparadas barcazas de colonización. Las naves llevaban una carga multitudinaria de humanos, desplazada precisamente por los ataques tiránidos desde el Mundo Perdita de Vessaba hacia mundos más seguros, apartados de los terribles ataques de aquellos alienígenas.
Pero la voracidad tiránida no tenía límite, y el Magos lo sabía. Voracidad de metal, voracidad de carne... voracidad de mentes... Marco tembló, consciente de la inmensa sombra en la que se encontraban. El espacio disforme era impenetrable a su alrededor. No podían saltar al inmaterium y no podían dejar atrás a los perseguidores.
Jamás llegarían a Ultramar.
Y entonces percibió algo. No era una descarga de energía, no era una ruptura del inmaterium; era otra cosa.
Algo nuevo.
Un leve relámpago cruzó la batalla; una fina línea de luz paralela a la horizontal de la Galaxia se materializó a cierta distancia de la batalla. La línea empezó a ensancharse; era luminosa, de un blanco lechoso, con matices relampagueantes de color azul. Otras líneas se proyectaron en torno a la primera, todas paralelas entre sí.
Una descarga brutal de energía derribó al Magos durante un instante, sintiéndose cegado en su ojo disforme durante un instante brevísimo. Una docena de psíquicos Navegantes gritaron a través de los comunicadores. Un oficial naval se acercó al Magos, quien le retuvo con un gesto. El oficial le miraba, confuso.
-Señor, ¿qué es eso?
Las leves líneas ya se multiplicaban y crecían hasta formar rectángulos y cuadros de un color azulado. Aquí y allá, nuevas líneas salpicaban la línea trasera de batalla.
- Algo está a punto de suceder. -dijo el Magos, asustado. El oficial le miró un instante; y entonces empezaron a formarse unas siluetas en los rectángulos.
Y, con ellas, los rectángulos se desplazaron hacia atrás, formando la silueta de lo que parecían ser... de lo que, de hecho, parecían ser...
- ¡Más alienígenas! -gritó el oficial, al borde de la histeria. El psíquico se llevó las manos a la cabeza, sobrecogido por la sensación de dos millones de colonos sintiéndose mal al mismo tiempo. Si antes habían tenido pocas posibilidades, las posibilidades eran ahora poco menos que nulas.
Pero algo no estaba bien en todo aquello. El Magos se dio cuenta, entre las brumas de su dolorida mente, de que aquellas naves no parecían tan orgánicas como las tiránidas, tan alienígenas como las tiránidas. Era cierto que la mayoría tenían formas mayoritariamente orgánicas, pero también eran formas claramente artificiales. Con una orden mental, su servocráneo amplió un centenar de veces la imagen de una de las naves recién llegadas. Vio cómo una de las más grandes terminaba de salir de su portal, o de lo que fuera aquella cosa, que se cerró en unos instantes. El casco de la nave, cuya superficie bruñida centelleaba a la luz de las enormes energías que se desataban en la batalla, lucía un signo que, a pesar de ser indistinguible para el Magos, resultaba muy similar a otros que ya había visto con antelación. Signos que, muy a pesar de la Humanidad, estaban multiplicándose a toda velocidad en la franja Este, y cada vez se veían con más frecuencia.
- Oh, no. -dijo el Magos, más tranquilo, pero más desanimado.
- ¿Qué ocurre, mi Señor? ¿Ordeno que les ataquen? -preguntó el oficial, emocionado. El Magos le miró. Era un creyente muy piadoso de la Fe imperial, y odiaba a los alienígenas. Aquello no le iba a hacer ninguna gracia.
- No será necesario. -respondió el Magos. El oficial le miró, sorprendido; ¿se rendía su capitán?
- ¿Por qué?
El Magos suspiró, cansado. Había sido un día muy largo, y tenía que acabar justo así. Un jefe de comunicaciones y otro de Táctica informaron respectivamente, de los mensajes de paz de las naves alienígenas y de los movimientos de ataque e intercepción de las mismas. Uno de los pesados bionavíos mayores intentó girar, sólo para recibir un impacto directo de un haz azulado proviniente de uno de los recién llegados, que lo hizo estallar en mil pedazos.
A la mirada desquiciada del oficial de puente, el Magos sólo pudo responder sentándose en su servosillón, y diciendo, mientras se frotaba los ojos cansados:
- Estamos salvados.
Las naves humanas seguían su curso. En realidad, un nuevo curso, en algunos casos.
Una rápida negociación con los líderes de las naves había culminado en un acuerdo beneficioso para ambas partes, que decidieron dividir las tripulaciones de las naves. Los humanos no se vieron obligados a ceder nada a sus salvadores, pero decenas de miles de colonos sí lo veían como una garantía de sacar adelante su nueva vida, basada en su hastío hacia el Credo imperial y hacia la general melancolía de sus habitantes. Un cambio era lo que necesitaban. "Y un cambio", se prometió Por´El´Dar´Yth´Var´Tho´So´Daith, "es lo que tendrán". Décadas de una vida rodeada de la oscura tecnología imperial y fundamentada en la creencia multitudinaria en lo que a todas vistas debía ser un cadáver sagrado estaban a punto de trocarse por una nueva etapa de libertad y de prosperidad para aquella gente. Consultó la tabla de datos de su terminal de IA secundaria objetiva. De los 2324567 de humanos supervivientes, unos quince mil querían venir con ellos. Otros Clanes hubieran insistido más en su ofrecimiento, e incluso sospechaba que más de un clan hubiera hecho prisioneros. Dar´Yth no. Originarios del Clan Dal´Yth, el que más había sufrido las locuras de los alienígenas, y el que más los había tratado, los miembros del Clan Dar´Yth apenas alcanzaban los cuatro millones de individuos, pero compensaban con creces su escaso número con empresas arriesgadas y llenas de entusiasmo, incluso para los estándares Tau. No eran héroes, pero sí que eran viajeros. Y eran curiosos.
Y no se negaban a un combate justo.
Los millones de individuos que se habían unido a los alienígenas serían vistos como traidores por los suyos, pero Por´el sabía la verdad: esos humanos hacían lo que más les convenía, a ellos como individuos y a toda su especie. No era de extrañar, puesto que los gue´la eran desprendidos, si se les daba la oportunidad de demostrarlo. Aún y así, la gran mayoría de la masa humana que se apiñaban en una de las inmensas (e indefensas) naves imperiales de carga colonizadora todavía veían al Tau´va como un enemigo, como una gran invasión inmisericorde que pretendía arrasar con todo, por nada. Los ojos se le llenaban de lágrimas al pensar tal cosa. Aquel era, sin duda, un universo cruel, y salvar a los humanos de aquella galaxia llena de maldad y oscuridad era lo mínimo que podían hacer los Tau. Desde luego, parte de responsabilidad en todo aquello la tenían los etéreos del clan T´au, sobre todo aquel Aun´Va. Los Etéreos de Dar´Yth no terminaban de confiar en él. Había vivido más que ningún Tau, y su fortaleza era (y había sido, y sería) condicionante para convertir al Imperio Tau en una fuerza que uniera al universo en una causa tan noble como la del Bien Supremo. Pero, por un motivo u otro, So´Daith no terminaba de aceptar la nueva visión militarista del Tau´va, que tanto deseaba desarrollar el venerable etéreo.
La puerta de su habitación se abrió. Pese a que los Tau no veían como prioritaria la intimidad, los miembros del clan Dal´Yth no eran precisamente un modelo a seguir de obediencia para con el Imperio Tau y el Clan T´au, ampliamente reconocido como el más poderoso y aceptado como el más venerable y respetado de todos los suyos. El clan Dar´Yth era, precisamente, todo lo que no era el Clan T´au: no era demasiado maleable, no se adoptaba al ideal de Tau que los etéreos de la capital predicaban como ejemplar, y eran especialmente generosos y abiertos con otras especies, sobre todo con la Eldar. Por la puerta entró el Shas´O de la flota Dar´Yth, Shas´O´Dar´Yth´O´Vier´Lad´Reth. El Tau sonrió y se inclinó hasta que la cabellera recogida en una apretada cola de caballo se deslizó por un lado de su cuello. La diplomática de la casta de agua le rió la gracia, se levantó y emuló el saludo. Al ser tan pocos, los Dar´Yth eran poco menos que una gran familia, y ni siquiera las familias de diferentes Castas se referían a los demás con tantas fórmulas de cortesía como en el resto del Imperio. Por otro lado, los Tau de la casta etérea eran, en el clan Dar´Yth, totalmente diferentes que en el resto del Imperio, pero eso no evitaba que fueran venerados y respetados como merecían.
- Saludos, hermana de mi amigo -empezó el soldado. Se apartó la cola de caballo de la cara y se sentó en un sillón mullido sin pedir permiso. En otras partes del imperio, aquello hubiera sido una falta de etiqueta gravísma, pero aquello era poco menos que estar en familia. El clan Dar´Yth tenía una justificada fama de hospitalario, generoso y amable, pero también de ser un poco laxo en lo que a fórmulas de respeto se refería; una patraña, desde luego. Ningún enviado de ninguna especie se había quejado jamás de tal cosa.
- Saludos, compañero de mi amiga -siguió la Por´El. Ocupó un asiento frente al del soldado. Su expresivo rostro, tan útil en una negociación arriesgada, era ahora una máscara burlona y a la vez amable- ¿Algún día bendeciréis al Imperio y a vuestra Casta con un nuevo miembro de nuestra raza, o pensáis dejarlo para luego?
- Aplícate el cuento a tí también, Gla´Shar -gruñó el soldado; aunque podría sonar muy ofensivo para oídos no Tau, era un término cariñoso y en parte burlón, "caderas estrechas"-. Hace tiempo que esperamos que la simiente florezca entre las aguas.
- Las flores que crecen entre las llamas son las más fuertes -respondió, metafóricamente, la Tau.
- Sí. -continuó su viejo amigo- Pero no tienen por qué ser las más bellas.
La tau se removió en su asiento, incómoda. O´Vier solía dejar en evidencia las escasas habilidades poéticas de su amiga; él era un poeta de cierto talento entre los suyos, puesto que se decía que conocía algunas obras y estilos Eldar y Humanos exóticos, que mezclaba con los Modos Artísticos de la Casta de la Tierra. El´So´Daith no era lo que se decía una genio literario, pero sabía defenderse.
- No creo que hayas venido sólo para hacer retórica, Shas´O -la mención de su título hizo que alforara el espíritu guerrero de la Casta del Fuego, y un brillo de poder y astucia asomó a los ojos del Comandante. Se incorporó en su asiento, en tensión.
- No. Los Humanos quieren saber, Por´El. Están agitados, preocupados sobre su destino incierto. No saben si quieren servir al Imperio y al Tau´va. Y no pienso llevarme a nadie que no esté convencido de veras.
- Creía que los gue´la querían venir -dijo, a disgusto, la diplomática jefe de la expedición. Habían sido enviados para cazar cierta cepa de la amenaza tiránida que estaba creciendo demasiado. El encuentro con la flota de colonización humana había sido algo fortuito, pero favorable al Bien Supremo, pues las dos flotas combinadas habían aplastado la flotilla tiránida sin más problemas. Los humanos habían ofrecido pactos de amistad imperecedera que los tau habían sellado ayudando a los humanos a remolcar sus naves fuera de los campos de escombros y a ayudarles a reparar sus maltrechas naves. Aunque muchos de ellos no debían haberse sentido muy felices con la idea, no tenían otra posibilidad de sobrevivir, mientras que la flota Tau sólo tenía que activar sus motores de semiinmaterium, un híbrido en pruebas de la teconlogía imperial y la Tau, para salir del combate. Siempre preparados para el escape, los navíos Tau del Clan estaban diseñados como su contrapartida de tierra: moverse, golpear y escapar, o tender trampas a nivel estelar.
-Y quieren. Pero no podemos obligarles a venir con nosotros sin saber a dónde van, te digo. Les preocupa ir a parar a un lugar peor que el anterior. -continuó el soldado.
-Está bien. Me encargaré de ofrecerles sesiones de información acerca de sus opciones.- dijo So´Daith.
-¿Cuáles eran las colonias? ¿Par´lae y...?
-Eran tres. Par´lae, Kandralle y Cint´O´Kor-dijo la diplomática, tras consultar una pantalla llena de apretadas líneas de escritura Tau.
-¿Apartados de la amenaza exterior? -inquirió el soldado. La diplomática le sonrió.
-¿Te preocupan? Son humanos, saben cuidarse. -la mirada persistente del comandante le hizo desistir.- Prácticamente aislados, míralo tú mismo. Los Kor los marcaron por ello. Y las colonias de los Fio crecen a toda velocidad. En un par de meses, tus humanos podrían estar viviendo en el planeta que les haya tocado en suerte.
El Comandante de la Casta del Fuego siguió mirándola con calma.
-¿Les hablarás o les convencerás?
La diplomática le miró, sorprendida.
-¿Cómo dices? -el soldado no apartaba la mirada de su rostro- Para un miembro de la Casta del Agua, eso viene a ser lo mismo -dijo, incómoda.
- No. Ofréceles, dales datos objetivos -respondió su amigo-; no les des la basura propagandística típica, ¿entendido?
La tau bufó, airada, pero asintió. El Comandante empezó a levantarse de su sillón, cuando su amiga le dijo:
-De todos modos, ¿quién es aquí la jefa de diplomáticos de su expedición, señor Comandante?
El tau sonrió de nuevo, y le respondió:
- Bueno, que seas la mejor diplomática del Imperio no quiere decir que seas la que mejor entiende a los humanos.
-Vaya, se supone que conocerles es mi trabajo- repuso ella. El Comandante negó con la cabeza mientras chasqueba la lengua.
-Ya; pero se te olvida que a los humanos no les gusta ser manipulados. Por lo general, prefieren decidir.
- ¿Y qué? Todos somos manipulados en algún momento de nuestras vidas por fuerzas ajenas, y...
-La idea- la interrumpió el militar- no es que podamos o no ofrecerles algo que no tenemos. Es que no debemos hacerlo.
El militar se encaminó a la puerta, dejando a la confusa diplomática tras él.
- ¿Por qué? -quiso saber la tau.
El militar se detuvo en el umbral de la puerta y le respondió, ya sin una sonrisa que suavizase sus rasgos:
-Porque acabarían dándose cuenta de cualquier manipulación, porque son gente de fiar y porque son gente de honor.
Sin más, se puso su casco de mando y salió de la estancia, dejando a So´Daith abandonada a sus pensamientos.