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>>> Iniciando Mnemoservidor XzC-66/760...
>>>Códigos de seguridad... CORRECTOS
ACCESO AUTORIZADO - INQUISIDOR JOUAN TRAMTOR D´EMBERRES
>>Informe de la misión; Di´S´Thaun 7789/1- 0980978956007M41.
>>Destinatario único: Inquisidor D´Emberres, Maestro de Buscadores del Ordo Xenos, Señor de Velgathi, Magistrado de Terra y Leal Servidor de su Alteza.
>>Remitente: Clasificado. [Remitir al Senado de Terra o a la Alta Inquisición]
>>Mensajero: Callgidus Menten. [Nota: no es de fiar, mátelo]
>>Asunto: Di´S´Thaun.
++++INICIO DEL MENSAJE VERBAL++++
Bien, Jouan, tenemos una oportunidad de alcanzar nuestros objetivos. Nuestro espía ha logrado determinar la posición de dos de esos alienígenas en un puesto avanzado llamado Di´S´Thaun; no sé cómo lo pronuncian ni me importa, sólo quiero que los captures y los traigas aquí. Esos Tau han sido una espina clavada en nuestro costado durante demasiado tiempo, así que ya va siendo hora de que rematemos este asunto.
El Hermano Capitán Denius y sus escuadras de los Guardianes de la Muerte le acompañarán; han sido enviados a su posición actual, así que no se mueva; se le rastreará por todo el planeta hasta que sea recogido. Tiene autorización para requisar tantas tropas de la Guardia Imperial como desee, dentro de las restricciones habituales. Aún y así, no esperamos aposición alguna, pero ya conocemos a los alienígenas; son escurridizos y traicioneros. Aniquile la colonia de Di´S´Thaun y tráiganos a su Etéreo.
Queremos a ese xeno, D´Emberres, y lo queremos vivo o muerto, pero lo queremos ya.
Larga vida al Emperador.
++++FIN DEL MENSAJE VERBAL++++
Di´S´Thaun era un infierno.
Los proyectiles explosivos de los bólteres zumbaban por doquier; los haces láser, disparados a centenares durante horas, empezaban a recalentar el aire hasta el límite de hacerlo irrespirable; el hedor a promethium y a carne quemada era omnipresente.
Allí donde la vista fuera a parar, cadáveres de humanos traidores y de xenos, incinerados o no, se amontonaban sin más, preparados para la purga. Con las defensas automáticas locales destrozadas y las bobinas de los escudos del puesto avanzado agrícola fundidas, a los miembros de la cámara militante del Ordo Xenos y a los soldados de la Guardia Imperial reclutados por el Inquisidor D´Emberres los disparos les parecían del todo innecesarios, pero se había dado orden de asegurar la muerte de todos y cada uno de los herejes y de todos los alenígenas, salvo de sus líderes; además, ningún humano en su sano juicio querría contradecir a un Inquisidor, y menos cuando los Astartes del Ordo Inquisitorial estaban cerca.
Así que Di´S´Thaun era el infierno. O, al menos, una pequeña parcela del infierno injertada bruscamente en una galaxia igualmente infernal.
El Capitán Denius, de la cámara militante de los Ordo Xenos, empezaba a perder la paciencia.
-¿Cómo que no habéis encontrado a ninguno? -inquirió a través de su vocoterminal.
“Repito, Capitán, no hemos encontrado a ninguno de los líderes xenos” repitió el teniente por la vocorred. “Tal vez se hayan ocultado en una posición cercana o hayan salido del planeta en las últimas semanas”.
- ¡Ya me imagino lo que puede haber ocurrido, teniente! ¡Ahora, investiguen esas ruinas más a fondo! ¡Si es necesario, pueden solicitar la ayuda de un hermano tecnomarine para instalar cargas explosivas sagradas en los lugares susceptibles de esconder refugios! ¡O la ayuda de una Thuderhawk para investigar los alrededores! ¡Hagan lo que quiera, pero quiero a uno de esos etéreos, y lo quiero vivo!
El Capitán, que había pasado una tarde muy larga, cortó de golpe la comunicación. En realidad, y si de él dependiera, abandonarían la posición de inmediato y la bombardearían de inmediato, pero el Inquisidor D´Emberres quería a ese Tau igual de inmediato; podía ser la primera vez que el Ordo Xenos alcanzara un objetivo tan importante como aquel, uno de los etéreos, que podía otorgar la explicación necesaria para entender el control inexplicable de los líderes xenos sobre los suyos.
Con calma, Denius cerró los ojos, obligándose a calmarse y ordenó que se estableciera un perímetro defensivo en torno a las ruinas de la instalación. No quería pasarse semanas buscando una aguja en un pajar, cuando el pajar podía estar rodeado de miles de enemigos equipados y ocultos en los bosques.
Y las investigaciones del Ordo Xenos podían durar meses.
Por la noche, casi todos los fuegos se habían extinguido. Los cadáveres de humanos traidores eran lanzados sin más a los últimos rescoldos, que se avivaban regularmente con cargas de promethium, pero los Tau eran cuidadosamente revisados por los expertos xenólogos especialistas y por los ayudantes del Inquisidor, con la intención de detectar el cadáver de uno de los etéreos.
Casi todos los soldados de la Guardia se habían dedicado a husmear (“rapiñar”, como lo definía despectivamente Denius) por entre las ruinas, en busca de armamento o artefactos potencialmente importantes para la Inquisición; algunos de los marines les ayudaban en aquella tarea, otros se afanaban en levantar defensas y cubículos portátiles de campaña traídos desde la órbita, para montar los laboratorios del Ordo e instalar una pequeña instalación de reparaciones para los Astartes.
Satisfecho, el Capitán Denius cerró la valija para mensajes sellados con su informe completo, dirigido al Inquisidor D´Emberres, que se encontraba en un crucero en órbita baja. Entregó la valija a un Adepto del Dios Máquina y le dio las órdenes pertinentes para llevarlo al crucero Gladius Victis en su Thunderhawk. Evidentemente, podía haberlo enviado a través de la comunicación ordinaria, pero se fiaba tan poco de la tecnología Tau (precisamente por lo endiabladamente fiable que era aquella) que sospechaba que serían capaces de detectar el comunicado de encontrarse en los alrededores. Ni qué decir tiene que todos los Adeptus Astartes al servicio de la Inquisición sufren de paranoia en algún momento de su vida.
Observó tranquilamente cómo la Thunderhawk empezaba a elevarse con calma, cómo despegaba, cómo sus motores aceleraban con un último rugido...
...y el infierno volvió a desatarse sobre Di´S´Thaun. Por segunda vez en unas pocas horas.
El Capitán Denius logró sacar fuerzas de flaquezas y se incorporó, sentándose en el suelo. Los fragmentos de metralla habían herido el espíritu de su sagrada servoarmadura, pero, en conjunto, no habían heridas. Entonces recordó, en un flash de enorme intensidad, el estallido de la Thunderhawk y un levísimo trazo de proyectiles hipervelocidad... los proyectiles de raíl acelerador. Los Tau.
Se levantó justo a tiempo para recibir los primeros gritos del combate lejano, que empezaba a centrarse en su mente. Por todas partes, los soldados se levantaban de sus puestos y tiendas de campaña e intentaban hacerse con la situación. Realmente, el único que dirigía a toda aquella turba de inútiles era el caos del momento, que regía sin oposición entre los imperiales. Aquí y allá, algunos marines Guardianes de la Muerte saltaron en pedazos al ser alcanzados primero por marcadores telemétricos y después por los hiperproyectiles de los rifles aceleradores.
El Capitán Denius se detuvo un instante y pensó “Bueno, al carajo con todo.” La cuarentena radiofónica ya no tenía ningún sentido, así que tomó el terminal de su vocorred, y se puso a gritar:
-¡A todas las unidades de tierra, formen perímetro defensivo en doble barrera y establezcan posiciones en las ruinas del puesto avanzado! ¡Alerta total, repito, alerta total! ¡Los xenos nos atacan desde la jungla y estamos...!
En aquel mismo instante, una esfera de iones rugió a traves de los árboles y fue a parar delante del marine, quien saltó por los aires.
El Gladius Victis y su tripulación no lo estaban pasando mejor. El Almirante Fanthal había llegado justo a tiempo al puente para ser culpable de uno de los peores crímenes de los que el Inquisidor D´Emberres podía acusar a un ciudadano leal (o sea, de ser un incompetente) y para ser ejecutado sumarísimamente por el mismo Inquisidor, que tomó el mando del Gladius y de sus subordinados.
La causa fundamental de la ejecución (es decir, del fracaso del Almirante) era la súbita aparición de una flota nutrida de elementos de la flota Tau frente al viejo crucero clase Lunar, entre ellos tres destructores y un crucero pesado. Las repetitivas solicitudes de comunicación de los navíos alienígenas eran sistemáticamente ignoradas por el Inquisidor D´Emberres, quien empezaba a perder los estribos. La nave, ampliamente superada en potencia de fuego, no tuvo más remedio que apartarse de la órbita baja del planeta, desde la cual no podían disparar con eficacia al enemigo, pero sí podían enviar refuerzos a la superficie, a otra órbita, más apta para el combate pero inpracticable para los lanzamientos a superficie de cápsulas de desembarco o de Thunderhawk.
Hubiera sido preferible que huyeran y que alertaran a la Flota Imperial. Pero los Ordo Xenos son famosos por no retirarse jamás.
En tierra, las ruinas Tau de Di´S´Thaun fueron iluminadas por una de las lunas del planeta, y su luz blanca fue iluminando lentamente la escena. Algunos Guardianes de la Muerte cargaban hacia unos arbustos desde los que el enemigo parapetado les había disparado, para hallar que las Sombras que lo ocupaban les disparaban desde otra posición, en el interior del bosque. La Guardia Imperial intentaba, infructuosamente, reorganizar la cadena de mando rota al ser alcanzado un TBT Chimera de oficiales en la zona. Algunos sectores del perímetro defensivo, teóricamente cubierto por completo, estaban desiertos y en silencio.
Por todas partes, las llamas del promethium no terminaban de apargarse sobre los cadáveres todavía en combustión; los láseres y los bólteres imperiales lanzaban andanadas inútiles sobre los árboles, buscando enemigos inexistentes o invisibles entre la maleza. Los Land Speeders habían sido derribados o estaban en camino desde zonas de exploración, el Leman Russ del regimiento estaba inmovilizado a causa de un impacto afortunado de un arma de largo alcance, que había perforado sus orugas, y el Predator de los marines no daba abasto disparando al bosque.
Cada árbol, una sombra; cada destello, un objetivo.
El Teniente Ordanus, de los Guardianes de la Muerte, dio la orden de disparar a discreción a una unidad de apoyo de la Guardia Imperial, algunos de cuyos miembros portaban lanzagranadas, pero sus intentos se vieron frustrados por una nueva tormenta de disparos, que les obligaron a parapetarse tras los restos de uno de los Land Speeders; venían acompañados de gruñidos profundos y chasquidos constantes entre las hojas teñidas de plata por la helada luz lunar. El Teniente los reconoció por los informes adenda que la Inquisición les había proporcionado.
-¡Kroot! ¡Carnívoros al frente! ¡Empleen los lanzallamas, escuadra Dardinus! -ordenó a los marines a su mando. Con el Capitán fuera de línea, había asumido el mando, muy en contra de lo que realmente le gustaría; el Teniente era uno de esos soldados a los que se les da muy bien obedecer y obligar a obedecer, pero generalmente no tienen la necesidad de ordenar nada a nadie.
Mientras los marines empezaron a avanzar, con los balas kroot rebotando contra sus armaduras, los soldados disparaban siguiendo doctrinas de combate cerrado; todos corrían y disparaban a las posibles coberturas sin reparar en gasto de munición. El Teniente arriesgó una mirada por el lateral de la cobertura y observó cómo sus marines se trababan en combate contra los alienígenas. Después, un punto rojo apareció y desapareció en un instante sobre su rostro atento y, sin que llegara a darse cuenta jamás, un proyectil de aceleración lineal le voló la cabeza.
Entre los restos de la Thuderhawk, el Capitán Denius hizo un esfuerzo por levantarse, pero se hizo evidente de inmediato su incapacidad para siquiera intentarlo. Un vistazo hacia sus piernas le confirmó que la metralla de la explosión se las había triturado, dejándole sólo con la mitad de su cuerpo. Por suerte, la legendaria capacidad de resistencia de los Adeptus Astartes y el equipo de su servoarmadura lo habían mantenido con vida hasta aquel momento.
Intentó realizar una llamada de auxilio, pero descubrió que su vocorred estaba destrozado. Apenas podía moverse. Ensayó un grito para llamar la atención de algún soldado, pero no había nadie cerca. Y pensó. “Si este es el final que Él me impone, Su voluntad obedezco.” Y empezó a rezar en voz baja, aguardando la muerte. Extrañamente, no sentía apenas dolor, y no había miedo. Se encomendó al Señor de la Humanidad, y esperó lo que tuviera previsto para él.
Entonces escuchó unos pasos lejanos; pasos de múltiples pares de piernas, que buscaban algo.
-¡...eh...EH!- gritó el marine. Voces lejanas, confusas, se acercaron.
Y, a pesar de sus esfuerzos por zafarse de los brazos de la inconsciencia, su presa fue demasiado fuerte, y con las palabras “gracias, milord”, se hundió de nuevo en el sueño turbulento de los que se debaten entre el reino de los vivos y el de los muertos.
El Capitán no lo sabía, pero su regreso al mundo de la vida se produjo tres meses más tarde, en el mismo lugar en el que lo habían derribado. Lo primero que percibió fue un sonido: el trinar de pájaros. Lo segundo fue una sensación: no tenía puesta su servoarmadura.
Abrió los ojos; vislumbró una bóveda de un color blanco aséptico, con adornos color marfil. No necesitó ni medio segundo para darse cuenta de lo similares que eran aquellos signos al arte Tau; y entonces lo recordó todo. El asalto, el contraataque... su rescate... le habían rescatado los Tau.
Sintió arcadas y empezó a pensar, sin atreverse a moverse siquiera.
Evidentemente, había sufrido una contaminación alienígena inaceptable dejándose capturar, y sin duda le habían empleado para sus malévolos fines. Si bien le habían mantenido con vida, probablemente no lo habían hecho con buenas intenciones, y debía descubrir cómo y cuánta información habían obtenido de él y de su servoarmadura.
Le habían hecho caer en desgracia.
Intentó seremarse y averiguar cómo habían evitado que su cuerpo se descompusiera; averiguó que podía mover el brazo y, para su sorpresa, podía moverlo sin dificultades. Un grito ahogado le hizo volverse.
Allí, sentado en un escritorio colocado a un lado de la cama de espaldas a un ventanal abierto por el que se veía un jardín de primavera, un joven vestido de forma extraña le miró, sorprendido. El joven reaccionó alzando con calma las manos y diciendo: “tranquilo”, con un mal acento evidente, en Alto Gótico. Denius se preguntó qué humano en la Galaxia no sabía hablar bien el Gótico.
Y halló la respuesta: los traidores. Los odiados traidores que se aliaban con los alienígenas. La revelación de tamaña herejía en un muchacho tan joven, a dos metros escasos de distancia de su puño, reavivó todas sus energías de purificador Astarte. Pero, en cuanto intentó moverse, descubrió que sus muchos implantes y conectores corporales para servoarmaduras estaban conectados a cableados complejos y de aspecto xeno, que bombeaban sustancias en el interior de sí mismo.
Con asco, alzó una mano que no había visto en casi un siglo de servicios y empezó a arrancárselos, con furia. El jóven empezó a parlotear en un lenguaje incomprensible, con gesto suplicante. Inmediatamente después, activó lo que parecía un comunicador y habló al aire. Una puerta disimulada en la pared se abrió de golpe un instante después. Tres Tau entraron por ella.
El primero, delgado y de altura media, alzó las manos en ademán conciliador; los otros dos, claramente guerreros de los xenos llamados “casta del fuego”, apuntaron con sus armas de inducción al humano tumbado.
-Paz. -dijo el Tau delgado. Vestía ropajes que le identificaban como miembro de la casta del Agua, los diplomáticos y comerciantes. Tras él, otros dos Tau, un varón y una hembra, pasaron al interior de la habitación e intentaron llegar hasta la cama del marine. Este les amenazó con un rugido y saltó de la cama, rompiendo casi todo el cableado que lo unía a diferentes máquinas a las que se hallaba conectado.
-¡No, no, no! -gritó el diplomático xeno-. Por favor, gue´la, reconsidera tu postura... ¡Te hemos ayudado!
El humano quedó algo confuso por el uso excelente del Gótico del que hacía gala el Tau. Nunca había visto manejar tan bien el lenguaje imperial, a pesar de haber tratado incluso con Eldar; aquel alienígena hablaba tan bien como alguien que hubiera vivido desde siempre en un mundo imperial.
-¿Quiénes sois, alienígenas? -rugió el humano- ¿Dónde estoy?
- Está en la instalación médica de Di´S´Thaun. -respondió la xeno recién llegada, esta vez con un acento muy marcado pero no desagradable; su voz era clara y autoritaria-; soy Fio´El´Dar´Yth´K´nas´N´Afelion, la doctora encargada de su cuidado, y debo pedirle que vuelva a conectarse sus canales de apoyo vital ahora mismo.
- ¿De... de mi cuidado? -preguntó, totalmente cogido por sorpresa, el marine. Su instinto le decía que había algo que iba muy mal en todo aquello.
- Sí. -respondió la doctora, sorprendida igualmente-, ¿no creerá que todas esas prótesis se mantienen funcionando sin ayuda?
El marine iba a preguntar que de qué prótesis estaba hablando, pero recordó que no tenía piernas; eso debería reducir bastante las posibilidades de que hubiera saltado de la cama, pero la verdad era que las posibilidades de que estuviera en pie eran aún menores. Sin pensarlo, bajó la vista. Bajo un holgado pantalón de estilo Tau pudo distinguir un par de piernas. Lo curioso era que podía sentirlas y moverse con ellas, así que no eran uniones con el sagrado espíritu máquina, o lo que los Tau tuvieran por tal. Se rasgó la pernera izquierda de su pantalón y se encontró con una pierna de color plateado. Gritó y asió el artefacto infernal con todas sus fuerzas, intentando arrancárselo.
Tras cinco minutos de intentos infructuosos, los Tau y su joven ayudante gue´la pudieron reducir al humano antes de que resultara un peligro excesivo para sí mismo y para los demás, y lograron sedarle (tras una dosis ocho veces superior a lo normal de tranquilizantes). Decidieron que se llevaría al marine a una sala especial para evitar esas escenas, y los doctores Tau se mostraron satisfechos con el progreso de adaptación de sus nuevas prótesis pseudorgánicas; funcionaban a pleno rendimiento y su incorporación al organismo huésped había sido total. Un invento del clan Dar´Yth, uno de los más pequeños, pero también de los más dinámicos, del Imperio Tau. El joven gue´la se interesó por el destino del marine por mera curiosidad (había nacido siendo ciudadano del Imperio Tau, y aunque era partícipe del Credo Imperial, confiaba más en la ciencia de los etéreos que en la del Adeptus Mecánicus, y prefería su gobierno a las persecuciones de los Inquisidores).
El acompañante masculino de la doctora N´Afelion le respondió, dudando, que todo dependía de su conducta. En el caso, más que probable, de que les rechazara, sería deportado o ejecutado, a su elección; pero debía aceptar el mandato de los etéreos.
-O será un peligro para sí mismo y para los ciudadanos del Tau´va allá adonde vaya en nuestras fronteras. -añadió.
Cuando volvió a despertarse, el Capitán pudo ver que aún tenía enganchadas aquellas aberraciones tecnológicas por todo su cuerpo, y que estaba atado en una superficie blanda, pero no muy cómoda, precisamente. Comprobó si las sujecciones eran firmes. Lo eran. Y mucho.
Se decidió por la inacción y la no cooperación. Podían estar alimentándole vía intravenosa, pero no se rendiría tan fácilmente a sus intentos de obligarle a traicionar al Imperio. Y sabía que aquellos alienígenas no eran muy aficionados a la tortura innecesaria, algo que, a ojos de otros xenos resultaba muy placentero.
Tuvo que admitir que él mismo disfrutaba viendo sufrir a los xenos y a los herejes. Pero no era lo mismo; al fin y al cabo, no eran personas.
- Buenos días, señor Denius. -dijo N´Afelion, al entrar en la sala especial. Era la quinta vez que visitaba (o intentaba visitar) al gue´la, pero no había manera de arrancarle una palabra, un gesto, una mirada, ¡nada! De no ser por su armadura de combate, no habrían tenido manera de identificar al Capitán.
Comprobó rápidamente las cifras de los aparatos que monitorizaban su estado; se mantenía estable en su situación de salud normal. Tenía la inpresión de que, sin las sujecciones especiales de la cama, el gue´la podría arrancarle la cabeza de cuajo. No le importaba mucho pensar en eso (al fin y al cabo, también los kroot podían hacerlo); le molestaba mucho más el hecho de que, sin duda, querría hacerlo.
-No se preocupe, no voy a hacerle daño -dijo la xeno, extrayendo una sonda biológica y hundiéndola en el antebrazo del marine. No pareció preocupar al soldado, que no se movió. Cuando la sanitaria Tau registró los resultados, pudo comprobar que todo iba bien; las pseudoenzimas que habían inyectado en el sistema del marine funcionaban perfectamente y a pleno rendimiento, colaborando a la perfección con la naturaleza humana del gue´la. Ejemplo que el marine no parecía dispuesto a seguir.
La doctora sonrió al marine, quien no se molestó siquiera en devolverle la mirada. Estaba absorto recitando algo. Un salmo del capítulo, tal vez. La doctora recordó de qué hablaban aquellos salmos. Expresaban el odio del “Emperador de la Humanidad” hacia los alienígenas. Se envaró.
-Bien, escúcheme. -dijo, en tono imperativo, la tau- No pienso reducirme a someterle a mi voluntad, ni a torturarle, ni a obligarle a nada, pero no voy a admtir que siga ignorándome. Voy a serle sincera, es usted el humano más idiota que he visto en mi vida.
El humano no se dio por enterado y siguió recitando.
-Escúcheme. -dijo N´Afelion, más calmada- No voy a ponerme a discutir por cuestiones religiosas. No tengo ninguna creencia personal, y no pienso tenerla, pero nunca me meto con las de los demás. Sólo quiero saber por qué creen ustedes que su emperador odia a los tau, cuando no se ha pronunciado sobre nosotros nada en su salón del trono.
El musitar del humano se detuvo un instante, pero retomó sus palabras en unos instantes, con un ritmo algo más rápido. La tau no se rindió.
-Sabemos que los alienígenas anteriores a nosotros les hicieron muchísimo daño. Pero no somos un pueblo que quiera causar su apocalipsis, ni por asomo. Jamás lo pretendimos. Sólo queremos unidad. Y paz.
El marine la miró un instante, inexpresivo. Quizá fuera una forma extraña de la luz en sus pupilas, pero pareció inseguro por un momento. Pero al cabo de unas décimas de segundo, volvieron a su opacidad natural y el marine dijo:
-No creemos a los alienígenas.
Y volvió a mirar al techo y a recitar un salmo monótono. La xeno le miró, incrédula. Pensó en insistir, pero decidió que era ridículo fastidiarle por algo así. En todo caso, no iba a lograr nada. Conteniendo su mal humor, recogió sus bártulos, disimulada, y se despidió con un formal “buenos días”. En cuanto estuvo fuera, tomó asiento en uno de los bancos del pasillo y, hastiada de la crueldad de la Galaxia, lloró.
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