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Jungla Verde

Página: 3/4
(5983 palabras totales en este texto)
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- ¡No puedez venzerme, eztúpido humano! ¡Yo zoy invenzible! -El kaudillo intentó cortarle la cabeza al humano, pero éste se agachó rápidamente- ¡No puedez ganar a Rorkrat en kombate, te voy a kortar komo a un eztúpido árbol! ¡Te klavaré a un eztúpido árbol y luego lo kortaré!


La pistola de plasma de Aertes había volado lejos durante su choque con el colosal jinete de jabalí. Lanzó un tajo vertical sobre Rorkrat que el orko bloqueó con facilidad y ambos quedaron enzarzados en un duelo por ver quién era el más fuerte. Aertes intentaba hacer bajar su Espada de Energía sobre el cráneo del pielverde pero, a pesar de su servoarmadura, los músculos del kaudillo empujaban su arma hacia él, acercando el filo de la gran rebanadora a su casco. Sus caras estaban muy cerca y el orko gruñó a Aertes, pero sólo encontró la inexpresiva faz de su casco como respuesta. Mientras tanto, orkos y marines corrían en todas direcciones por toda la base disparando y mutilando a sus oponentes, los dos marines de asalto que vivían volvieron al combate y se enzarzaron en un combate que mantenía el Capellán Sagos con tres pielesverdes. Uno de los pocos supervivientes de la Compañía de la Muerte blandió su espada sierra sobre un pielverde, pero sólo alcanzó su pierna. La hoja se atascó al clavarse en el espeso hueso, pero el marine se negó a soltarla. El orko le lanzó un golpe al costado que el marine detuvo de una patada antes de descargar su pistola bolter en el pecho de su enemigo. Consiguió arrancar su arma de la pierna en una desgarradora explosión de esquirlas de hueso y trozos de carne y atravesó el maltrecho torso del orko con un tajo ascendente que lo lanzó hacia atrás. El cadáver golpeó a Rorkrat en la espalda; Aertes, aprovechando ese impulso, lo lanzó por encima de él y lo tiró de espaldas al suelo. Desde esta posición desaventajada, el Kaudillo apresó el cuello del Capitán e intentó arrancarle la cabeza, pero sólo consiguió quitarle el casco descubriendo la faz y las cicatrices de Aertes, quien volvió a fallar en su intento de partir el cráneo del orko. Su cara sudada no mostraba más que un profundo salvajismo animal. Su mandíbula sangraba, herida por la poco ortodoxa forma de deshacerse del casco.

Rorkrat estrujó el casco de ceramita con una sola mano como si fuera una bola de papel, y a continuación amagó un tajo vertical para terminar con una patada al pecho de su oponente, que volvió a caer. Con un grito ensordecedor, el kaudillo acabó de ejecutar el tajo, la rapidez del movimiento sólo permitió a Aertes bloquearlo con su arma entablando un nuevo duelo de fuerza. Tumbado en el suelo, Aertes estaba en desventaja mientras la Gran Rebanadora se acercaba a su rostro, ahora descubierto. Con un veloz movimiento, el humano agarró el arma orka soltando su propia arma y puso un pie en el estómago del pielverde, que fue de nuevo proyectado por encima del capitán humano. Aertes le arrancó el arma al orko y la lanzó lejos antes de recoger su espada de energía; el orko sacó un gran cuchillo de su cinturón y dio unos amenazadores pasos alrededor de su adversario, inconsciente de su desventaja. Los ojos de Aertes estaban rojos de ira y su cara estaba empapada de sudor por su frenesí de combate, sin embargo, el pielverde observó extrañado cómo una leve sonrisa se dibujaba en sus labios. De pronto Rorkrat se encontró rodeado por tres enemigos más; el Sacerdote Sangriento y dos de los Guardias de Honor a los que creía haber matado, pero que habían sido sanados por las soberbias habilidades de Várem. La cara descubierta de este último mostraba una rabia sólo comparable a la de Aertes mientras blandía una engalanada hacha. Rorkrat consiguió evitar el primer golpe de uno de los guardias de honor, que sujetó su arma firmemente. El orko pudo sentir con frustración cómo una espada se le intercalaba entre las costillas, cómo una segunda hoja le atravesaba la espalda para surgir por su vientre y cómo un hacha se le clavaba entre el hombro y el cuello hundiéndose profundamente en su cuerpo. Su sangre se le vino a la garganta y empezó a vomitarla irremediablemente. Aertes gritó uniéndose a los gritos de sus hermanos de sangre mientras su espada se hundía justo donde debería haber un corazón en el pecho del Kaudillo con su campo de energía crepitando levemente. Rorkrat sintió cómo más sangre fluía por su tráquea hacia su boca y nariz. La cabeza empezó a darle vueltas y ya no veía bien. La fuerza de sus brazos y piernas desaparecía rápidamente y era incapaz de luchar. Poco a poco, se dio cuenta de que estaba muriendo, herido de muerte por enclenques humanos. Volvió a sentir una enorme frustración.

Atravesado por cuatro sitios, el enorme e inerte cuerpo de Rorkrat cayó cuando los marines espaciales retiraron sus armas. La cara de Aertes estaba completamente cubierta de su sangre; respiraba con dificultad mientras intentaba serenar su rabia negra y dobló una rodilla, incapaz de continuar de pie con la maldición de su Primarca royéndole las tripas. Várem acudió a socorrerle. El explorador superviviente entró en la base tambaleándose y con el estómago completamente enrollado con vendas enrojecidas, pero la batalla ya había terminado. La escuadra Crasso había eliminado al pelotón de akribilladores sufriendo cuantiosas bajas, El capellán Sagos estaba cantando sus salmos para refrenarse a sí mismo y a los dos marines de la compañía de la muerte que quedaban. Los devastadores habían sufrido una sola baja, su sargento, que cayó al intentar detener una carga de los orkos contra su escuadra. Aertes miró a los cadáveres de su guardia de honor entonando para sí mismo una plegaria al Emperador por sus almas. Cuando hubo acabado observó que más allá un profundo agujero descendía hacia el subsuelo. La escuadra Crasso bajó para reconocerlo. Durante la espera se oyó un disparo y unos gritos de dolor.

- Es una mina, señor -informaron a su regreso- las paredes están cubiertas de metales y minerales. Parece que los orkos los estaban extrayendo, hay herramientas y vagonetas allá abajo, y varios faroles aún encendidos. Por cierto, un orko joven, de esos que ellos llaman niñatos, estaba escondiéndose allá abajo -añadió mientras un pielverde bastante menos musculoso que la mayoría a los que se habían enfrentado subía por las escaleras encañonado por el Marine. El hombro del joven orko estaba atravesado de un disparo y su sangre, de un rojo vivo, chorreaba por el brazo.

- Quizá descubrieron este yacimiento con sus Garrapatos Sabuesos y montaron esta base para defenderlo -supuso el Capitán antes de dirigirse al orko-. Veamos, pequeña muestra de alienígena, vas a empezar a contarme todo lo que sepas y hayas oído decir sobre esta base vuestra -le dijo al orko. Sus ojos rojos se clavaron en los del humano con una expresión desafiante llena de rabia.

Uno de los rabiosos negros estaba jadeando profundamente, pero comenzó a calmarse mientras el capellán continuaba con sus rezos. Poco después los Ángeles Sangrientos habían amontonado a todos los orkos en el claro al norte de la base y les habían prendido fuego con los lanzallamas. Una gran pirámide verde de más de veinte metros se consumía entre lenguas de fuego mientras los Ángeles Sangrientos utilizaban la base para sanar a los heridos, antes de inmolarla como a los orkos. El explorador Karpla, ahora repuesto gracias al sacerdote sangriento Várem, se dirigía de vuelta a la base para contactar con el cuartel imperial. Ahora que el sigilo era innecesario, los tanques podían empezar a hacer carreteras arrasando los árboles y los Dreadnoughts, Land Speeders, escuadrones de motocicletas y exterminadores podrían encontrarse con ellos allí para seguir explorando la zona norte hasta que llegaran las tropas de jungla de la guardia imperial. Mientras tanto graves rugidos de dolor salían de uno de los barracones mientras Aertes intentaba convencer al niñato de que le contara todo lo que sabía. Aertes aprendió técnicas de interrogación de un capellán Ángel Oscuro que él mismo rescató de un ataque eldar a una de sus bases en el sistema Harimok. A pesar de que el Ángel Oscuro no dejó de reprocharle su acción ni de decirle que nadie le había pedido auxilio durante un largo rato, más tarde le permitió presenciar el interrogatorio de un eldar capturado.

PLEGARIAS ESCUCHADAS

Algunos meses después, en el planeta Baal, hogar del capítulo de los Ángeles Sangrientos, el Hermano Capitán Tycho, comandante de la 3ª Compañía de los Ángeles Sangrientos, se encontraba postrado de rodillas ante la imponente imagen dorada de su Primarca situada al final de la Capilla de Sanguinius.

- Mi señor Sanguinius, padre los Ángeles Sangrientos, salvador del Emperador, os suplico que extendáis vuestras santas alas sobre mí. Bendecidme con una nueva misión de combate antes de que esta rabia acabe conmigo. Os pido que me otorguéis un medio de desencadenar esta ansia de combate defendiendo todo lo que vos defendisteis, a costa de mi vida si también es necesario, al igual que vos disteis la vuestra...

Como siempre que no era reclamado a un campo de batalla, Tycho estaba rezando a Sanguínius para que le fuera asignada una nueva misión. Desde la segunda batalla de Armageddon contra los orkos, su estado de ánimo empeoraba semana tras semana, y cada vez era más difícil aguantar su sed de sangre enemiga. Al levantar su rubia cabeza, se hizo visible la semimáscara dorada que llevaba en el lado derecho de su cara, cortesía de un señor de la guerra orko que por poco no le partió la cabeza en dos, pero que le dejó una imborrable cicatriz. La expresión de su cara era seria, pero humilde a la vez.

Varios Ángeles Sangrientos más, oficiales a juzgar por los ornamentos dorados de sus servoarmaduras, ocupaban otros bancos también de rodillas, rezando a su Primarca.

El sonido de una gran puerta al abrirse se oyó tras él. Un sirviente vestido con una túnica blanca y marrón con el símbolo de la gota alada entró en la Capilla con una hermosa caja de madera que apenas podía sostener. Antes de avanzar más, se detuvo y se puso de rodillas en el suelo del santuario para después inclinarse hacia la estatua dorada. Tras permanecer así unos momentos se levantó y se acercó al Capitán Tycho.

- Disculpadme por interrumpir vuestras plegarias, señor, pero ha llegado esto para vos con carácter muy urgente -el hombrecillo le mostró un disco de datos- su contenido no nos ha sido revelado. Puede que vuestras plegarias hayan obtenido respuesta.

La faz de Tycho no mostró cambio alguno. Permaneció unos minutos más absorto en sus oraciones mientras el siervo le aguardaba. Por fin, el Comandante de la 3ª Compañía del Capítulo de los Ángeles Sangrientos se incorporó. Su gran cuerpo ataviado con su armadura artesanal de color bronce dorado le hacía parecer un titán al lado del sirviente. Nunca se la quitaba, para no perder un sólo segundo cuando le llamasen a una misión. Tycho tomó el disco.

- Esto también es para vos -continuó el siervo moviendo ligeramente la gran caja- lo envía el Capitán Aertes, que ya ha regresado a nuestra base en Horamnis tras su campaña contra los orkos. El capitán ordenó que no se os interrumpiera durante vuestras plegarias para que esto os fuera entregado.

- Bien.

La voz de Tycho sonó grave e imponente incluso cuando había hablado bajo por respeto al lugar donde estaban.

El Capitán salió de la Capilla por la puerta principal acompañado por el siervo, llevaba la caja cogida por abajo con una sola mano. Ambos se arrodillaron una última vez en dirección a la imagen antes de salir. Una vez en la red de pasillos de la base, Tycho se dirigió hacia la zona de dormitorios, hacia sus aposentos, y el siervo se encaminó de vuelta a la sala de comunicaciones. Tycho avanzaba con paso firme por el pasillo ricamente decorado con cuadros y retratos de algunas de las personalidades más importantes del capítulo; cada uno bajo el símbolo de los Ángeles Sangrientos. Pasó por delante de su propio retrato, pintado antes de que su cara quedase desfigurada. Ni siquiera dirigió una mirada a su antes hermosa faz.

Al llegar a sus aposentos; una gran habitación cuyas paredes, techo y suelo mantenía en monótono color gris del plastiacero de los pasillos de la zona de dormitorios, dejó la caja sobre el escritorio de madera que utilizaba para escribir sus informes de batalla y sus memorias de vez en cuando. Después introdujo el disco en una ranura que había bajo una gran pantalla empotrada en la pared y pulsó un botón. Mientras la imagen tomaba forma tomó la butaca del escritorio para sentarse frente a la pantalla.

La imagen al fin mostró a un Ángel Sangriento ataviado con su servoarmadura roja. Los detalles y decorados en oro de la misma le proclamaban como alguien importante.

- Saludos hermano capitán Tycho, soy el comandante de ejército Epsanon, líder de nuestras fuerzas en la galaxia Branam nombrado por nuestro ilustre señor, Dante. Vos tenéis una larga experiencia de combate contra pielesverdes, no cabe duda, y por ello habéis sido recomendado y elegido para dirigir un ataque masivo al sistema Huna. Dicho sistema está casi totalmente invadido por orkos, pero aún quedan algunos focos de resistencia de la guardia imperial en dos de sus planetas. Os ruego os presentéis lo antes posible con vuestra compañía en la base espacial Macharius VI, desde donde lanzaremos una ofensiva a estos dos planetas combinando nuestras fuerzas con el 24º regimiento de rifles de Cadia la guardia imperial que nos aguarda allí y varios oficiales de otros Capítulos que están en camino con sus tropas. Hasta pronto Capitán. Que el Emperador y Sanguinius guíen nuestros pasos.

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